??ngel, demonio o gur¨²?
Del variopinto grupo de narradores italianos que a principios de los ochenta triunf¨® por toda Europa, Andrea de Carlo (Mil¨¢n, 1952) era, junto al malogrado Pier Vittorio Tondelli, el componente m¨¢s joven. Sus dos primeras novelas, Tren de nata (1981) y Uccelli da gabbia e da voliera (1982), relatos autobiogr¨¢ficos de ab¨²licos peregrinajes juveniles por Estados Unidos, llamaron la atenci¨®n de Italo Calvino por su fr¨ªo descriptivismo hiperrealista (que mucho deb¨ªa al minimalismo) y por su estilo casi fotogr¨¢fico, una bocanada de aire fresco para la narrativa italiana, que se debat¨ªa en aquellos a?os entre el rancio tardoneorrealismo y una avasalladora vanguardia.
En sus siguientes obras, De Carlo abandon¨® la editorial Einaudi e intent¨® conciliar sus presupuestos posmodernos con una decidida inclinaci¨®n hacia la novela de consumo. Sus pobres resultados le han hecho perder el favor de la cr¨ªtica, pero no del p¨²blico, y quiz¨¢ debido a ello, de vez en cuando alg¨²n editor espa?ol se anima a traducir alguna de sus ya abundantes novelas. As¨ª nos llega ahora Uto (1995), que narra c¨®mo un joven italo-alem¨¢n va minando la aparente armon¨ªa de la familia que lo acoge tras el tr¨¢gico suicidio de su padrastro en la peque?a localidad de Peaceville (Estados Unidos), cuyos habitantes, bajo la gu¨ªa espiritual de un gur¨², viven consagrados a la meditaci¨®n y la mutua ayuda.
UTO
Andrea de Carlo Traducci¨®n de M¨®nica Monteys Del Bronce. Barcelona, 2001 389 p¨¢ginas. 19,83 euros
La fascinante presencia de Uto, un virtuoso del piano, desata el esp¨ªritu de rebeld¨ªa del hijo peque?o, seduce a la anor¨¦xica hija adolescente, despierta todos los bajos instintos que el padre lleva a?os reprimiendo y estimula incluso en la asc¨¦tica madre una sensualidad convenientemente te?ida de misticismo, una vez que el gur¨² declare la santidad de Uto tras o¨ªrle tocar. Tras sufrir un absurdo y grave accidente, el joven acabar¨¢ como sucesor del gur¨². La trama, de por s¨ª poco convincente y excesivamente demorada, se ve lastrada por unos personajes planos y previsibles, por una alteraci¨®n algo caprichosa del punto de vista narrativo y por cierto abuso de las enumeraciones descriptivas, que con todo resultan en ocasiones sugestivas.
Como ya advirtiera Calvino, es como si a De Carlo, proyectado en lo exterior, le fuera imposible llegar al interior. Hablando en otra de sus novelas del v¨ªdeo, ¨¦l mismo dec¨ªa que 'es incapaz de ser ambiguo, de omitir nada, de dilatar el tiempo o de contarlo; posee s¨®lo un tiempo, que es el tiempo, e im¨¢genes que son las im¨¢genes'. Acaso sin querer, este escritor que tanto ama la fotograf¨ªa definiera las limitaciones de su propio estilo.
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