El m¨¢s fuerte
En el peque?o mundo antiguo en el que yo trataba de orientarme se discut¨ªa mucho sobre el 'sentido de la vida'. No tard¨¦ mucho en encontrar que no ten¨ªa ninguno, pero era demasiado tarde: lo importante era poder esconderme de los que quer¨ªan acabar con los que ten¨ªan esa profunda creencia que ellos llamaban escepticismo y algunas cosas peores que fastidiaban sus ¨¢nimos de medrar, y su miedo al infinito, a la soledad c¨®smica. Por all¨ª, por ese mundo en que se pensaba, andaban unos anarquistas de una de sus especies que hablaban de la 'ayuda mutua' para contrarrestar la idea de la 'lucha por la vida' y de la 'supervivencia del m¨¢s fuerte', confundido fuerte con 'el m¨¢s apto', como si el hecho de tener m¨¢s fuerza significase m¨¢s calidad. Puede decirse que si eso fuera as¨ª, toda la pelea dur¨ªsima del siglo termin¨® con la victoria del m¨¢s apto / m¨¢s fuerte: la democracia en la que vivimos. La democracia se hab¨ªa inventado en el sentido contrario: en el de la solidaridad de muchos d¨¦biles y de muchos sin fuerza para contrarrestar la potencia de la minor¨ªa fuerte. Una confirmaci¨®n de la falta de sentido de la vida fue que los m¨¢s fuertes se apoderaron del aspecto de d¨¦biles, igualitarios, libertarios, y se quedaron con la democracia. Y as¨ª est¨¢n. Y es que una minor¨ªa con m¨¢s bombas es m¨¢s apta que una mayor¨ªa con hoces.
Un espejismo de historiadores y fil¨®sofos consiste en afirmar que lo que ha pasado es lo que ten¨ªa que pasar; por el providencialismo o por el 'sentido de la historia', que tambi¨¦n es otro bello ideal. S¨®lo lo pueden mantener los que est¨¢n en una situaci¨®n privilegiada; son quienes son, saben lo que saben, ense?an lo que ense?an, mandan lo que mandan, porque esto es as¨ª: lo 'natural', dicen. Les est¨¢ costando alg¨²n trabajo convencer a los que no est¨¢n en esa situaci¨®n, que se agarran a lo que pueden para creer que son v¨ªctimas de algo que no est¨¢ escrito, y a su vez creen que hay algo escrito a su favor. Pero s¨®lo se escribe teolog¨ªa con bombas de mil toneladas. Y el escritor divino de nuestros tiempos firma decretos de expulsi¨®n, penas de muerte, despidos; destruye las casas de los incr¨¦dulos, los encierra en celdas de dos metros, los despide en masa y reniega de viejas conquistas que alcanzaron cuando se temi¨® que la ayuda mutua les hiciera fuertes.
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