Un car¨¢cter dif¨ªcil
Isabel Garc¨ªa Lorca no fue una mujer de car¨¢cter f¨¢cil. No lo fue, porque su car¨¢cter se form¨® a trav¨¦s de una historia dif¨ªcil, y porque le hizo falta mucho car¨¢cter para mantenerse en su lugar, en un espacio sentimental y p¨²blico cercado por la desolaci¨®n y defendido solamente por su propia entereza. Detr¨¢s de su sequedad, de su manera descarnada de decir las cosas, de asegurarse en sus propias verdades, se escond¨ªan una parte agredida de la Historia de Espa?a y un modo individual de mantener la dignidad. Mientras recordaba, mientras la escuch¨¢bamos contar alguna an¨¦cdota de su hermano o de la Granada de los a?os treinta, sus silencios eran tan significativos como sus declaraciones de simpat¨ªa o sus interpretaciones tajantes del pasado. Estaba en su lugar, defend¨ªa un lugar, hablaba asumiendo la realidad y las voces de un escenario habitado por Federico Garc¨ªa Lorca, por su cu?ado Manuel Fern¨¢ndez Montesinos -el alcalde republicano que fusilaron las tropas franquistas al tomar Granada-, por Fernando de los R¨ªos, por tantos escritores y pol¨ªticos, amigos al fin, que murieron o tuvieron que abandonar Espa?a, su Rep¨²blica, es decir, un patriotismo constitucional. Isabel Garc¨ªa Lorca, con su contundencia y su sequedad, ped¨ªa respeto para un mundo que hab¨ªa amado hasta la debilidad en su historia como mujer. Era la fortaleza de una ciudadana que vivi¨® un mundo natural y m¨¢gico. Pero le estall¨® la barbarie delante de los ojos.
Isabel fue la ni?a para la que, en una Granada inolvidable, Manuel de Falla, Hermenegildo Lanz y Federico Garc¨ªa Lorca preparaban fiestas infantiles con teatro, marionetas y m¨²sica. Isabel fue la ni?a a la que Juan Ram¨®n Jim¨¦nez le dedic¨® su famoso romance sobre las aguas del Generalife. Isabel fue la muchacha que decidi¨® estudiar Filosof¨ªa y Letras en la Universidad Central de Madrid; fue la joven profesora de instituto-escuela, que protagoniz¨® la libertad y la independencia m¨¢s enraizada en el esp¨ªritu civilizado de una ¨¦poca y un sue?o. Y, de pronto, Isabel asisti¨® al derrumbe de aquella ilusi¨®n, sufri¨® la guerra, la humillaci¨®n y la muerte pr¨®xima; sali¨® al exilio, y decidi¨® desde entonces tener un car¨¢cter dif¨ªcil, defender su lugar, como profesora del Hunter College de Nueva York o como habitante de una memoria que no estaba dispuesta a abandonar. La simpat¨ªa suele ser sospechosa en un teatro social tan interesado y olvidadizo como el de nuestro pa¨ªs. Por eso ella tuvo siempre un car¨¢cter dif¨ªcil, aunque tambi¨¦n tratara con una sensibilidad exquisita, como de otra ¨¦poca, a su familia y a sus amigos cuando se atrev¨ªa a vivir con el coraz¨®n en la mano. A su regreso, en 1955, fund¨® con Soledad Ortega y Laura de los R¨ªos la Asociaci¨®n de Mujeres Universitarias, y se dedic¨® a ser el testigo de una ¨¦poca, la voluntad de un tiempo digno y de una lealtad insobornable con el aire limpio de su propio pasado. Isabel fue tambi¨¦n la presidenta de la Fundaci¨®n Federico Garc¨ªa Lorca, la anciana inteligente que no quiso interferir con sus heridas el desarrollo natural de la realidad. Sin dejar de ser la mujer socialista y republicana de 1931, nunca jug¨® en los ¨²ltimos a?os a vivir fuera del tiempo. Se contentaba con ocupar su lugar.
En 1997, bajo la direcci¨®n de su sobrina Laura Garc¨ªa Lorca, pudo abrirse por fin el Museo de la Huerta de San Vicente de Granada, la casa donde Isabel vivi¨® la infancia y la juventud. Los complejos mecanismos de la Historia (mejor callarnos y dejarlo as¨ª), quisieron que la inauguraci¨®n se celebrara bajo un Ayuntamiento del Partido Popular y con la presencia de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Isabel me llam¨® a casa para pedirme que leyera unas palabras en su nombre. Son pol¨ªticos democr¨¢ticos, est¨¢ bien, hay que hacerlo, Federico est¨¢ por encima, es lo que se merece este pa¨ªs. Pero eso -me dijo- ya os toca a vosotros. Isabel segu¨ªa defendiendo su lugar, y ¨¦sa era su lecci¨®n de dignidad, inteligencia y nostalgia. Las memorias que ha dejado terminadas, y a las que dedic¨® los ¨²ltimos a?os de su vida, son el testimonio imprescindible de una mujer con car¨¢cter dif¨ªcil. Qu¨¦ emocionante y cercana sequedad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.