Or¨ªgenes del 'souvenir'
Cierta parte de la cr¨ªtica nos ha avisado, por unas razones u otras, de que la constante recreaci¨®n del pasado en las novelas de Kazuo Ishiguro no debe tomarse demasiado al pie de la letra. Para Barry Lewis, autor de una reciente monograf¨ªa sobre el novelista, el largo y crucial episodio ambientado en el Nagasaki posnuclear de P¨¢lida luz en las colinas (1982) tiene demasiados -y pintorescos- ecos de Madame Butterfly para que los pasemos por alto. A Malcolm Bradbury, que fue tutor de Ishiguro en la universidad, todo el Jap¨®n de Un artista del mundo flotante (1986) le parece pura japonaiseirie, 'una labor de raro manierismo'. Un lector de The Times protest¨® indignado contra Los restos del d¨ªa (1989), alegando que el oporto jam¨¢s se serv¨ªa como se describ¨ªa en la novela, distribuido por el mayordomo despu¨¦s de la cena, sino que eran los mismos caballeros comensales quienes se lo pasaban unos a otros, en el sentido de las agujas del reloj. Como respondiendo a tales acusaciones, Ishiguro ha comentado alguna vez que la suya, m¨¢s que hist¨®rica, era 'una Inglaterra m¨ªtica', 'esa Inglaterra que la industria de la nostalgia o del patrimonio suele utilizar para vender manteler¨ªas o tazas de t¨¦'.
CUANDO FUIMOS HU?RFANOS/QUAN ?REM ORFES
Kazuo Ishiguro Traducci¨®n de Jes¨²s Zulaika/Xavier P¨¤mies Anagrama/Edicions 62 Barcelona, 2000 404/368 p¨¢ginas. 2.700 pesetas
Uno est¨¢ en condiciones de esperar que la Inglaterra de esta novela sea la de H¨¦rcules Poirot, y la China..., bueno, s¨ª, la de Fu Man-chu
Con Los inconsolables (1995), atrozmente situada en una ciudad centroeuropea sin nombre ni fecha, los paladines del rigor hist¨®rico se tuvieron que callar, aunque no por ello dejaran de lamentarse de lo muy confusos que les hab¨ªa dejado aquella s¨²bita inmersi¨®n en los abismos de lo incontrastable. Gracias a Cuando fuimos hu¨¦rfanos (2000), tendr¨¢n ocasi¨®n, si quieren, de volver a hablar. Cada una de las siete partes del nuevo libro de Ishiguro viene marcada -con precisi¨®n absurda, se dir¨ªa- con un lugar y una fecha en el calendario de la d¨¦cada de 1930; y a lo largo de ¨¦l, el elemento hist¨®rico va tomando forma en 'hechos' como el tr¨¢fico de opio de las compa?¨ªas comerciales brit¨¢nicas, una conferencia titulada ?Supone el nazismo una amenaza para el cristianismo?, la entrada de las tropas alemanas en Renania, Mussolini, los ca?onazos del Ej¨¦rcito japon¨¦s sobre Shanghai, la guerrilla comunista china, Chiang Kai-shek y el Kuomintang. Ahora bien, dicho esto, habr¨¢ que decir tambi¨¦n que el h¨¦roe y narrador de la novela es un detective con lupa y una celebridad social, que ha resuelto con ¨¦xito, entre otros, el 'caso Mannering' y el 'misterio de la muerte de Charles Emery'; que este mismo detective tiene un 'caso' pendiente que le corroe por dentro, pues se trata de la desaparici¨®n de sus propios padres, acaecida en Shanghai cuando ¨¦l ten¨ªa 10 a?os; y que, en la segunda parte de la novela, viaja en efecto a Shanghai -ahora zona de guerra y hervidero de esp¨ªas- con la idea envolvente de que sus padres llevan algo as¨ª como ?18 a?os! secuestrados en una misma y misteriosa casa. En fin, que, visto lo visto y recordando ahora la escabrosa asociaci¨®n antes apuntada entre historia, mito y manteler¨ªas, uno est¨¢ en condiciones de esperar que la Inglaterra de esta novela sea la de H¨¦rcules Poirot, y la China..., bueno, s¨ª, la de Fu Man-chu.
Y esto es as¨ª, y no es as¨ª. El tra
bajo de Ishiguro con lo hist¨®rico es de filiaci¨®n posmoderna y opera sobre im¨¢genes m¨¢s que sobre 'hechos' o, mejor, sobre las im¨¢genes como hechos: algo que sin duda se opone al proceder de los nost¨¢lgicos, que tienden m¨¢s bien a concebir los hechos como im¨¢genes y a alumbrar incautas cantidades de poes¨ªa. No es por cierto ajeno, creo yo, a esta determinaci¨®n antinost¨¢lgica que, en la ret¨®rica ultraprosaica de nuestro autor, las im¨¢genes 'literarias' (l¨¦ase met¨¢foras, s¨ªmiles, etc¨¦tera) brillen por su ausencia, y que brillen en cambio planas descripciones y frases como 'el interior de la tienda estaba atestado de objetos' que parecen requerir con insolencia una agriada inspecci¨®n de la polic¨ªa estil¨ªstica. La maniobra de Ishiguro con las im¨¢genes 'hist¨®ricas' cabe verla, por su parte, a la luz de una astuta y algo implacable deconstrucci¨®n. Elige una 'construcci¨®n' protot¨ªpica como es el detective con lupa y, despu¨¦s de situarla y explicarla en su medio (Inglaterra), la arroja fuera de ¨¦l (a Shanghai) para ver c¨®mo se comporta sin la protecci¨®n de la cultura a la que sirve. Podemos adelantar que se comporta torpe y precariamente; que, sin coartadas, funciona fatal; y que, lejos de su biotopo, revela parad¨®jicamente no s¨®lo su conducta impropia, sino sus or¨ªgenes m¨¢s inconfesables.
La primera parte de la novela nos desvela la fr¨¢gil composici¨®n individual de la imagen del detective, y vemos as¨ª a un tipo anclado en fantas¨ªas infantiles, torturado por su sentimiento de orfandad, y animado por una visiblemente falsa seguridad en s¨ª mismo. Para ¨¦l, su condici¨®n detectivesca no es m¨¢s, aunque lo niegue o trascienda, que una conquista social, un status, y su satisfacci¨®n en el bordado del estereotipo es la del advenedizo dispuesto a plegarse, a demostrar que ¨¦l no es ning¨²n 'bicho raro' como dicen algunos, y a encontrar cueste lo que cueste -como ese otro gran souvenir de las Islas Brit¨¢nicas, el mayordomo de Los restos del d¨ªa- un patr¨®n donde encajar. Siendo, por lo dem¨¢s, este tipo un narrador caracter¨ªsticamente ishiguriano que 'cree recordar', que 'no sabr¨ªa decir realmente', que 'se pregunta si' y 'tiene casi la certeza de', el contraste entre sus atenuaciones nebulosas y la contundencia con que afirma los proyectos y los ¨¦xitos de su personalidad social resulta tan c¨®mico como dram¨¢tico. En la segunda parte, proyectado a Shanghai, se empe?a denodadamente en convertir las agitaciones del entorno hist¨®rico en una intriga ex¨®tica de agentes secretos creada ex profeso, se dir¨ªa, para su lucimiento personal... hasta el punto delirante de convencerse de que la resoluci¨®n del caso de la desaparici¨®n de sus padres puede cambiar el curso de los acontecimientos mundiales. El choque entre el individuo hecho imagen y la historia ajena a sus imaginaciones se establece en un clima de desquiciado acto de voluntad: un mundo de bombas, ratas y 'montones de intestinos humanos' que el detective entiende tan s¨®lo como escenario de la gran escena del rescate de sus padres...
Amargas revelaciones
LAS TRANSFORMACIONES que exige el h¨¦roe al mundo entero acaban irremisiblemente volvi¨¦ndose contra ¨¦l, o conspirando en todo caso para depararle amargas revelaciones. Y, aunque todo est¨¢ calculado, en su disparatada coherencia, para que ¨¦stas le sean servidas en una escena de g¨¦nero por un personaje de g¨¦nero -el testigo del pasado que vuelve y lo sabe todo-, el detective habr¨¢ de descubrir al final de su periplo qu¨¦ horribles cimientos sostienen su carrera, su 'sentido de misi¨®n', sus impulsos redentores y, en fin, su deseo de identidad. Alguna de estas revelaciones, a tono con el caos desatado en Shanghai, parece destinada a convertirlo en otro inconsolable. La parte referida a la desaparici¨®n del padre, por ejemplo, es plausiblemente destructora en su laconismo y hasta en su vulgaridad. Pero, en lo tocante a la madre, la trama da un giro victoriano y, entre las sombras de un destino trist¨ªsimo, asoma la imagen consoladora de un gran sacrificio. Es posible que esta imagen sea igualmente ficticia, y que para salir de sus fantas¨ªas infantiles el h¨¦roe necesite otra fantas¨ªa. Pero, consolaciones aparte, la impresi¨®n final -tambi¨¦n muy victoriana- es la de una herencia vergonzosa, la de una terrible mancha en el origen mismo de la rutilante carrera de detective que ha dado 'sentido' a su hu¨¦rfana vida..., lo que, a un nivel hist¨®rico, ahora reconciliado, equivale a la clase de miserias imperiales sobre las que la cultura brit¨¢nica ha erigido algunas de sus m¨¢s evocadoras estampas. En Grandes esperanzas, un descubrimiento similar serv¨ªa a Pip para dejar de ser un petimetre; al protagonista de Cuando fuimos hu¨¦rfanos lo envejece dr¨¢sticamente, convirti¨¦ndolo en un hombre quiz¨¢ algo chocho, pero m¨¢s sereno y cabal, capaz de mirar con mayor ecuanimidad tanto sus triunfos como sus fracasos. Hoy algunos activistas piden que nos fijemos en d¨®nde se fabrica la ropa que compramos. Lo que nos ense?a Ishiguro en esta novela es la sucia etiqueta que cuelga del reverso de la manteler¨ªa, y lo que pasa cuando se ve.
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