Mercadillos de droga
J. J. P?REZ BENLLOCHEsta semana, como las pasadas y las que nos esperan, algunos vecindarios de la capital se han echado a la calle para protestar por el mercadeo de la droga en sus barrios, v¨ªctimas de esta pandemia en un momento u otro y con distinta intensidad. No hay vacuna que nos libre de tal agobio. En esta ocasi¨®n, el palo de la gaita ha correspondido a las gentes de Mislata, agobiadas por el trapicheo que bulle en ciertas de sus zonas urbanas y, especialmente, en el viejo cauce del Turia. El mismo tr¨¢fico, es de suponer, que antes se asent¨® en el entorno del Portal de Serranos o en Campanar. Se trata, como es sabido, de un bazar m¨®vil, portentosamente adaptado al terreno y hasta protegido por una suerte de permisividad (?o ser¨¢ impunidad?) que garantiza no solo su prosperidad sino tambi¨¦n una larga vida.
Aunque el apunte anterior rezume fatalismo, la verdad es que ser¨ªa temerario pensar que es de todo punto in¨²til la rebeli¨®n de los vecinos damnificados. A la postre, son los ¨²nicos que obligan a mover las posaderas a las fuerzas del orden, a las autoridades gubernativas e incluso a los pol¨ªticos, tan angelicales ellos. Unas pocas palabras oficiales y promisorias, con altas dosis de solidaridad gratuita, contribuyen cuanto menos a levantar el ¨¢nimo del personal y a preparar la pr¨®xima protesta. ?Qu¨¦ otra cosa puede hacerse ante este aluvi¨®n de dinero y necesidad?
Bueno, s¨ª, podr¨ªa legalizarse con determinadas condiciones y desactivar la ingente masa monetaria que circula, y hasta podr¨ªa moderarse la actividad delictiva que genera, pero esta obviedad tiene todav¨ªa visos de herej¨ªa y son muy pocos los titulares del poder que la explicitan sin ambages. Entre otras cosas porque, al margen de una buena dosis de cinismo, no han tenido la menor curiosidad para contrastar sus propias certezas con las reflexiones del profesor Antonio Escohotado, pongamos por caso, tenaz clarificador de un problema que se nutre a partes iguales de inter¨¦s -el de quienes lo exprimen- y de hipocres¨ªa, que son todos aquellos que lo condenan y ¨²nicamente recurren a remedios represivos de todo punto ut¨®picos o epid¨¦rmicos.
Y mientras, tal como acontece, los vecinos cabreados se aclaman a los gobernantes, los mercaderes transmigran de un lugar urbano a otro con su av¨ªo criminal a cuestas, provistos cada d¨ªa de instrumentos y m¨¦todos m¨¢s ingeniosos para disimular su mercanc¨ªa y facilitar la cita con sus clientes. Testigos somos, y no en exclusiva, de la eficiencia con que la fauna dromedaria, los llamados 'camellos', utilizan la telefon¨ªa inal¨¢mbrica, establecen sus puestos de vigilancia, esconden el surtido y proveen a los compradores. En este apartado, y ¨²ltimamente, goza de predicamento el uso de la bicicleta, ese trasto r¨¢pido, silente y ligero que fue decisivo para la victoria de los vietnamitas y cuya utilidad sigue reiter¨¢ndose a diario en la distribuci¨®n ciudadana de estupefacientes por Ciutat Vella, marco end¨¦mico para este negocio.
El lunes pasado, en estas mismas p¨¢ginas, mi colega Lydia Garrido relataba con precisi¨®n y admirable viveza c¨®mo se desarrolla el mercadeo de la droga en su nuevo, o no tan nuevo, emplazamiento de Mislata. A la postre, el traj¨ªn que cunde entre los carrizales del viejo cauce no es muy distinto al de otros parajes capitalinos, incluida la familiaridad, no exenta de mortificaci¨®n, con la que los agentes del orden asisten a la ceremonia. '?Qu¨¦ podemos hacer?', alegan. Pues eso, darse un garbeo y hacer como si se hace para que esta ficci¨®n sirva de consuelo al personal zaherido por tan penosa y sobrevenida vecindad. Incluso cabe la esperanzada posibilidad de que, bien sea por la presencia, bien por imperativo de una mejor oportunidad, el circo mortal emigre a otro paraje o regrese a los antiguos, acerca de los cuales podr¨ªamos reproducir estas l¨ªneas con sus mismas tintas. Y vuelta a empezar.
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