Alberto y Picasso en el Vall d'Hebron
En el Reina Sof¨ªa de Madrid se ha inaugurado una exposici¨®n del escultor Alberto. Una idea muy oportuna o, quiz¨¢, tard¨ªamente oportuna, porque se ha prolongado demasiado en Espa?a el desconocimiento de la obra de ese artista exiliado definitivamente en Rusia desde la guerra civil. No he sido hasta ahora demasiado entusiasta de la obra de Alberto, seguramente porque la conozco con excesivas fragmentaciones y la sit¨²o irreflexivamente entre las derivaciones decorativas de las diversas vanguardias, como me suele ocurrir con la obra de Ferran, Gargallo, Fern¨¢ndez Shaw, Fenosa o Sempere, por citar especies muy distintas. Espero que la exposici¨®n de Madrid me permitir¨¢ corregir mi escasa informaci¨®n y resituar adecuadamente a Alberto dentro de las corrientes creativas del siglo XX.
?Quedar¨¢ la reproducci¨®n de la escultura de Alberto arrinconada -o escenogr¨¢ficamente tergiversada- en una sala del Reina Sof¨ªa en vez de acudir a la cita incuestionable del Vall d'Hebron?
En el exterior del Reina Sof¨ªa, como signo sobresaliente de la exposici¨®n, se ha reconstruido la escultura El pueblo espa?ol tiene un camino que conduce a una estrella, que desapareci¨® despu¨¦s de haber presidido el pabell¨®n de la Rep¨²blica Espa?ola en la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs de 1937, el ¨²ltimo grito civilizado de la Espa?a democr¨¢tica, en plena guerra civil y en medio de la exuberancia denigrante de la arquitectura reaccionaria de la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la URSS de Stalin e incluso la Francia del Frente Popular, que se sent¨ªa celosa de los ¨¦xitos estil¨ªsticos de las dictaduras. La reconstrucci¨®n es, sin duda, un gran acierto disponiendo, como se asegura, de documentos suficientes que la avalan: despu¨¦s de tantos a?os de sufrir las defectuosas reproducciones fotogr¨¢ficas en blanco y negro de ese soberbio menhir, se agradecer¨¢ verlo, por fin, en una reproducci¨®n volum¨¦trica. Hay que insistir en general en la validez cultural y en la gran utilidad de las reproducciones -sobre todo en el campo de la escultura y la arquitectura- en t¨¦rminos pedag¨®gicos directos o en funci¨®n de un testimonio y de una representaci¨®n coherente. A veces pienso que ha sido un gran error la lenta pero insistente desaparici¨®n de los Museos de Reproducciones, que fueron tan ¨²tiles en el siglo pasado y que ahora, con el apoyo de las nuevas tecnolog¨ªas, se hubieran ampliado hasta introducir cabalmente la pintura y las artes que tradicionalmente quedaban limitadas por el protagonismo de la manualidad.
Mientras se cerraban los Museos de Reproducciones, algunas ciudades afrontaban la reconstrucci¨®n de arquitecturas insignes. En Barcelona hay dos ejemplos importantes: en Montju?c, el pabell¨®n alem¨¢n de la Exposici¨®n de 1929 de Mies van der Rohe y en el Vall d'Hebron el mencionado pabell¨®n de Par¨ªs de Josep L. Sert. El primero se situ¨® exactamente en su emplazamiento original, lo cual permite interpretar la calidad global del edificio en su entorno, aunque para ello convendr¨ªa completarlo con la reconstrucci¨®n de las ocho columnas j¨®nicas de Puig y Cadafalch que actuaban como un filtro expresivo entre lo multitudinario y lo privado, entre lo noucentista y lo moderno. El segundo se situ¨® en el Vall d'Hebron, lejos de las zonas de intensa actividad urbana, como un objeto casi muse¨ªstico en una neutralidad ambiental. No estoy seguro de que la decisi¨®n fuese demasiado acertada: su escaso uso ciudadano y su alejamiento de los circuitos urbanos lo han relegado a una curiosidad poco apetecible. Pero si hay que tratarla como una pieza muse¨ªstica y conmemorativa -una excelente arquitectura y un homenaje al empuje cultural de la Rep¨²blica en plena lucha antifascista-, habr¨ªa que completarla en su integridad representativa.
Lo primero que se deber¨ªa hacer es pedir a los organizadores de la exposici¨®n de Alberto que cedieran la reproducci¨®n de la escultura para situarla seg¨²n su relaci¨®n original con el pabell¨®n reconstruido. Aparte de su contenido simb¨®lico, claramente expresado en el t¨ªtulo, el menhir era como un t¨®tem introductorio cuya verticalidad hacia la estrella explicaba en contraste formal la estructura de las fachadas. Por la forma y por el contenido es, pues, una escultura dif¨ªcil de comprender y, por tanto, de valorar si se la descontextualiza. ?Quedar¨¢ arrinconada -o escenogr¨¢ficamente tergiversada- en una sala del Reina Sof¨ªa en vez de acudir a la cita incuestionable del Vall d'Hebron?
La misma demanda se podr¨ªa hacer con las otras obras de arte que daban contenido al manifiesto del pabell¨®n. La fuente de mercurio de Calder dedicada a los mineros de Almad¨¦n est¨¢ hoy en la Fundaci¨®n Mir¨® y su traslado es dif¨ªcil por la toxicidad del mercurio. Las tres esculturas de Picasso -algunas en el museo de Par¨ªs- podr¨ªan ser f¨¢cilmente reproducidas si se estableciera un convenio y si alguien se empe?ara en ello sin cortapisas burocr¨¢ticas.
Pero la ausencia m¨¢s importante es la del Gernika, una pieza b¨¢sica en el contenido del pabell¨®n, sin la cual todo el conjunto pierde la claridad de su significado. No es que proponga ahora exigir el desplazamiento de la pintura depositada en el Reina Sof¨ªa. Ser¨ªa un esfuerzo desproporcionado y al fin in¨²til, porque en Madrid no est¨¢n dispuestos a abandonar su papel de acumuladores centralistas y porque la sacralizaci¨®n muse¨ªstica que ha alcanzado ya no permite un uso popular y callejero del original. Pero, se podr¨ªa reproducir, ahora que ya sabemos utilizar las reproducciones sin ning¨²n complejo y con eficacia funcional y cultural. La reproducci¨®n mec¨¢nica del Gernika parece incluso sugerida por la propia pintura, construida con una gran sobriedad de colores y texturas. El pabell¨®n de 1937, con las reproducciones de la escultura de Alberto y del Gernika de Picasso, se entender¨ªa como una s¨ªntesis art¨ªstica t¨ªpica de la cultura espa?ola de la d¨¦cada de 1930, pero, adem¨¢s, explicar¨ªa el compromiso pol¨ªtico de aquella cultura. Es una tremenda contradicci¨®n haber hecho el esfuerzo de la reconstrucci¨®n del pabell¨®n y dejarlo sin el emblema inicial y con el gran muro interior vac¨ªo, inexpresivo, con un simple letrerito de circunstancias que explica que all¨ª deb¨ªa estar el Gernika. Pues que est¨¦.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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