El terrorismo, una enfermedad del g¨¦nero humano
Sari Nusseibeh reflexiona sobre las intrincadas relaciones entre las culturas ¨¢rabes y las occidentales. Para el catedr¨¢tico palestino, el problema de la violencia ata?e a todo el g¨¦nero humano y no a un sector.
El baremo cor¨¢nico lo constituyen los valores humanos universales, no las razas; ni siquiera las pretendidas religiones
Si es cierto, como dijo una vez Tuc¨ªdides tratando de explicar las acciones humanas, que el miedo es uno de los instintos primarios que determinan la conducta del Gobierno; y si es cierto, como aseguraba Maquiavelo, que para el gobernante es preferible ser odiado antes que amado, entonces sin duda el terrorismo se puede definir como un medio creado para inspirar miedo y, en consecuencia, para obligar a ejecutar -o abstenerse de ejecutar- una acci¨®n determinada. El terrorismo es un intento de 'persuasi¨®n' por la fuerza; un mecanismo psicol¨®gico vac¨ªo de todo contenido desde el punto de vista racional, y que los antiguos l¨®gicos latinos describieron, en t¨¦rminos ling¨¹¨ªsticos, como la falacia del argumentum ad bacculum. Evidentemente, no es que est¨¦ 'vac¨ªo' en el sentido de que no sea un mecanismo calculado, sino en el de que no resiste la prueba de la raz¨®n ni puede sustentar actitudes racionales o morales.
Hay distintas formas de terrorismo, cada una de las cuales emplea sus propios mecanismos de 'persuasi¨®n'. Los Estados pueden practicar el terrorismo contra sus propios ciudadanos, los soberanos y gobernantes contra sus s¨²bditos, los centinelas contra los esclavos, los maridos contra sus mujeres, los padres contra sus hijos y las naciones unas contra otras. Todos estos casos tienen un denominador com¨²n: se infunde miedo en la persona, priv¨¢ndole de libre albedr¨ªo con objeto de conseguir su sometimiento y su aquiescencia.
De los ejemplos anteriores se desprende que lo t¨ªpico es que el fuerte ejerza el terrorismo contra el d¨¦bil con la intenci¨®n de perpetuar una injusticia. En la mayor¨ªa de los casos, cuando el d¨¦bil recurre al terrorismo, lo hace movido por la desesperaci¨®n, cuando no ve otra alternativa.
?Hay mentalidades, culturas o religiones predispuestas gen¨¦ticamente a la enfermedad del terrorismo, mientras las dem¨¢s estar¨ªan 'limpias'? Hace s¨®lo 50 a?os, Europa atraves¨® uno de los periodos m¨¢s vergonzosos de su historia al producirse aquel paradigma de clasificaci¨®n humana de consecuencias tan terribles (y cuyo precio, entre par¨¦ntesis, se han visto obligados a pagar los palestinos). Si es posible extraer alguna lecci¨®n de lo sucedido entonces, seguramente es la de que dicho paradigma falla por la base al carecer de todo fundamento. Las lacras humanas como el terrorismo no pueden ni deben clasificarse en funci¨®n del color, la religi¨®n o la cultura; y los conflictos transfronterizos no pueden ni deben ser vistos como choques predeterminados dial¨¦cticamente entre el bien y el mal, entre vaqueros e indios, entre Oriente y Occidente, o entre el mundo judeocristiano y el Islam.
El Cor¨¢n dice as¨ª: 'Ning¨²n ¨¢rabe excede en m¨¦ritos a quien no lo es, salvo en la compasi¨®n. El baremo cor¨¢nico lo constituyen los valores humanos universales, no las razas; ni siquiera las pretendidas religiones. En la historia de la humanidad, la guerra no se produce entre naciones, culturas o razas distintas, sino entre quienes padecen la enfermedad y quienes sustentan los valores morales universales; se produce entre el cruzado que en las calles de Jerusal¨¦n, en medio de un ba?o de sangre, arremete a golpe de espada bajo el estandarte de la cristiandad y un san Francisco de As¨ªs para quien unos cr¨ªmenes tan nefandos como ¨¦sos son una violaci¨®n de los principios morales que defend¨ªa como cristiano.
En primer lugar, para bien o
para mal, el Islam no es un extra?o para el mundo judeocristiano. ?No deriva el Islam del cristianismo y del juda¨ªsmo, no abraz¨® ambos ampliando el mensaje de Dios? Seguramente nadie cree que exista una cultura 'occidental', obtenida rutinariamente de alg¨²n proveedor con clase o aristocr¨¢tico, algo muy distinto al modo en que la cultura se adquiere en el mundo isl¨¢mico. En el ¨¢mbito de cualquier instituto pol¨ªtico de Washington DC, en el a?o 2001, debe de costar mucho esfuerzo imaginar y apreciar como se merece, por ejemplo, una conversaci¨®n mantenida entre el profesor nestoriano Yahya Ben Adi y su alumno Al Farabi sobre la naturaleza de la relaci¨®n existente entre el lenguaje y la l¨®gica. O apreciar la trascendencia literaria y cultural de un tratado erudito sobre las caracter¨ªsticas de la Divina comedia de Dante que se encuentran en la poes¨ªa de Al Ma'rri. O, para el caso, la influencia de las ideas asi¨¢ticas en la filosof¨ªa griega, el monote¨ªsmo egipcio en el pensamiento jud¨ªo, o la relevancia intelectual que pueda tener el hecho de que un estudiante de medicina europeo del siglo XIX consultara la obra m¨¦dica y farmacol¨®gica de Avicena. ?D¨®nde acaba Hayy Ben Yaqzan, d¨®nde empiezan Robinson Crusoe y Candide? ?Tal vez las ideas del empirista brit¨¢nico John Locke derivan de su apreciaci¨®n de las sutiles distinciones efectuadas por Avicena en De anima? Y en cuanto al fil¨®sofo judeomusulm¨¢n Al Baghdadi, ?es jud¨ªo o musulm¨¢n? ?Y qu¨¦ hacemos con Maim¨®nides o Descartes y Al Ghazzali, qu¨¦ hacemos con la arquitectura y el arte? Por encima de todo: ?qu¨¦ hacemos con un hecho tan simple como el de ser todos seres humanos? ?Asumimos que las diferencias culturales y religiosas rebasan -e incluso anulan- la unidad humana subyacente? Los principios morales relacionados con la cultura y la religi¨®n, ?pesan m¨¢s que los principios humanos universales?
Se podr¨ªa replicar: todo eso est¨¢ muy bien, pero, ?c¨®mo se explica que fuesen musulmanes, abanderados de Al¨¢, los individuos identificados como autores del tr¨¢gico acto de terrorismo cometido en el World Trade Center? ?C¨®mo es que una autoridad gubernamental musulmana ha perpetrado un crimen contra la civilizaci¨®n al ordenar la destrucci¨®n de antiguos templos budistas? ?Y no son kamikazes musulmanes los que cometen atentados suicidas y hacen saltar por los aires restaurantes y clubes nocturnos llenos de civiles israel¨ªes? ?No significa eso que todos los musulmanes son terroristas, y que por tanto el mundo civilizado deber¨ªa librar su guerra antiterrorista contra los pa¨ªses y los grupos isl¨¢micos?
Seguramente el mundo civilizado deba emprender una guerra contra el terrorismo. Pero si no queremos que esa guerra avive el racismo y la intolerancia, su objetivo debe ser eliminar las causas de esta enfermedad que aflige al g¨¦nero humano. Que sea una guerra para poner en pr¨¢ctica y defender los valores humanos universales; una guerra para proteger al d¨¦bil y al oprimido; una guerra contra el hambre y la esclavitud infantil; una guerra para liberar territorios ocupados y dar una casa a quien carece de ella; una guerra para educar y acercar a las personas. En ¨²ltima instancia, el terrorismo tal vez no desaparezca, pero habr¨¢ sido tratado por un m¨¦dico, no por otro paciente afectado por la misma enfermedad.
Entretanto, no creo que los musulmanes, ni como individuos ni como comunidades, deban contentarse con la seguridad de que su religi¨®n y su cultura est¨¢n por encima de todo reproche. Por toda una serie de razones, ha estallado una enfermedad que hay que tratar con sabidur¨ªa, pero sin piedad. Tal vez los musulmanes tengan que redescubrir el islam, aprender de nuevo sus valores y mensajes. Esta tarea corresponde a los ancianos y l¨ªderes musulmanes. Como dijo el presidente Bush en su reciente discurso ante el Congreso, recordando a san Francisco de As¨ªs: no se debe permitir que el islam sea secuestrado por los individuos afectados por la enfermedad del terrorismo.
Sari Nusseibeh es presidente de la Universidad Al Quds de Jerusal¨¦n. Traducci¨®n de Pablo Ripoll¨¦s Arenas.
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