Pedro La¨ªn Entralgo
No se puede morir un espa?ol de tal grandeza sin que levantemos acta de su persona y de su obra. Por eso, apagados los ecos de las voces que tras su muerte sonaron en el Manzanares, hacemos aqu¨ª memoria de su vida y balance de su obra, recogiendo la ejemplaridad de su conducta.
Con dos palabras quiero yo caracterizar a este m¨¦dico, profesor, escritor, ciudadano, cristiano, hombre cabal: entusiasmo y melancol¨ªa. Sin el primero no hubiera sido capaz de acometer tantas empresas, intelectuales y civiles. Sin la segunda no hubiera tenido conciencia de la imperfecci¨®n y de los l¨ªmites de todo lo humano, comenzando por los propios actos cuando se los ve ante el Eterno, ante la dignidad del hombre y ante la propia misi¨®n. Un texto de Plat¨®n orient¨® sus desvelos desde la juventud. S¨®crates le dice a Parm¨¦nides: 'Un hermoso y divino impulso, no te quepa duda te lanza hacia estos argumentos. Profundiza en ti mismo y ejerc¨ªtate lo m¨¢s posible en todo eso que parece no servir de nada y que el vulgo considera charlataner¨ªa. Hazlo as¨ª mientras todav¨ªa eres joven, pues de otro modo la verdad se te escapar¨¢' (135d).
Este socratismo est¨¢ en el origen de su quehacer intelectual: por un lado, la belleza inmanente y dignificadora que el pensar tiene para el hombre; por otro, el sentirse llamado por una voz y atra¨ªdo por un divino poder. S¨®crates ve¨ªa en el daimon y en las Leyes, que saldr¨ªan a su encuentro si burlara sus exigencias huyendo de la ciudad, una forma de revelaci¨®n divina. Belleza, exigencia moral y vocaci¨®n divina constitu¨ªan para ¨¦l la dignidad del hombre. Descuidarlas, burlarlas, no cultivarlas era degradar la existencia, mientras que atenderlas y confiarse a su llamada era crear las condiciones necesarias para una verdad y esperanza inmarcesibles. Tal actitud socr¨¢tica funda tanto el derecho y la ¨¦tica como la actitud religiosa de Europa. El entusiasmo pone a lo divino en el origen y en la meta de tal impulso del hombre.
Quien lea uno tras otro las decenas de pr¨®logos, que La¨ªn puso a libros propios y ajenos, percibir¨¢ lo que ese entusiasmo implica: ilusi¨®n, esfuerzo, voluntad de conquista y capacidad de hero¨ªsmo, intentar grandes cosas, esforzarse por conseguirlas, aguantar sus exigencias, tener aquel sentido de misi¨®n universal, que olvida o relega a segundo plano las necesidades individuales frente a las exigencias de la propia naci¨®n o comunidad. No se trataba, sin embargo, de un entusiasmo vulgar o estridente, ingenuo o brusco. Nada m¨¢s lejos de ¨¦l que la fanfarroner¨ªa, la altisonancia o el desprecio por el pr¨®jimo, la ingenuidad o el dogmatismo, que suelen ser el reverso del entusiasmo ingenuo o interesado. Su sentido del realismo, de la complejidad de las cuestiones y del l¨ªmite, lo acompa?aron hasta el final. Entre sus citas preferidas estaban aquellas palabras de Don Quijote en el retablo de Maese Pedro: 'Sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos que suelen quebrarse de sotiles... Llaneza muchacho; no te encumbres, que toda afectaci¨®n es mala' (II,26).
La ambici¨®n y magnanimidad que sostienen tal entusiasmo le hicieron posible, en circunstancias agrias y duras, engendrar la obra inmensa que nos leg¨®. ?l mismo la distribu¨ªa en cinco grandes campos de inter¨¦s, a los que vivi¨® abierto hasta el final. El primero fue el que le exig¨ªa su profesi¨®n de m¨¦dico e historiador de la medicina en su c¨¢tedra de la Universidad Complutense de Madrid, en la que elev¨® a significaci¨®n real la asignatura y desde donde se convirti¨® en el alma de una obra que transciende las fronteras de Espa?a con la Historia universal de la medicina en 7 vol¨²menes, dirigida por ¨¦l (1972-1975). Dejada ¨¦sta a un lado, citar¨ªamos como significativas La curaci¨®n por la palabra en la antig¨¹edad cl¨¢sica (1958) y Antropolog¨ªa m¨¦dica (1984). Repet¨ªa que un profesor, a la altura de su materia y de su tiempo, debe legar a los alumnos una s¨ªntesis, hecha con inteligencia y amor, de lo que en esa ¨¢rea se puede y debe saber.
El segundo campo de sus preocupaciones es el que pod¨ªamos llamar la puesta a punto de la empresa de ser hombre. Porque nunca sabemos del todo lo que somos, ni tenemos del todo esclarecido c¨®mo podemos ser y debemos llegar a ser hombres. Nuestra verdad se va desvelando a golpes de situaci¨®n, de sustos y sorpresas. Se despliegan unos pliegues de lo humano y se recogen mudos otros que olvidamos. Ahora bien, cada generaci¨®n tiene que encontrar los propios, ya que no le son suficientes los de las filosof¨ªas y antropolog¨ªas anteriores. Aqu¨ª radica la originalidad principal de Pedro La¨ªn. Sus tres libros La Espera y la esperanza (1956), Teor¨ªa y realidad del otro (1961) y Sobre la amistad (1972), escritos en comunicaci¨®n con el mejor pensamiento europeo, despliegan lo que podr¨ªamos llamar existenciales de la vida humana.
Ser es aguardar y vivir es esperar. No estamos condenados a existir s¨®lo y solos frente a nuestra muerte (Heidegger) sino a esperar cooperadores y solidarios ante otra vida. La esperanza est¨¢ tan radicada en nuestra entra?a como la angustia. Frente al individualismo y positivismo, La¨ªn supo descubrir que existir es coexistir; vivir es convivir; ser persona es contar con alguien y contar para alguien, que con amor profiere nuestro nombre y el que a su vez espera profiramos con amor el suyo. Su libro sobre la amistad se abre con tres citas. Para Arist¨®teles es lo m¨¢s necesario de la vida; Cicer¨®n afirma que quitarla de la vida es como quitar el sol del mundo y Schiller canta el milagro que le acontece a quien logra un amigo y, correspondiendo a esa amistad, lleva a plenitud su vida.
El tercer campo es la cr¨ªtica literaria, el ensayo sobre la vida y los hombres. Aqu¨ª citar¨ªamos Las generaciones en la historia (1945), La aventura de leer (1958) y Ensayos de comprensi¨®n (1959). Este campo abre al cuarto universo de sus preocupaciones: Espa?a y su historia, la convivencia y reconciliaci¨®n c¨ªvicas, su unidad y complejidad. Para ella so?aba adem¨¢s cuatro grandes ideales: la capacidad creadora en ciencia y literatura, la justicia social, la libertad pol¨ªtica, la eficacia t¨¦cnica y administrativa. Aqu¨ª tendr¨ªamos que citar muchos libros, desde Men¨¦ndez Pelayo (1944) y La generaci¨®n del 98 (1945) hasta otros menores como A qu¨¦ llamamos Espa?a (1971) y el grueso volumen XXXIX de la Historia de Espa?a (1898-1936) de Men¨¦ndez Pidal que dirigi¨® en 1993. Yo quisiera sin embargo elegir otro libro suyo, por m¨¢s caracter¨ªstico y ejemplar: M¨¢s de cien espa?oles (1981). Aqu¨ª es donde mejor se reflejan sus muchos saberes, su generosidad y voluntad de comprender a cada hombre en su mundo, su proyecto y sus logros. ?Qu¨¦ magnanimidad y grandeza de alma se requieren para interesarse por todas y cada una de esas vidas, desde Benito P¨¦rez Gald¨®s y ?ngel Guimer¨¢, que abren el volumen a Crist¨®bal Halffter y Carmen de Reparaz que lo cierran! Por ah¨ª pasan espa?oles y espa?olas de toda procedencia y profesi¨®n. Con todos es generoso, de todos quiere aprender, porque en todos y cada uno de ellos se actualiza la condici¨®n de espa?oles y se realiza esa permanente posibilidad de serEuropa, de acoger y acrecentar la humanidad.
Yo pondr¨ªa este libro como lectura obligada en todo instituto de ense?anza media. Y ante la objeci¨®n tan f¨¢cil de que es un libro escrito por alguien de un bando invito a que desde otra ladera se escriba con verdad y sin inquina la vida de los espa?oles creadores, ejemplares, y se comprobar¨¢ que la mayor parte de los nombres ser¨¢n los mismos.
La ¨²ltima fase de la vida de Pedro La¨ªn estuvo centrada en la comprensi¨®n estructural y en la explicaci¨®n cient¨ªfica del hombre, como cuerpo y alma, como persona y mundo, como empresa pendiente y conato de absoluto. Esa decena de libros tiene su expresi¨®n final en Idea del hombre (1995) y en su antolog¨ªa Ser y conducta del hombre (1996).
Junto al entusiasmo, estuvo la melancol¨ªa. Partiendo de un texto de Zubiri y otro de Arist¨®teles, hab¨ªa analizado lo que la luz y la melancol¨ªa son en la vida humana, precedidas por la soledad y urgidas por la responsabilidad ('Homenaje a X. Zubiri', Revista Alcal¨¢, 1953). De San Agust¨ªn, Goethe y H?rderlin hab¨ªa aprendido la inevitable pregunta del hombre por s¨ª mismo y su destino, la experiencia del l¨ªmite, la caducidad de lo finito, el sentido de la culpa, la luz y las tinieblas que toda realidad arrastra. El hombre est¨¢ enclavado entre un Absoluto de posibilidad y exigencia por un lado, de impotencia y oscuridad por otro. La luz de Homero y las sombras de S¨®focles, los h¨¦roes de Troya y Edipo ciego en Colono son las im¨¢genes de la vida humana. En Guardini hab¨ªa le¨ªdo: 'La melancol¨ªa es la inquietud que provoca en el hombre la proximidad de lo Eterno... Sin un temperamento melanc¨®lico no creo que sean posibles la capacidad creativa y la relaci¨®n profunda con la vida'.
Por eso pudo volver la mirada serena a su vida, enjuiciando las fases de su historia, sin avergonzarse y sin alimentar resentimiento alguno. Ejerci¨® el diagn¨®stico cr¨ªtico contra s¨ª mismo en Descargo de conciencia 1930-1960 (1976) y revis¨® en una relectura anal¨ªtica, a modo de 'retractaci¨®n' agustiniana, uno a uno sus libros principales: Hacia la recta final. Revisi¨®n de una vida intelectual (1990). ?Cu¨¢ntos espa?oles, individuos o grupos, partidos o instituciones, cuerpos profesionales o universidades, sindicatos o iglesias, han tenido el coraje de ponerse ante el espejo de su propia historia, dando cuenta y raz¨®n de ella, recogiendo preguntas y ofreciendo respuestas, resanando ese pasado y proyectando el futuro desde ¨¦l? ?O es que todos seguimos reclamando tener raz¨®n y tener cada uno toda la raz¨®n? Y as¨ª, con la sola y toda la raz¨®n por propia, asestamos el golpe del odio o de la discriminaci¨®n al pr¨®jimo, comenzando entonces por la guerra civil y acabando hoy por el terrorismo.
Ciudadano ejemplar, pensador que no ces¨® en la b¨²squeda y cristiano cabal desde el principio hasta el fin. Su cristian¨ªa fue l¨²cida por informada, reflejamente pose¨ªda y por ello connaturalizada y cr¨ªtica. Nada m¨¢s lejos de ¨¦l que la actitud de ciertos grupos hisp¨¢nicos, que miran la fe y el cristianismo desde una altiva distancia despectiva y trivializadora, consider¨¢ndose a s¨ª mismos soberanos en sabidur¨ªa y justicia, situados m¨¢s all¨¢ de toda inquietud religiosa y ajenos a interesarse por lo que el cristianismo supuso para la humanidad y para Europa. Pedro La¨ªn reflexion¨® expresamente sobre esa cuesti¨®n, desde sus ensayos Hacia una teor¨ªa del intelectual cat¨®lico (1956), El cristiano en el mundo moderno (1957) hasta su ¨²ltimo libro: El problema de ser cristiano (1996). Su muerte fue como su vida: la de Alonso de Quijano, el Bueno, reclamando testamento y sacramento, cuando la verdad de la vida hay que sellarla con la dignidad de la muerte. Tras largas reflexiones y opiniones, discutidas y discutibles, concluye as¨ª su libro Cuerpo y alma (1991): 'Si mi muerte, como hondamente deseo, me permite hacer de ella un acto personal, si no es la s¨²bita consecuencia de un accidente fortuito, al sentirla llegar dir¨¦ en mi intimidad: 'Se?or, ¨¦sta es mi vida. M¨ªrala seg¨²n tu misericordia'.
Coraje y complejidad, empe?o y distancia cr¨ªtica hicieron de Pedro La¨ªn, en palabras de Unamuno, nada menos que todo un hombre. Rof Carballo afirmaba que desde Jovellanos Espa?a no hab¨ªa dado otro ejemplar de semejante grandeza.
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es miembro de la Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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