Las r¨¦plicas del 11 de septiembre
As¨ª como, luego de los grandes terremotos la tierra queda temblando muchos d¨ªas, las r¨¦plicas de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en New York y Washington, ser¨¢n largas y transformar¨¢n de manera radical la vida p¨²blica y privada del siglo XXI. Aunque algunos de estos corolarios son imprevisibles, sobre todo en los ¨¢mbitos pol¨ªtico y militar, en un campo espec¨ªfico no hay duda que el efecto ser¨¢ positivo: los grupos y movimientos terroristas de los cinco continentes, y los partidos y Estados que los prohijan, tendr¨¢n la vida mucho m¨¢s dif¨ªcil que hasta ahora, pues ser¨¢n perseguidos y acosados de manera sistem¨¢tica por las potencias democr¨¢ticas, sin las complacencias de anta?o. Estados Unidos y la Uni¨®n Europea han tomado conciencia de lo expuestos que est¨¢n a padecer ataques semejantes a los que destruyeron el Pent¨¢gono y las Torres Gemelas de Wall Street y en el futuro coordinar¨¢n sus acciones antiterroristas sin los subterfugios y mezquindades de anta?o, conscientes por fin de que, entre los fan¨¢ticos practicantes del terror, hay una solidaridad de base cuyo blanco com¨²n es, por encima o por debajo de un gobierno concreto, la destrucci¨®n de la legalidad y la libertad como formas de vida.
?sa es la raz¨®n porque la ETA en Espa?a, y las FARC y el ELN en Colombia, y Fidel Castro en Cuba, para citar s¨®lo ejemplos iberoamericanos, se han apresurado a condenar los atentados de Manhattan y a tomar distancia con el fundamenta1ismo isl¨¢mico. Y, a trav¨¦s de sus voceros, aliados y testaferros, a sostener la peregrina tesis de que no todos los terrorismos son equivalentes, que, en ciertos contextos hist¨®ricos, despanzurrar pac¨ªficos ciudadanos con coches-bomba, descerrajar tiros en la nuca a los adversarios pol¨ªticos, o valerse del secuestro y la coerci¨®n para autofinanciarse, son operaciones justificables. Si la campa?a de los pa¨ªses democr¨¢ticos contra quienes ejercen el terror se traduce en una pol¨ªtica de apoyo efectivo y sistem¨¢tico a la democratizaci¨®n de las sociedades v¨ªctimas de dictaduras, el mundo progresar¨ªa de manera r¨¢pida, no s¨®lo en lo que concierne a la convivencia y los derechos humanos; tambi¨¦n, a la seguridad.
Pero, luego de la declaraci¨®n de la Casa Blanca de que la acci¨®n militar de represalias contra el terror por parte de Estados Unidos no se fijar¨¢ como objetivo la defenestraci¨®n del gobierno afgano talib¨¢n y su reemplazo por otro, menos intolerante y represivo, sino, exclusivamente, capturar a Osama Bin Laden y sus hombres de mano, se abre una inquietante inc¨®gnita. Es verdad que esta declaraci¨®n fue hecha por razones diplom¨¢ticas, para no asustar demasiado a las satrap¨ªas del Golfo P¨¦rsico, tipo Arabia Saudita, con cuya ayuda log¨ªstica cuenta Estados Unidos y a cuyos reg¨ªmenes desp¨®ticos la idea de democracia produce pavor. Pero, lo cierto es que si la acci¨®n de represalias por el 11 de septiembre va a confinarse en la persecuci¨®n del terrorista saudita y sus c¨®mplices, aun si lo capturan o matan se habr¨¢ ganado tan poco en la lucha contra el terror, como cuando, durante la guerra del Golfo, se liber¨® Kuwait pero se preserv¨® intacto el r¨¦gimen autoritario de Sadam Hussein, que, adem¨¢s de esclavizar al pueblo iraqu¨ª, sigue auspiciando la violencia pol¨ªtica contra los pa¨ªses occidentales y es un nido de terroristas. Si no se propone como meta la internacionalizaci¨®n de los derechos humanos, la legalidad y la 1ibertad, la campa?a contra el terror que est¨¢ en marcha ser¨¢ mero espect¨¢culo, desprovisto de contenido.
Hasta el momento, los mayores beneficiarios pol¨ªticos de la tragedia ocurrida en Estados Unidos son Vlad¨ªmir Putin y Ariel Sharon. Actuando con una habilidad y presteza indiscutibles, el primer ministro ruso, solidariz¨¢ndose de manera instant¨¢nea con Washington y poniendo a su servicio la vasta experiencia adquirida por Rusia durante la guerra de Afganist¨¢n, ha conseguido para su persona y su gobierno una presencia de primer plano en la esfera internacional y una audiencia y simpat¨ªa que hasta ahora no ten¨ªan, y que ¨¦l ha aprovechado, con olfato de gran sabueso, para promover su tesis de que hay una alianza visceral del fundamentalismo isl¨¢mico y los grupos terroristas tipo Al Qaeda, de Osama Bin Laden, con los independentistas chechenos. Cierta o falsa -la verdad, sin duda, est¨¢ a medio camino entre esos extremos- esta tesis tiene ahora una aceptaci¨®n mucho m¨¢s amplia que en el pasado y es muy posible que, en el futuro inmediato, el Occidente deje de presionar a Rusia por las violaciones a los derechos humanos en Chechenia, y, acaso, hasta colabore con el gobierno ruso, este flamante aliado, en su enfrentamiento con los independentistas chechenos para cuya causa la voladura de las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono habr¨¢ sido fatal.
Y, lo mismo, para los palestinos, a los que el gobierno israel¨ª de Ariel Sharon se empe?a ahora, tambi¨¦n en raz¨®n de las nuevas circunstancias, en presentar ante los gobiernos de los pa¨ªses democr¨¢ticos bajo el r¨®tulo gen¨¦rico de fundamentalistas y terroristas (su ministro de Defensa ha llamado a Arafat 'el Osama Bin Laden palestino'), caricatura que hasta hace algunas semanas s¨®lo hubiera provocado un rechazo un¨¢nime, y, ahora, en cambio, consideraciones muy matizadas, y, en algunos sectores, hasta aceptaci¨®n. Es verdad que, presionado por Washington, Sharon ha tolerado, luego de prohibirlo, que el Presidente de la Autoridad Palestina y su ministro de Relaciones Exteriores, Simon Peres, se reunieran y emitieran una vaga declaraci¨®n que parece dejar la puerta abierta para nuevas negociaciones. Pero, in¨²til enga?arse. Si antes del 11 de septiembre Sharon era un adversario declarado de los acuerdos de Oslo, en la actualidad lo es mucho m¨¢s. Pues se siente m¨¢s seguro de sus posiciones extremistas, convencido de que la sangre de los siete mil asesinados en Estados Unidos por el terrorismo islamista puede manchar tambi¨¦n a la causa palestina y reforzar a quienes en Israel, como ¨¦l y sus seguidores, se niegan a hacer la menor concesi¨®n en aras de una paz s¨®lida con los palestinos y creen que la dr¨¢stica acci¨®n policial y militar -incluido el terror de Estado, es decir, los asesinatos selectivos- servir¨¢ para aniquilar la Intifada y las aspiraciones de la poblaci¨®n sometida. Yo, y muchos antiguos amigos y defensores de Israel, creemos que ¨¦sta es una convicci¨®n monstruosa, y asimismo una ilusi¨®n, pues, adem¨¢s de amparar terribles injusticias y cr¨ªmenes, s¨®lo servir¨¢ paradeslucir todav¨ªa m¨¢s la imagen internacional de Israel y privarlo de la legitimidad moral sobre sus adversarios que le daba el ser un Estado democr¨¢tico en una regi¨®n donde campea el despotismo. Pero, en lo inmediato, es posible que, debido a la proverbial raz¨®n de Estado, Sharon se salga con la suya, y los pa¨ªses occidentales, empezando por Estados Unidos, sean m¨¢s tolerantes, y hasta c¨®mplices, con la pol¨ªtica de intolerancia y excesos de este 'aliado' de toda confianza en la lucha contra el terrorismo de sesgo fundamentalista. La explosi¨®n de Wall Street y su org¨ªa de cad¨¢veres ha acabado de enterrar definitivamente los acuerdos de Oslo y de retrasar la paz en Oriente Medio hasta las calendas griegas.
Pero, tal vez, el da?o mayor que, como una infecci¨®n de efecto retardado, resultar¨¢ de los atroces atentados del 11 de septiembre, ser¨¢ el retroceso de la cultura de la libertad en los propios pa¨ªses democr¨¢ticos. Escribo este art¨ªculo en Londres, donde, en contraste con lo que suele ser la tradicional sangre fr¨ªa de los nativos, la opini¨®n p¨²blica vive hoy un clima de tensi¨®n y de alarma sobre la seguridad que no es exagerado llamar paranoico. En diarios, radios y programas de televisi¨®n el tema obsesivo es el de los pr¨®ximos atentados terroristas: si habr¨¢ una escalada y si, la pr¨®xima proeza de Bin Laden o cualquiera de sus pares, ser¨¢ detonar un artefacto at¨®mico que pulverice la City, o envenenar las aguas, el aire, el alimento con ponzo?a biol¨®gica, posibilidades que se explican y aquilatan por medio de expertos, que, impert¨¦rritos, explican los mecanismos de la potencial acci¨®n homicida colectiva y adelantan escalofriantes estad¨ªsticas sobre el n¨²mero de presuntas v¨ªctimas. ?Podr¨¢n sobrevivir, en un clima de esta ¨ªndole, todas las libertades individuales de las que Gran Breta?a se ennorgullece con tanta justicia? Por lo pronto, una encuesta de un diario local ya dio como resultado que una mayor¨ªa de encuestados se declare a favor de que se imponga el carnet de identidad, con obligaci¨®n de llevarlo consigo d¨ªa y noche, para todos los ciudadanos, a fin de facilitar las operaciones de vigilancia y control de sospechosos. Que se adopte esta medida, ya corriente en muchos pa¨ªses democr¨¢ticos, parece una insignificancia. Pero no lo es.
Pues, con el mismo argumento con que se exige que los ciudadanos lleven consigo una identificaci¨®n, se puede justificar el 'pinchazo' telef¨®nico, los registros domiciliarios, las detenciones preventivas, pol¨ªticas anti-imigraci¨®n, y recortes a la libertad de prensa. La verdad es que, frente a la amenaza del aniquilamiento masivo, que a partir del 11 de septiembre pender¨¢ como una espada de Damocles sobre el ¨¢nimo de los ciudadanos de las sociedades m¨¢s pr¨®speras y poderosas del planeta, el apego a los grandes valores de la legalidad y la libertad individual se debilita, pasa a segundo plano, desplazada por el obsesionante y perfectamente leg¨ªtimo annelo de seguridad. ?Qui¨¦n puede negar que una sociedad abierta es m¨¢s vulnerable a la acci¨®n terrorista de los grup¨²sculos fan¨¢ticos que un estado policial, donde todos los movimientos y acciones de los ciudadanos est¨¢n controlados por un poder omn¨ªmodo? Desde luego, ni Estados Unidos ni los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea se van a volver sociedades totalitarias en raz¨®n de la muy comprensible inseguridad y miedo que ha cundido en ellas luego de los horrores del 11 de septiembre. Pero no cabe la menor duda de que, en todas ellas, la b¨²squeda de la seguridad, que ha pasado a ser la primera prioridad para gobiernos y ciudadanos, va a traer consigo una merma sensible de los derechos y prerrogativas que hab¨ªa conquistado para el ciudadano com¨²n la cultura democr¨¢tica. Los criminales fan¨¢ticos que empotraron los aviones en las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono no se equivocaron: el mundo es ahora, gracias a ellos, menos seguro y menos libre.
? Mario Vargas Llosa, 2001. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2001.
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