Conjurar en presente

Entre los proyectos concebidos por el Museo de Bellas Artes de Bilbao para concelebrar su reinauguraci¨®n oficial, tras el ambicioso proceso de remodelaci¨®n arquitect¨®nica y estructural culminado por la instituci¨®n vizca¨ªna, ocupa un lugar destacado esta muestra titulada Gaur Hemen Orain, que abre el espacio del museo a las propuestas de la generaci¨®n emergente en la escena vasca de este cambio de siglo. Gaur Hemen Orain -hoy, aqu¨ª, ahora en euskera- como lema de inequ¨ªvoca vocaci¨®n program¨¢tica, cuya lectura entreteje, con todo, diversas resonancias. La inmediata es, por supuesto, la de su afirmaci¨®n enf¨¢tica como radiograf¨ªa del estado de la cuesti¨®n. Pero, a su vez, en lectura inversa, la evocada por el gui?o historicista que la referencia impl¨ªcita en los tres t¨¦rminos hace a otros tantos colectivos m¨ªticos en la beligerancia vanguardista del arte vasco, la de una distancia nost¨¢lgica que la memoria reencara ante el espejo del presente.

Todo balance de s¨ªntesis, y m¨¢s a¨²n aquellos que, a la manera del que comentamos, remiten a un contexto temporal cuya inmediatez excluye toda perspectiva de distanciamiento, implica una mutilaci¨®n selectiva de un territorio, en rigor, mucho m¨¢s complejo y diverso. En tal sentido, puede optarse hacia una lectura que equilibre las tendencias coexistentes en dicho territorio o, por el contrario, orientar la apuesta sobre una militancia c¨®mplice que privilegie una de esas querencias, ignorando o minimizando a las restantes. Esa segunda v¨ªa ha sido la elegida, de forma inequ¨ªvoca, por los comisarios de la muestra bilba¨ªna, Guadalupe Echevarr¨ªa y Bartomeu Mar¨ª, en su disecci¨®n de la escena actual del arte vasco, con una propuesta centrada, de modo pr¨¢cticamente exclusivo, en trabajos definidos por comportamientos y recursos medi¨¢ticos ajenos -salvo por la excepci¨®n solitaria del muy intenso y, para m¨ª in¨¦dito, Ignacio S¨¢ez- al ¨¢mbito de la pintura o a las pautas tradicionales de lo escult¨®rico. Ello exclu¨ªa la presencia de alg¨²n nombre bien significativo, pero tambi¨¦n el que otros de los artistas seleccionados, como Amondarain o Urzay, queden representados por las derivas m¨¢s distanciadas de esa ra¨ªz pict¨®rica fundamental en la obra de ambos.

Apuesta militante que, sin embargo, permite la sospecha de una cierta radicalizaci¨®n de car¨¢cter estrat¨¦gico, tendente a acentuar, desde una polarizaci¨®n m¨¢s extrema, el contraste frente a las tipolog¨ªas dominantes en los fondos del museo, forzando as¨ª la tensi¨®n dram¨¢tica con relaci¨®n a otro de los factores b¨¢sicos de definici¨®n del proyecto, la escenificaci¨®n de un di¨¢logo que enfrenta en el espacio la pulsi¨®n del arte ¨²ltimo a la memoria edificada por el paradigma de la colecci¨®n.

La muestra re¨²ne proyectos de 22 artistas nacidos entre 1957 y 1974. Entre las piezas que testimonian su trabajo, parece obligado distinguir aquellos trabajos que elevan el vuelo sobre la interacci¨®n compartida con las obras de la colecci¨®n, para aventurar intervenciones m¨¢s ambiciosas sobre la propia arquitectura o el entorno del museo. De ellas, las m¨¢s rotundas son sin duda las de Pello Irazu, el propio Urzay, Jon Miquel Euba o el espectacular bosque de farolas de Moraza.

En conjunto, el resultado alcanzado por el proyecto es, sin duda, estimulante, por m¨¢s que al desmenuzar su itinerario quepa distinguir entre encuentros de dispar acierto e intensidad. M¨¢s aparatosas que eficientes resultan as¨ª por ejemplo las instalaciones de Badiola y Ruiz de Infante. Deslumbrante, por el contrario, el pasillo sonoro de Sergio Prego, cuyo v¨ªdeo domina al tiempo, por su intensidad, al conjunto de proyecciones. Como contrasta a su vez, el tremendismo escatol¨®gico de Itziar Okariz, en ese performance de la artista marcando territorio al orinar sobre distintos escenarios - enlatado en v¨ªdeo-, o el glamour eficaz, pero algo g¨¦lido, de Ana Laura Al¨¢ez, con el temblor sensible, como susurrado y tan sugerente, de las piezas de Gema Intxausti.