Un Don Juan para Homar
El Teatre Grec es un teatro especial. Al mismo tiempo que est¨¢ obligado a ser popular, aspira igualmente a la cultura. Basta mirar los tres montajes que se presentan en ¨¦l para entender c¨®mo funciona el Grec. Al Don Juan de Moli¨¨re, con el t¨¢ndem de prestigio Ariel Garc¨ªa Vald¨¦s y Llu¨ªs Homar, le siguen Bodas de sangre, Lorca dirigido por Ferran Madico (triunfador de pasados Grecs), y una Medea, de Eur¨ªpides, protagonizada nada menos que por N¨²ria Espert. Teatro, en definitiva, can¨®nico y nombres de relumbr¨®n. Dos elementos que aseguran el favor de un p¨²blico en muchos sentidos f¨¢cil de conformar, pero que al mismo tiempo impone sus reglas.
?Por qu¨¦ un moli¨¨re? Seguramente no es la pieza que hubiese elegido Ariel Garc¨ªa Vald¨¦s, quien confesaba en la rueda de prensa haber descubierto al fin a un autor que hasta entonces jam¨¢s le hab¨ªa llamado la atenci¨®n. Y con todo, el Don Juan de Moli¨¨re es una de las obras que brillan en el repertorio universal. En el Grec cumple la funci¨®n de inaugurar el festival, e inaugurarlo con una comedia, aunque sea ¨¢cida, o filos¨®fica, una comedia, en el fondo, negra. Quiz¨¢ hayan sido las reglas del Grec, esa necesidad de contundencia est¨¦tica, de teatro bien hecho, o quiz¨¢ la misma prevenci¨®n de Garc¨ªa Vald¨¦s al acercarse a un autor no amigo, el caso es que se tiene la sensaci¨®n de que la lectura que se ha hecho del Don Juan de Moli¨¨re es una lectura t¨ªmida, precavida, con un solo gran invento personificado en la formidable interpretaci¨®n de Llu¨ªs Homar.
El Don Juan de Garc¨ªa Vald¨¦s es de 'jet-set', con gafas de sol y gesto torcido de cocain¨®mano
El Don Juan de Garc¨ªa Vald¨¦s es un Don Juan de jet set, un Don Juan con gafas de sol y gesto torcido de cocain¨®mano, alguien que se apea del racionalismo sobre el que lo a¨²pa Moli¨¨re para dejarse llevar por un pasotismo radical, porque a Don Juan, en este caso, le importa un bledo que dos y dos sean cuatro, le importan un bledo, incluso, sus conquistas, o que exista o no el infierno. No es, desde luego, el Don Juan blasfemo de Tirso de Molina, es menos galante y tramposo que Casanova, menos c¨ªnico que los libertinos de Choderlos de Laclos, menos furioso que el marqu¨¦s de Sade. Resulta, en cambio, m¨¢s f¨¢cil imagin¨¢rselo en Marbella anclado en el hast¨ªo vital, alguien para quien el infierno sea incluso una experiencia liberadora.
La idea es excelente, pero no acaba de llevarse hasta las ¨²ltimas consecuencias y la lectura de este Don Juan acaba resultando h¨ªbrida. Sganarelle, un falso meapilas de requiebros filos¨®ficos, que s¨®lo ante la muerte de Don Juan acaba desenmascar¨¢ndose como el verdadero materialista que es, dir¨ªase que no conoce a Don Juan, a su amo, porque todos sus intentos de llevarlo por el buen camino no rebotan en el incr¨¦dulo, sino que resbalan sobre el pasota. Lo mismo ocurre con la galer¨ªa de personajes con que Moli¨¨re entreteje las peripecias de Don Juan. Pertenecen a otros Don Juanes, a otras lecturas, otros registros, ensamblados por la mano maestra de un director excelente, pero no orientadas a alcanzar un objetivo ¨²nico. Los campesinos est¨¢n, adem¨¢s, mal planteados, demasiado zafios para un Don Juan tan hastiado, demasiado antiguos para un Don Juan tan moderno.
Desde luego, este Don Juan est¨¢ pensado para Llu¨ªs Homar que vuelve a hacer un trabajo brillante, sin el menor derroche de energ¨ªa, magn¨¦tico, un individuo de alma carcomida por el exceso, capaz de radiografiar el mundo de forma g¨¦lida, sin ni una sombra de autoenga?o. A su lado, y pese a situarse en planos diferentes al de este Don Juan marbell¨ª, hay un muy buen equipo de actores. Jordi Boixaderas (Sganarelle) sostiene el duelo aunque no tenga a quien lanzarle sus diatribas. Y los dem¨¢s est¨¢n bien, muy bien dirigidos, s¨®lidos sobre el escenario, aunque no tengan otro papel que el de hacer que el personaje de Don Juan progrese en sus peripecias y muestre su perfil poli¨¦drico.
Jean Pierre Vergier (escenograf¨ªa y vestuario), colaborador habitual tambi¨¦n de Georges Lavaudant, construye como escenograf¨ªa ¨²nica un puente roto, quebrado sobre una playa, un desierto. Un espacio obviamente simb¨®lico de la inviabilidad de un Don Juan moderno, cuando el cielo y el infierno han sido al fin barridos de una sociedad que carece de otra ideolog¨ªa que la del dinero. Suyos son muchos logros pl¨¢sticos que le dan a este moli¨¨re un indudable toque de gran teatro.
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