La percha de los golpes
Los espadas de la terna no ten¨ªan su d¨ªa. De entrada les llamaron asesinos, luego les soltaron una corrida infumable, apenas nadie les agradeci¨® el esfuerzo, se marcharon con el cartel que tra¨ªan, que era bien exiguo. O sea, como si fueran la percha de los golpes.
A los toreros modestos les suelen ocurrir estas cosas. A los modestos (toreros o civiles) todo se les pone del rev¨¦s. Ayer, sin ir m¨¢s lejos, les llamaron asesinos. Con toda la cara. Mira que hubo corridas en la feria, tardes de figuras y gran expectaci¨®n, llenos en la plaza, para que los defensores de los animales montaran acciones reivindicativas con buen eco. Pues no. Y fueron a armarla precisamente en esta corrida veraniega, contra un pu?ado de aficionados pac¨ªficos, grupos de inocentes turistas y tres toreros modestos contratados por cuatro duros.
Derramaderos / Ortega, Ben¨ªtez, Ruiz
Cinco toros de Los Derramaderos (uno fue rechazado en el reconocimiento), 1?, 4? y 5? terciados con trap¨ªo, 2? y 3? chicos; mansos, de feo estilo. 6? de Valdeolivas, bien presentado, se rompi¨® un cuerno al derrotar en un burladero; inv¨¢lido, d¨®cil. Rafael Ortega, de M¨¦xico, nuevo en esta plaza, que confirm¨® la alternativa: pinchazo hondo trasero, estocada corta perdiendo la muleta, rueda de peones -aviso- y dos descabellos (silencio); estocada corta y rueda de peones (silencio). Leonardo Ben¨ªtez: bajonazo a un tiempo y descabello (silencio); estocada ca¨ªda perdiendo la muleta (palmas). Ruiz Manuel: metisaca infamante en los bajos (silencio), estocada atravesada y tres descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 24 de junio. Un tercio de entrada.
Se apostaron ante la puerta principal, la que llaman puerta grande y es la puerta de Madrid. No ser¨ªan muchos -unos 30 o 40-, aunque con pancartas, megafon¨ªa y profusi¨®n de banderines en los que pod¨ªa leerse 'Toreros asesinos'. Una mujer, que empu?aba el artilugio megaf¨®nico, les gritaba asesinos a cuantos entraban y ninguno tuvo la ocurrencia de responderla nada. Algunos se paraban a mirar a los manifestamtes intentando descifrar sus aut¨¦nticas intenciones, pues m¨¢s que amigos de los amimales parec¨ªan enemigos de las personas.
Ya todos dentro -los turistas, la m¨²sica y ac¨¢- les sali¨® a los asendereados espadas una corrida infumable. En l¨ªneas generales se quiere decir, porque hubo toro al que se le pudo sacar alg¨²n partido. Valga de muestra el sexto, hierro Valdeolivas, propiedad de Jes¨²s Gil -a la saz¨®n presidente del no menos asendereado Atl¨¦tico de Madrid-, que se rompi¨® medio cuerno al derrotar en un burladero. Quiz¨¢ por esta raz¨®n (u otra) le sobrevino la invalidez y acab¨® dearrollando una embestidora pastue?ez.
Ruiz Manuel, a quien correspondi¨® el gal¨¢n, no es seguro que le sacara partido. Dio la sensaci¨®n de que as¨ª iba a ser cuando lo traste¨® por bajo con t¨¦cnica y elegantes formas, pero luego construy¨® una faena casi toda basada en el derechazo, sin hondura ni ligaz¨®n. Y as¨ª no es.
No es as¨ª si de lo que se trata es de coger el tren de los largos recorridos y los sustanciosos contratos para lo que da franqu¨ªa un triunfo en Madrid.
El otro toro de Ruiz Manuel, tercero de la tarde, carec¨ªa de fijeza y hasta fue desarrollando sentido y qued¨® patente la generosa entrega del diestro para intentar sacarle partido.
De ese tono mencionado, bronquedad arriba o abajo, fue la corrida de Los Derramaderos, para entendermos encaste N¨²?ez. El encaste N¨²?ez tiene estas cosas: que si sale agrio, ya pueden los toreros andar con pie ligero y no fiarse ni de la banda. Toro paradigm¨¢tico de tal catadura fue el que hizo primero. Hasta en la presencia -chico mas con la seriedad de su respetable trap¨ªo- delataba la agresividad que llevaba dentro. Y esa agresividad se manifest¨® en violencias e intemperancias varias, que el debutante y toricantano mexicano Rafael Ortega sorte¨® como pudo. Y a¨²n as¨ª, en medio de la guerra, acert¨® a trazar unos derechazos que llamaron la atenci¨®n. Los repetir¨ªa en el quinto. Y esos detalles de buen toreo, junto al valor que mostr¨® en sus pares de banderillas, permitieron calificar de muy digmo su deb¨².
Las banderillas costituyeron asimismo el fuerte de Leonardo Bem¨ªtez, arriesgado en los quiebros y em un espeluznante par por los adentros. En tanto las acciones capoteras y muleteras, salvo algunos detalles por trincheras o giraldillas, estuvieron mediatizadas por la deslucida condici¨®n de los toros.
Al acabar, los defensores de los animales les volvieron a llamar asesimos a los toreros; y, de paso, al p¨²blico que abandonaba la plaza moh¨ªno, asado de calor y con pocas ganas de ruidos. Y, sin embargo, no pas¨® mada. Tiene m¨¦rito, si bien se mira.
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