Rancias letan¨ªas
Poco ha tardado en aflorar el antiamericanismo visceral de los que no perdonan la victoria de Estados Unidos en la guerra fr¨ªa. S¨®lo las pocas semanas transcurridas desde el comienzo de los bombardeos de la coalici¨®n sobre los campamentos de entrenamiento de Al Qaeda y las posiciones del r¨¦gimen talib¨¢n, protector del terrorista-en-jefe internacional Osama Bin Laden. Durante cerca de una d¨¦cada, desde el 31 de diciembre de 1979 hasta 1989, las tropas sovi¨¦ticas ocuparon Afganist¨¢n y las bajas afganas producidas por la ocupaci¨®n ascendieron a decenas de miles de v¨ªctimas. Las hemerotecas y las radiotecas no registran, sin embargo, una sola protesta por las cuantiosas bajas de los guerrilleros que combat¨ªan la ocupaci¨®n extranjera, ni las calles y plazas espa?olas presenciaron una sola manifestaci¨®n a favor de los que defend¨ªan la independencia de su pa¨ªs. Ya se sabe. Al estar financiados por la CIA, se convert¨ªan autom¨¢ticamente en agentes del perverso imperialismo estadounidense y, por tanto, su sacrificio no contaba.
Los malos de esta pel¨ªcula no son Bush, Blair, Chirac, Schr?der o sus acompa?antes
Estados Unidos ha sido atacado en su propio territorio y ha sufrido en el ataque el doble n¨²mero de v¨ªctimas que el causado por los japoneses en Pearl Harbour, desencadenante de la declaraci¨®n de guerra a Jap¨®n. Como Franklin D. Roosevelt en 1941, George W. Bush ha declarado la guerra al enemigo actual, el terrorismo internacional y a 'los reg¨ªmenes que le cobijan y amparan'. Y la guerra ha comenzado en Afganist¨¢n donde Bin Laden y sus aliados de otras organizaciones terroristas han campado y, hasta ahora, campan a sus anchas.
Pero, contrariamente a lo que algunos pretenden, no es una guerra contra Afganist¨¢n, ni mucho menos contra el islam, muchos de cuyos fieles, entre cinco y seis millones, son ejemplares ciudadanos estadounidenses. Se trata de derribar a un r¨¦gimen tir¨¢nico que permite la utilizaci¨®n de su territorio para la planificaci¨®n y ejecuci¨®n de un terrorismo a escala global, que no s¨®lo apunta a Estados Unidos, sino a todo lo que Occidente representa: democracia, libertad individual, igualdad de sexos y secularizaci¨®n de la sociedad.
La coalici¨®n liderada por Washington no s¨®lo no lucha contra Afganist¨¢n como naci¨®n, sino que hace todo lo posible -y ese posibilismo es una de las causas de la aparente falta de resultados b¨¦licos- para que, en un futuro gobierno en Kabul, est¨¦n representadas todas las etnias y tendencias del pa¨ªs. ?O es que los uzbecos y tayikos del norte, los past¨²n no talibanes del centro y del sur y las tribus proiran¨ªes del oeste son menos afganos que los seguidores del fan¨¢tico mul¨¢ Omar, por el mero hecho de que reciban ayuda de Occidente?
Todas las guerras producen, desgraciadamente, v¨ªctimas civiles y ¨¦sta no iba a ser una excepci¨®n. La diferencia con otras es que los aviones norteamericanos y brit¨¢nicos no incluyen objetivos civiles en sus incursiones a¨¦reas, a pesar de que gran parte de la artiller¨ªa antia¨¦rea talib¨¢n se encuentra instalada en edificios privados. Las v¨ªctimas civiles se han debido a lamentables fallos humanos, actualmente investigados por el mando militar, que no excluye la aplicaci¨®n de sanciones disciplinarias a los causantes, y no a acciones indiscriminadas. En todo caso, tratar de convertir la muerte de civiles, inevitable en toda guerra, en una letan¨ªa m¨¢s del rosario de maldades que ciertos a?orantes del Viejo Orden atribuyen permanentemente a Estados Unidos resulta cuanto menos obsceno.
Para darse cuenta de lo que se juega el mundo en esta campa?a, que no va a terminar en Afganist¨¢n, deber¨ªan leer el art¨ªculo que publica esta semana en The Economist el director del Centro para la Ciencia y los Asuntos Internacionales de la Escuela Kennedy de Administraci¨®n P¨²blica de Harvard, Graham Allison, donde se relatan minuciosamente los esfuerzos de Bin Laden desde 1992 para dotar a Al Qaeda de una cabeza nuclear o de material de fisi¨®n para construir un ingenio at¨®mico. Quiz¨¢s, entonces, se avinieran a aceptar que los malos de la pel¨ªcula no son Bush, Blair, Chirac, Schr?der y acompa?antes.
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