De cr¨¢neos y de glorias
El reciente descubrimiento de que en la tumba del rey Jaume I, en el monasterio de Poblet, hab¨ªa nada menos que dos cr¨¢neos me ha tra¨ªdo a la memoria una famosa an¨¦cdota islandesa que el escritor Milan Kundera reproduce en su ¨²ltimo libro, La ignorancia. Cuentan en Islandia, y cuenta tambi¨¦n Kundera, que en 1946, tan s¨®lo dos a?os despu¨¦s de que Islandia se sacudiera el dominio de Dinamarca y proclamara su independencia, el alma del poeta nacional Jonas Hallgrimsson, fallecido en 1845 en Copenhague despu¨¦s de caerse por las escaleras como consecuencia de una gran borrachera, visit¨® en sue?os a un rico industrial island¨¦s y le dijo: 'Desde hace ciento y un a?os mis huesos yacen en el extranjero, en suelo enemigo. ?No habr¨¢ llegado la hora de que regresen a su ?taca libre?'.
Despu¨¦s del hallazgo de Poblet, a Jaume I m¨¢s que El Conquistador habr¨ªa que llamarle El Bic¨¦falo
El industrial no se lo pens¨® dos veces y mand¨® ir a buscar los huesos del poeta rom¨¢ntico para que los enterraran en tierra islandesa. El industrial pensaba enterrarlos en el hermoso valle donde Hallgrimsson hab¨ªa nacido, pero el Gobierno meti¨® baza en el asunto y dispuso que los famosos huesos fueran al Pante¨®n Nacional de Thingvellir, junto a los restos de otro escritor, Einar Benediktsson. La paz, por fin, parec¨ªa haber llegado al alma del poeta muerto en el exilio. Sin embargo, unos a?os despu¨¦s se supo un peque?o detalle que el industrial hab¨ªa intentado mantener en secreto: cuando en 1946 los sepultureros abrieron la tumba del poeta en el cementerio de Copenhague, con la intenci¨®n de trasladar los huesos ilustres a su glorioso destino, se encontraron con que, dada su extrema pobreza, el vate island¨¦s hab¨ªa tenido que compartir su tumba con otros huesos no tan ilustres. Es decir, le pas¨® m¨¢s o menos lo que al gran Jaume I. En el caso island¨¦s, los huesos estaban mezclados y, para no demostrar titubeos en un momento tan solemne, el industrial eligi¨®, fingiendo estar muy convencido, un esqueleto al azar. Seg¨²n se supo m¨¢s tarde, el industrial se equivoc¨® y, en vez de llevarse los restos del gran poeta island¨¦s, se llev¨® a su pa¨ªs los de un carnicero dan¨¦s.
En Islandia se intent¨® mantener este secreto tan poco edificante, pero el escritor Halldor Laxness divulg¨® todo el asunto en una novela en el a?o 1948. Concluye Milan Kundera: '?Qu¨¦ hacer? Callar. De modo que los huesos de Hallgrimsson yacen a¨²n a 2.000 kil¨®metros de su ?taca, en suelo enemigo, mientras el cuerpo del carnicero dan¨¦s, que sin ser poeta era tambi¨¦n un patriota, se encuentra desterrado en una isla glacial que no hab¨ªa despertado en ¨¦l sino miedo y repugnancia'. El escritor checo se permite a?adir una moraleja: 'A nadie le importa un comino d¨®nde van a parar los huesos de un muerto'.
Por lo visto, con el rey Jaume I las cosas han sucedido con algunos paralelismos evidentes. Con todo el l¨ªo de la desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal, en el siglo XIX los huesos iban de aqu¨ª para all¨¢ y la profanaci¨®n de tumbas era cosa de casi todos los d¨ªas. Total, que los huesos del monarca se desperdigaron, y cuando intentaron agruparlos de nuevo surgi¨® la duda. Hab¨ªa un dato que tener en cuenta: Jaume I era muy alto y corpulento, dicen las cr¨®nicas que med¨ªa cerca de dos metros, y falleci¨® como consecuencia de un flechazo en la cabeza en el asalto a Valencia, en el lejano a?o 1276. Se busc¨®, pues, un cr¨¢neo con una gran cicatriz en la frente y se le adjudic¨® al rey muerto, como quien prueba piezas de recambio en un cementerio de coches. A?os m¨¢s tarde, alguien se dio cuenta de que el agujero en la frente era demasiado grande para ser causado por una flecha y busc¨® un cr¨¢neo con una cicatriz m¨¢s discretita. No fue f¨¢cil, ya que, tras la muerte, todos los cr¨¢neos se parecen. Ante la duda, sin embargo, quedaron los dos cr¨¢neos depositados en la tumba del rey Jaume I. Dos mejor que uno; as¨ª las posibilidades de acertar aumentaban.
A Jaume I, por lo que parece, le ha ocurrido lo mismo que al ilustre poeta island¨¦s Jonas Hallgrimsson. Y es que la muerte a todos iguala. Ya lo dej¨® escrito el gran S¨¦neca hace muchos a?os: 'Se puede decir que unos han tenido mejor fin y otros peor, pero la muerte es igual para todos. Los caminos por donde acuden son distintos, pero el sitio al que llegan es uno solo. Ninguna muerte es mayor o menor porque en todos los casos tienen la misma medida: la vida termina'.
Resulta curioso pensar que el rey Jaume I ya ten¨ªa un origen un tanto legendario. Seg¨²n cuentan las cr¨®nicas, su padre, Pedro I el Cat¨®lico, no estaba mucho por la labor con su esposa, por lo que ¨¦sta recurri¨® a una estratagema y, haci¨¦ndose pasar por una amante del rey, consigui¨® que le hiciera el amor y la fecundara. A los tres a?os fue entregado a Sim¨®n de Montfort como prometido de una de sus hijas, pero al final volvi¨® con su familia. Se cas¨® a los 13 a?os (o, mejor dicho, lo casaron) con la infanta Leonor de Castilla, de quien se separ¨® a?os despu¨¦s. En su curr¨ªculo exhibe la conquista de los reinos de Mallorca y de Valencia, pero le faltaba redondear esta vida agitada con este final incierto que no supera la imaginaci¨®n del mejor de los novelistas. A partir de ahora, en vez de conocerlo con el mote de El Conquistador, quiz¨¢ se le podr¨ªa llamar El Bic¨¦falo. Conquistadores, al fin y al cabo, hay muchos, pero no abundan los hombres con dos cabezas.
Lo que esta brumosa historia de las dos cabezas ha dejado claro es que cuando la vida se acaba, los fastos se desvanecen. Han pasado m¨¢s de 800 a?os desde la muerte del rey Jaume I y, de repente, salta la duda. ?Son sus huesos los que est¨¢n en la tumba del monasterio de Poblet? ?Corresponde alguna de las dos cabezas all¨ª depositadas al gran rey catal¨¢n? Por lo que parece, y en vista de c¨®mo se hicieron las cosas, no hay ninguna garant¨ªa de que alguno de esos cr¨¢neos llevara alguna vez una corona. Qui¨¦n sabe, igual ha sucedido como en el citado caso island¨¦s y el cr¨¢neo de la cicatriz pertenece a alg¨²n pobre labriego que se dio con la azada en la cabeza. O a alg¨²n moro fallecido en dura batalla contra los cristianos. Y es que cuando llega la muerte ya no hay distinci¨®n ni de razas ni de clases sociales. Un cr¨¢neo es tan s¨®lo un cr¨¢neo y la gloria, cuando a esto se llega, es francamente algo muy, pero que muy relativo.
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