Algo m¨¢s sobre Juan Hidalgo
Digo yo que Juan Hidalgo, pese a no ser alguien dado a inmutarse por tales cosas, no dejar¨¢ tampoco de esbozar cuando menos una discreta sonrisa al comprobar, vez tras vez, c¨®mo se cumple la previsible certeza de que cada nuevo texto a ¨¦l dedicado arranque con la evocaci¨®n de rigor del episodio legendario de Zaj, como si no hubiera hecho desde entonces, y en cada momento, algunas cosas m¨¢s. No ser¨¦ yo, en todo caso, quien rompa esa tradici¨®n, pero con la apelaci¨®n al pasado intentar¨¦ ante todo distinguir una cuesti¨®n que considero determinante a la hora de calibrar la significaci¨®n de la figura de Hidalgo desde su proyecci¨®n en el presente. En alguna ocasi¨®n anterior me he referido al riesgo de que la mitificaci¨®n, por otra parte l¨®gica e inevitable, de la aventura de Zaj llevara a interpretar la posterior andadura en solitario del artista canario como mera explotaci¨®n rutinaria de los gestos del pasado.
JUAN HIDALGO
Fotograf¨ªa Galer¨ªa Juana de Aizpuru Barquillo, 44, 1?. Madrid Hasta el 26 de octubre
No es, en cualquier caso, un destino que hayan sabido evitar otros creadores de talla, elevados a los altares por la historia, pero devaluados a la postre en rentable parodia de s¨ª mismos y de sus clich¨¦s m¨¢s celebrados.
Pero existe otro peligro, no menor, de signo estrictamente contrario, el de una mirada que prejuzgue su trabajo desde el estricto tiempo actual y la absoluta ignorancia del pasado, lo que conduce a una lectura tanto m¨¢s empobrecedora e incierta, si cabe, que la anteriormente apuntada.
La franja de p¨²blico m¨¢s reciente que se acerque a estos trabajos que Hidalgo re¨²ne en su actual muestra madrile?a, fechados salvo en alg¨²n caso en el curso de los tres ¨²ltimos a?os, creer¨¢ identificar sin duda en ellos -en la dicci¨®n y temperatura de las series fotogr¨¢ficas, en el tono de indolente desapego, en la actitud ante el objeto y en determinados temas- no pocos registros b¨¢sicos reiterados entre los comportamientos dominantes en el arte de la ¨²ltima d¨¦cada.
Se trata en todo caso de una percepci¨®n, no estrictamente err¨®nea, pero que debe al menos ser severamente matizada. Pues, en rigor, no resultar¨ªa descabellado afirmar que, m¨¢s que ajustarse el trabajo de Hidalgo a los estereotipos dominantes en el arte de hoy, son a la postre ¨¦stos los que vienen a confluir con lo que ha sido, de siempre, esencial al hacer del creador canario. O dicho de otro modo, que no es nuestro artista quien sigue las pautas del presente sino la moda dominante la que, al final, se parece a Juan Hidalgo.
Pero es obligado destacar a su vez que esa analog¨ªa no procede, o no exclusivamente, del arquetipo de Zaj. Es cierto, por ejemplo, que la cadencia serial de ese clich¨¦ que define a buena parte de los referentes designados en sus iconos recientes con esa f¨®rmula de una botella m¨¢s o un sombrero m¨¢s, es directamente deudora de aquellos etc¨¦teras que Hidalgo prodig¨® en la era Zaj y, en ese sentido, prolongan en el tiempo su tan singular e intempestiva po¨¦tica de ritualizaci¨®n de lo trivial.
Pero el uso y tonalidad
espec¨ªfica de las series fotogr¨¢ficas surgen, antes bien, de la evoluci¨®n del Hidalgo de los a?os setenta, ya en una ¨¦poca de progresiva difuminaci¨®n del Zaj tard¨ªo y de otras complicidades paralelas. Un tiempo al que podemos tambi¨¦n remontar, en alguna medida, la sintaxis del objeto que, con todo, no llegar¨¢ a eclosionar en plenitud sino con el Hidalgo m¨¢s reciente. Y es as¨ª, en definitiva, como el perfil actual de Juan Hidalgo nace de la impasible terquedad de un paseante de fondo, que a fuerza de andar a su aire y sin premura ha acabado por conseguir -aqu¨ª, sin duda, apuntar¨¢ otra sonrisa- que todos, tras ¨¦l, marquen el paso.
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