Fil¨®sofos y sofistas
HASTA EL 11 DE SEPTIEMBRE, la cosa iba relativamente bien. Despu¨¦s de un siglo despotricando contra la figura del fil¨®sofo-funcionario-del-Estado, este obsoleto personaje (un anacronismo que las nuevas leyes universitarias se proponen extinguir) iba siendo sustituido por el fil¨®sofo-empresario-del-mercado a un ritmo bastante razonable: de acuerdo con las recomendaciones de la doxa neo-liberal que se impone por doquier, el Estado debe reducir gastos superfluos, y la filosof¨ªa es uno de ellos. Y como uno de los cap¨ªtulos presupuestarios que m¨¢s preocupan a todos los gobiernos es el del gasto farmac¨¦utico, ha constituido un gran descubrimiento (para los gobernantes neoliberales y para los fil¨®sofos desempleados o subempleados) el comprender que buena parte de la inversi¨®n p¨²blica destinada a financiar anti-depresivos con los que consolar a una sociedad desconcertada por la precarizaci¨®n y debilitaci¨®n de todas sus estructuras de fabricaci¨®n de identidad, pod¨ªa transferirse al sector privado del mercado editorial, que ha redescubierto la funci¨®n terap¨¦utica de la filosof¨ªa. Ha aparecido as¨ª un nuevo g¨¦nero de libros de filosof¨ªa, para el consumo masivo (?qui¨¦n lo hubiera dicho?), capaces de reciclar todos los esfuerzos que a lo largo de su historia ha hecho el pensamiento (no siempre con nobles motivos) y de ponerlos al servicio de una clientela de individuos desorientados, que pueden hallar en ellos el b¨¢lsamo necesario para curar las heridas que las nuevas y desp¨®ticas formas del mercado de trabajo causan en sus biograf¨ªas y en su personalidad sin necesidad de colapsar un sistema de seguridad social ya de por s¨ª cercano a la bancarrota. La auto-ayuda se ofrece como alternativa al desamparo de los poderes p¨²blicos, al igual que el auto-empleo se presenta como paliativo de la desregulaci¨®n laboral. Los productos aparentemente m¨¢s indigestos de la filosof¨ªa -Dios y el Ser, la Raz¨®n y la Pasi¨®n, el Arte y el Bien- se reconvierten en inocuos f¨¢rmacos autoadministrados mediante los cuales los ciudadanos pueden reconstruir a la carta su identidad emocional (?no pretender¨¢n que el Estado se encargue tambi¨¦n de eso, verdad?) y adaptarla a la fluidez de las circunstancias globalizadas y a los nuevos c¨¢nones de la correcci¨®n pol¨ªtica. Este g¨¦nero, como casi todo, naci¨® en Estados Unidos y se export¨® con beneficios a la mayor parte de Europa (incluso en Espa?a, donde a¨²n el poder ejecutivo parece sentir necesidad de justificaciones discursivas m¨¢s o menos tertulianas, se establecieron franquicias de las multinacionales del soul-building): como en otro tiempo sucedi¨® supuestamente con la religi¨®n, la filosof¨ªa se estaba retirando de los controvertidos terrenos de la Verdad y de la Justicia y se estaba transformando en un asunto exclusivamente privado, y los libros de filosof¨ªa se estaban disfrazando de prontuarios religiosos para el perfeccionamiento personal y el fomento de las virtudes ¨ªntimas de la tolerancia y la solidaridad hacia los otros (como si la indisposici¨®n hacia los dem¨¢s fuese un problema psicol¨®gico provocado por alg¨²n defecto de ingenier¨ªa sentimental en la construcci¨®n de la personalidad).
Y entonces derribaron las Torres Gemelas. Con ellas ha ca¨ªdo todo lo que en el discurso multiculturalista de la globalizaci¨®n era pura demagogia y se ha puesto de manifiesto nuestro grado real de preocupaci¨®n por los otros. Y aquello que desde hac¨ªa siglos el poder pol¨ªtico y econ¨®mico no precisaba, a saber, una legitimaci¨®n intelectual, se ha descubierto de pronto como una necesidad perentoria, se empiezan a buscar urgentemente intelectuales capaces de argumentar sin verg¨¹enza a favor de la nueva cruzada contra el infiel, que ahora se llama fundamentalista. Repentinamente los sofistas, que viv¨ªan dedicados a escribir manuales de 'filosof¨ªa popular' para combatir la anorexia, la obesidad, el sexismo, la impotencia, la timidez o la angustia, han descubierto un nuevo g¨¦nero negociable ('C¨®mo prevenir y curar el fundamentalismo', '?Es mi hijo un fundamentalista?', 'Este a?o, regale antifundamentalismo', son algunos t¨ªtulos previsibles). Rebajada previamente a la condici¨®n de religi¨®n (privada), esta sof¨ªstica no puede salir a la palestra (p¨²blica) si no es con el viejo rostro del vengador Jehov¨¢ al frente de un ej¨¦rcito al que le ha prometido el dominio universal, dando de paso buenas razones a quienes ya estaban tentados de decir en voz alta a un p¨²blico encantado de escucharles que quiz¨¢ nos hab¨ªamos excedido en la apertura hacia el otro. Afortunadamente, ni todos los escritores de libros de filosof¨ªa se han pasado al sector privado, ni todos los intelectuales emergentes se han convertido en cruzados, pero ambos peligros acechan al menos tanto como el del fundamentalismo (si es que tales peligros no constituyen ellos mismos el tan detestado 'ismo'), y conviene estar avisado de ellos. No cabe duda de que la ciudadan¨ªa mundial ser¨¢ uno de los grandes temas de la filosof¨ªa de este siglo, pero tampoco la hay de que a¨²n estamos a mil leguas de ella, incluso en el campo de la mera especulaci¨®n. Alguien dijo que no es malo que haya sofistas (porque al detectarlos evitamos confundirlos con el verdadero fil¨®sofo, si alg¨²n d¨ªa damos con ¨¦l); pero cuando, en lugar de llevar sus libros ocultos bajo el abrigo por verg¨¹enza, como suger¨ªa Plat¨®n, los exhibimos con descaro, parece que hubi¨¦ramos olvidado que el ejercicio de la funci¨®n de cr¨ªtica p¨²blica, que todo el mundo espera de la filosof¨ªa, s¨®lo es posible, de acuerdo con la sabia observaci¨®n de Kant, cuando ella acepta convertirse en una Facultad inferior, es decir, cuando evita ser utilizada por los poderes p¨²blicos o privados mediante la costosa e impopular estrategia que consiste en no querer ser inmediatamente ¨²til ni en t¨¦rminos econ¨®micos ni en t¨¦rminos pol¨ªticos.
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