Ana
No estamos en verano. No aprieta la can¨ªcula ni se derrite nadie bajo un sol de justicia. Nada hay en los factores atmosf¨¦ricos que acelere la fiebre de la poblaci¨®n. La meteorolog¨ªa anuncia temperaturas bajas, heladas en algunos puntos y precipitaciones en forma de nieve a partir de ciertas alturas. No hay raz¨®n, entonces, para hablar de sangre acelerada ni de ardor repentino. Sin embargo, los cr¨ªmenes pasionales y la violencia dom¨¦stica se pasan la l¨®gica invernal por el forro del desquicio y operan con devastadora irreverencia.
La ma?ana del pasado lunes la locura volvi¨® a te?ir de sangre, a segar de golpe, la vida de una joven de 21 a?os en la vecina localidad de La Vila Joiosa. El crimen corri¨® a cargo de su compa?ero, un muchacho poco mayor que ella que se vio cegado por la rabia del abandono y la amenaza de perder a su compa?era sentimental. Es la muestra m¨¢s clara y m¨¢s pat¨¦tica de esa Espa?a profunda que se empe?a en no perder su vieja hegemon¨ªa. La civilizaci¨®n no ha llegado del todo a nuestras ciudades y mucho menos al cerebro de aquellos habitantes que consideran a su consorte algo as¨ª como una propiedad privada susceptible de cualquier vejaci¨®n, maltrato f¨ªsico o chantaje psicol¨®gico. Debe ser muy duro convivir con un torturador, dormir a su lado, soportar la gravedad de su zarpa a media noche, cuando el deseo no existe ya y su tacto se torna viscoso y humillante como el de un animal extra?o. Me pregunto cu¨¢ntos casos habr¨¢ a nuestro alrededor, en nuestra misma calle, de mujeres que conviven con el miedo y la constante amenaza, bajo el terror de ese hombre que le jur¨® amor eterno en la salud y en la enfermedad para todos los d¨ªas de su vida. Luego siempre es tarde. Los asesinos en potencia se mueven con absoluta impunidad. Se ponen sentimentales cuando piden perd¨®n, pero se vengan de s¨ª mismos, de su propia autocompasi¨®n asestando unas cuantas pu?aladas a la madre de sus hijos para purgar sus pecados. Que luego se peguen un tiro o se corten la yugular es lo de menos, la cobard¨ªa est¨¢ echada y el remedio no existe. Descansa en paz, Ana, y que el cielo o el invierno les perdone.
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