El hombre que fue G¨¦nova
En Londres la niebla encubr¨ªa rostros, esquinas, pu?ales en 1908. En Whitechapel las chicas ve¨ªan en todos a Jack el Destripador. Ser¨ªa Mr. Hyde. En los barrios elegantes s¨®lo se tem¨ªa al anarquista. Hab¨ªa huelgas, estallaban bombas (las dibujaban redondas, como una bolsa negra de boca atada con una mecha que ard¨ªa). Hab¨ªa inmigrantes, principalmente letones. Un polic¨ªa fue penetrando en las redes anarquistas; lleg¨® a ser dirigente. Los siete grandes clandestinos adoptaban los nombres de los d¨ªas de la semana; este polic¨ªa fue Jueves. Es una novela de Chesterton que se llama El hombre que fue jueves: miedo, ambiente y filosof¨ªa. Un d¨ªa descubre que, como ¨¦l, todos los dirigentes eran infiltrados: los anarquistas no exist¨ªan. Dice: 'Nunca existi¨® un Consejo Supremo Anarquista. Somos un mont¨®n de polic¨ªas idiotas. Y toda esa buena gente ha estado espi¨¢ndonos como si fu¨¦ramos dinamiteros' .
Pienso en G¨¦nova, y en los fantasmales anarquistas de negro. O en Barcelona: polic¨ªas disfrazados. Hubo hombres que fueron Seattle. Hablo a veces a alumnos de facultades de periodismo y suelo advertirles que crean ¨²nicamente la primera noticia de algo; las siguientes vienen ya cargadas de mediadores, de alguna que otra falsedad: si pasa tiempo, llegan a ser completamente falsas. En este caso es pol¨ªticamente correcto que sean inocentes los muchachos que ense?an sus heridas, la sangre derramada por los guardias del r¨¦gimen eterno. Pero tambi¨¦n es correcto que los guardias se defendieran -lagrimoso relato del que dispar¨®: como si nadie hubiera visto las im¨¢genes, el v¨ªdeo- de quienes iban a matarlos. Inventemos, pues, anarquistas. De la l¨ªnea dura, arcaica. No de aquel que no lanz¨® la bomba contra el zar por no matar a un ni?o que le ofrec¨ªa flores, sino la del terrorista. No de mayo del 68, sino del Londres de entonces.
(En 1911 la polic¨ªa brit¨¢nica cerc¨® a la banda de Pedro el Let¨®n en Sydney Street. Cientos de hombres armados, militares, batallones escoceses, indios. Y lleg¨® el ministro del Interior (Home Secretary) cuyo nombre recordamos bien: Winston Churchill. Est¨¢ en las fotos: sombrero de copa, fular blanco: la prensa se burlaba de ¨¦l. Pidi¨® artiller¨ªa pesada: los ca?ones destruyeron la casa. Llegaron los bomberos para evitar el fuego; Churchill impidi¨® que actuaran. Cuando entraron, hab¨ªa dos cad¨¢veres sin armas. Se dijo que uno de ellos era Pedro el Let¨®n, que nunca se ha sabido si existi¨®).
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