El 20-N
El 20-N es un reliquia en franca decadencia. Los s¨ªmbolos y las fechas mantienen vivo su significado mientras permanecen en la memoria de las personas, y cada a?o son menos los que rememoran lo acontecido ese d¨ªa del mes de noviembre. Para mis hijos, que son mayorcitos, es una jornada m¨¢s del calendario, e incluso para mis padres, que son mayores, la efem¨¦rides pasar¨ªa inadvertida de no ser por algunos acontecimientos ciertamente pintorescos. No se me ocurre un calificativo m¨¢s piadoso para definir lo sucedido en Madrid el domingo pasado con motivo del 26? aniversario de la muerte de Francisco Franco.
Ese d¨ªa tuvieron lugar dos concentraciones de signo contrario. En la primera, unos cientos de personas respond¨ªan en la plaza de Oriente a la convocatoria realizada por tres organizaciones de ultraderecha que se esfuerzan en exprimir los ¨²ltimos jugos de la nostalgia. All¨ª estaba en su salsa el anciano l¨ªder de Fuerza Nueva, Blas Pi?ar, tratando de revivir viejos ¨ªmpetus. Los congregados, en su mayor parte, eran contempor¨¢neos suyos que hoy inspiran m¨¢s conmiseraci¨®n que rechazo y s¨®lo unos pocos muchachos engominados recordaban aquellos otros mozalbetes descerebrados de los a?os setenta que repart¨ªan palos a diestro y siniestro en nombre de Cristo Rey. En el acto del domingo no hubo, sin embargo, otra violencia que no fuera la estrictamente dial¨¦ctica, como fue el caso de don Blas llamando asesinos reclutados por Rusia a los brigadistas internacionales que recibieron un homenaje en la Asamblea de Madrid. Una representaci¨®n, pat¨¦tica en definitiva, que a estas alturas no provoca otro trastorno social que el de ver tan clamorosamente ausente el m¨¢s elemental sentido del rid¨ªculo. En cambio, la segunda manifestaci¨®n resulta bastante m¨¢s preocupante. Convocados por la llamada coordinadora antifascista, un variado mosaico de grup¨²sculos marginales se daban cita en Atocha en n¨²mero de dos a tres mil j¨®venes. El sentido del llamamiento resultaba tan confuso como el potaje de tendencias que conformaba la marcha. Encabezados por una gran pancarta con el abstracto lema 'Madrid anticapitalista y antiimperialista', caminaban anarquistas de convicci¨®n junto a otros de boquilla, radicales de izquierda junto a izquierdistas de sal¨®n, okupas junto a desocupados vocacionales y gente pacifica junto a pacifistas. Completaban el cuadro una nutrida representaci¨®n de macarras de amplio espectro y otra igualmente numerosa de exportadores norte?os de la kale borroka. Una mezcolanza en la que no existe un credo com¨²n ni tipo alguno de coherencia ideol¨®gica, doctrinal o formal. Tampoco comparten una causa concreta, y s¨®lo el hambre de 'manifa' parece suficiente elemento de cohesi¨®n como para marchar codo con codo. Un aut¨¦ntico derroche de rebeld¨ªa que se desperdicia vilmente en algaradas est¨¦riles, cuando hay un mill¨®n de causas sobradamente justas por las que merece la pena luchar a tumba abierta. Al final, esta ceremonia del desprop¨®sito completa su rito con la ya habitual actuaci¨®n de la alegre muchachada del pasamonta?as. En el m¨¢s puro estilo abertzale, unos cuantos ni?atos, que dudo sean capaces de discernir un texto de Carlos Marx de otro de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, comenzaron a tirar piedras, romper cristales y volcar contenedores. Quemaron tambi¨¦n una bandera nacional mientras coreaban el 'vosotros, fascistas, sois los terroristas', ignorantes de que el fascismo consiste b¨¢sicamente en la imposici¨®n por medio de la fuerza. La inmensa mayor¨ªa de los asistentes no particip¨® de esas actitudes violentas, pero tampoco supo reaccionar contra la ya tradicional manipulaci¨®n y capacidad provocadora de los profesionales de la algarada. Convertidos en actores forzosos del alboroto, hubieron de encajar la lluvia de palos de los antidisturbios que incitaron para ellos los sucesores del Cojo Manteca. As¨ª fue conmemorado el 20-N en las calles de Madrid. Una fecha que han de manejar los historiadores, pero cuyo significado ha sido ya por fortuna felizmente superado. S¨®lo unos pocos nost¨¢lgicos mantienen su empe?o en conmemorarla. Ellos y, parad¨®jicamente, estos otros rebeldes sin causa que tan d¨®cilmente se dejan manejar por los provocadores a sueldo o por quienes matan el tedio practicando la violencia por puro divertimento. Ni unos ni otros har¨¢n historia.
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