A prop¨®sito de las armas de destrucci¨®n masiva
En lo que al d¨ªa a d¨ªa se refiere, he sido siempre una persona bastante optimista, y la vida me ha tratado bien tanto biol¨®gica como profesionalmente. Pero en dos ocasiones me he sentido absolutamente horrorizado al ver a la humanidad al borde del abismo, y s¨®lo una peque?a minor¨ªa parec¨ªa ser consciente del peligro mortal, y mucho menos tener una idea clara de c¨®mo evitar cat¨¢strofes futuras. La primera ocasi¨®n fue en agosto de 1945, cuando mi pa¨ªs, en cuyas fuerzas armadas trabajaba como cart¨®grafo, arroj¨® la reci¨¦n inventada bomba at¨®mica sobre dos ciudades japonesas densamente pobladas, mat¨® a decenas de miles de seres humanos inocentes en una fracci¨®n de segundo, y cre¨® riesgos para la salud de por vida a otros varios millones de personas. La segunda ocasi¨®n fue la destrucci¨®n de las Torres Gemelas y de una parte del Pent¨¢gono el 11 de septiembre, a manos de grupos de terroristas suicidas de buen nivel cultural y aparentemente convencidos de que ir¨ªan al Para¨ªso por la sagrada haza?a de haber destruido los s¨ªmbolos m¨¢ximos de la odiada superioridad econ¨®mica y militar estadounidense.
Como historiador s¨¦ muy bien que se han ofrecido toda clase de 'justificaciones' para el uso de la bomba at¨®mica: que forz¨® a Jap¨®n a rendirse incondicionalmente sin necesidad de una costosa invasi¨®n de las islas del territorio japon¨¦s, que impidi¨® una posible y no deseada acci¨®n sovi¨¦tica en Extremo Oriente y de paso advirti¨® a los sovi¨¦ticos de que Estados Unidos pose¨ªa un arma del d¨ªa del Juicio Final, que salv¨® decenas de miles de vidas estadounidenses, que el n¨²mero inmediato de muertos japoneses no fue mayor que el que causaron semanas de bombardeo 'convencional' de ciudades alemanas, etc¨¦tera. Pero lo que me impresion¨® entonces fue el empleo de dos bombardeos at¨®micos, con un intervalo de s¨®lo tres d¨ªas, contra ciudades densamente pobladas, cuando la potencia sobrecogedora de la nueva arma se pod¨ªa haber demostrado perfectamente contra alg¨²n objetivo puramente militar. M¨¢s tarde me enter¨¦ de que cientos de cient¨ªficos que hab¨ªan trabajado en la bomba hab¨ªan intentado presentar una petici¨®n al gobierno para que no la lanzase primero en una gran ciudad; y me sent¨ª orgulloso, y hasta el d¨ªa de hoy me sigo conmoviendo profundamente al recordar el hecho de que el alto cargo con acceso directo al presidente Truman que hab¨ªa aconsejado que no se lanzase la bomba hab¨ªa sido el ya fallecido James Byant Conant, presidente de la Universidad de Harvard en la que yo me hab¨ªa licenciado s¨®lo tres a?os antes.
En los dos meses transcurridos desde el 11 de septiembre ha habido unas cuantas buenas se?ales y varias terribles. El decoro de la gente corriente qued¨® demostrado con la profusi¨®n masiva, generosa y espont¨¢nea de ayuda a las v¨ªctimas de los ataques. Tambi¨¦n ha sido reconfortante ver a Rusia, China, la Uni¨®n Europea y Estados Unidos reconocer su dependencia mutua de cara al terrorismo fan¨¢tico. Es alentador ver c¨®mo insiste la ONU en que las acciones de la 'guerra' contra el terror y que afectan al futuro de Afganist¨¢n deber¨ªan ser asunto de Naciones Unidas en vez de una mera decisi¨®n estadounidense, y es agradable saber que a los presidentes Putin y Bush les gusta mirarse a los ojos.
Pero ha sido terrible contemplar al mismo tiempo la ingenua indignaci¨®n de los estadounidenses (c¨®mo pueden odiarnos, a nosotros que salvamos dos veces a Europa en guerras mundiales, que lanzamos comida junto con las bombas, etc); escuchar a los 'bustos parlantes' (periodistas de televisi¨®n) explicar con voz exaltada la naturaleza de 'la primera guerra del siglo XXI' (?deber¨ªamos en estos momentos ponernos en pie y aplaudir?); ver fotos censuradas de bombardeos masivos que con toda seguridad est¨¢n destruyendo una buena parte de la infraestructura de Afganist¨¢n e impidiendo la llegada de la ayuda humanitaria internacional; ver c¨®mo el declive de las Humanidades y de las ciencias sociales civiles en nuestras universidades se ve acompa?ado de un incremento en los institutos de los 'estudios estrat¨¦gicos', l¨¦ase estudios de estrategias militares, policiales, anti-'subversi¨®n', anti-terrorismo, y de manipulaci¨®n de los hechos. Y con la excusa de que estamos 'en guerra', nuestro archiconservador presidente est¨¢ haciendo que el Congreso apruebe leyes que restringir¨¢n las libertades civiles de todos los ciudadanos, y que someter¨¢n a los sospechosos de terrorismo a juicios militares pero con menos garant¨ªas legales para la defensa que las habituales en los procesos militares. Adem¨¢s, para ayudar a la deprimida econom¨ªa, pretende que se hagan enormes devoluciones a las grandes corporaciones por los impuestos sobre sociedades pagados durante los ¨²ltimos diez a?os.
Ahora m¨¢s que nunca, en este paroxismo voluntario de fiebre b¨¦lica -y lo llamo voluntario porque los ataques terroristas se combaten en realidad con contraespionaje, con cortapisas al blanqueo de dinero y a los mercados negros del tr¨¢fico internacional de armas, y con cooperaci¨®n policial internacional, no con bombardeos a¨¦reos masivos- veo la necesidad de colocar la eliminaci¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva en el primer lugar de la agenda internacional. Perm¨ªtanme que compare a grandes rasgos la situaci¨®n de la segunda mitad del siglo XX con la situaci¨®n de hoy.
En 1949 los sovi¨¦ticos hicieron estallar su primera bomba at¨®mica, y en 1953 ambas superpotencias consiguieron la bomba nuclear (de hidr¨®geno). Diez a?os m¨¢s tarde, tras haber reconocido ambas potencias la amenaza para la salud mundial que supon¨ªan las pruebas en la atm¨®sfera, y tras haberse apuntado el Reino Unido, Francia y China al 'club' nuclear, firmaron un acuerdo para no volver a hacer explotar 'ingenios' nucleares sobre la superficie. En aquellos a?os, en los que s¨®lo hab¨ªa dos potencias nucleares importantes, se perdi¨® una oportunidad de oro para prohibir las armas nucleares antes de que pasaran a formar parte de los arsenales de numerosos pa¨ªses. Pero por lo menos, en 1972, reconociendo que un 'equilibrio de terror' o la perspectiva de una 'destrucci¨®n mutua garantizada' constituir¨ªa una restricci¨®n provisional a la locura nuclear, firmaron el Tratado sobre Misiles Antibal¨ªsticos (ABM) en el que se prohib¨ªa el desarrollo de sistemas de defensa contra misiles nucleares.
Varios tratados posteriores han limitado el aumento de armas nucleares para las potencias nucleares existentes, y al ratificar el Tratado de No Proliferaci¨®n, en 1970, las potencias nucleares existentes se comprometieron a iniciar su propio desarme nuclear como justificaci¨®n para su exigencia de que otros pa¨ªses no intentaran entrar en el 'club' nuclear. Pero nunca comenzaron el desarme, y a finales de siglo Israel, India y Pakist¨¢n se hab¨ªan apuntado al club y Corea del Norte compensaba su extremada pobreza vendiendo tecnolog¨ªa nuclear a Pakist¨¢n, Ir¨¢n, e Irak. Estos dos ¨²ltimos pa¨ªses, junto con Corea del Norte, hab¨ªan sido bautizados como 'Estados rebeldes' por EE UU y todas las potencias nucleares estaban preocupadas por la posibilidad de que los tres pudieran llegar pronto a ser miembros de pleno derecho del club nuclear.
En cuanto a la situaci¨®n actual, el Senado de Estados Unidos ha rechazado todos los intentos de tratado de la pasada d¨¦cada: el Tratado de Prohibici¨®n Total de Pruebas Nucleares, y los tratados que declaraban ilegales las armas qu¨ªmicas y biol¨®gicas. La noci¨®n del inter¨¦s nacional de EE UU ha podido m¨¢s que todos los esfuerzos internacionales. Con la esperanza de encandilar al presidente Putin para que acepte que el tratado ABM de 1972 es un anacronismo, Estados Unidos ha anunciado su intenci¨®n de construir un sistema de defensa antimisiles que llevar¨¢ al espacio la futura carrera de armamentos. Este caro juguete tecnol¨®gico quedar¨¢ anulado con el uso de se?uelos y de diversos tipos de cachivaches f¨ªsicos y qu¨ªmicos para confundir al aparato detector.
Como parte de su plan de guerra en Afganist¨¢n, Estados Unidos ha hablado recientemente de 'retirar' si fuera necesario el peque?o n¨²mero de armas nucleares de Pakist¨¢n. Imag¨ªnense c¨®mo ser¨¢ dentro de 50 a?os cuando haya 30 o 40 naciones, adem¨¢s de varias mafias internacionales, que posean alg¨²n grado de 'capacidad' nuclear, qu¨ªmica o biol¨®gica, y que Estados Unidos y otras potencias tendr¨¢n que 'retirar'. Es dif¨ªcil para el ser humano imaginar la locura total y suicida, pero a eso es a lo que nos encaminamos si no le damos la vuelta a toda la situaci¨®n actual. Desde el rancho Crawford de Texas, Bush y Putin han anunciado que reducir¨¢n el n¨²mero de misiles de alerta de alta precisi¨®n a menos de 2.000 cada uno. Esto significar¨¢ que s¨®lo se podr¨¢n destruir diez veces el uno al otro, en lugar de 100 como antes.
Pero el mundo necesita algo mucho mejor que eso. Necesitamos que se ponga en marcha una conferencia de desarme patrocinada por la ONU, que dure tantos a?os como sea necesario, para acordar la destrucci¨®n de todas las armas de destrucci¨®n masiva y el compromiso de no sustituirlas. Estados Unidos se ha negado en el pasado a ratificar cualquier tratado de este tipo bas¨¢ndose en que no hay forma de controlar si se hace trampa. Pero todas las pruebas nucleares desde 1949 han sido detectadas por los sism¨®grafos de distintos pa¨ªses. Las principales fugas de material nuclear y conocimientos cient¨ªficos hasta el momento se han producido por la incapacidad de Rusia de pagar los sueldos de sus cient¨ªficos de primera categor¨ªa y por las decisiones independientes de China y Corea del Norte. Si hubiera un consenso mundial para un proceso de desarme, los equipos internacionales de cient¨ªficos y t¨¦cnicos que cooperasen en el desmantelamiento de las mort¨ªferas armas tendr¨ªan el derecho de visitar todos los laboratorios e instalaciones industriales importantes. En esas circunstancias, en vez de saber lo que est¨¢ pasando por medio del espionaje y el periodismo, lo sabr¨ªamos gracias a los actos legales de cient¨ªficos competentes de todas las nacionalidades.
Gabriel Jackson es historiador estadounidense.
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