Tras la insumisi¨®n
El chiste -es un decir- de M¨¢ximo que se public¨® en el EL PA?S de ayer no ten¨ªa desperdicio. Se ve¨ªa a Bush tras un podio, con un fondo de ca?ones dibujado con estilo expresionista, pronunciando la siguiente frase: 'Abolido el servicio militar obligatorio, comienza la militarizaci¨®n mundial forzosa'. Nada m¨¢s exacto.
A los casi cinco meses de la tragedia del 11-S, ya no valen las especulaciones sobre el futuro, sino que simplemente s¨®lo cabe constatar las realidades del presente: aumento brutal de los gastos militares y de seguridad de Estados Unidos, convertido m¨¢s que nunca en solitario polic¨ªa del mundo, quedando Europa en un papel claramente subordinado. En definitiva, el ataque terrorista ha servido para que Bush pueda desarrollar c¨®modamente su programa conservador en su m¨¢xima radicalidad.
Algunos optimistas creyeron, tras el 11-S, que se producir¨ªa un giro positivo en la pol¨ªtica exterior norteamericana, especialmente en dos aspectos: una mayor colaboraci¨®n con Europa que hiciera olvidar la tendencia aislacionista de los republicanos y una soluci¨®n equitativa y razonable al conflcito palestino, uno de los focos que nutren ideol¨®gicamente al extremismo terrorista. Pues bien, ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario: lo que tenemos es un Gobierno norteamericano que ni consulta ni necesita a nadie y que presta todav¨ªa un mayor apoyo a Israel para que consolide por la fuerza su ocupaci¨®n de Palestina.
A todo ello, lo que m¨¢s extra?a y asombra es el silencio y, por tanto, el asentimiento de la mayor parte de la izquierda europea ante la actual situaci¨®n de guerra y las perspectivas b¨¦licas que Bush anuncia contra los 'ejes del mal'. Como sabemos, los ej¨¦rcitos de los pa¨ªses europeos han sido meros comparsas en la in¨²til campa?a militar contra Afganist¨¢n, pero no es menos cierto que est¨¢n comprometidos en ella. M¨¢s claro todav¨ªa: aun sin darnos mucha cuenta, Espa?a participa en la guerra de Afganist¨¢n. Es decir, estamos en guerra, hay espa?oles en aquel remoto pa¨ªs que arriesgan sus vidas defendiendo no se sabe muy bien qu¨¦ ni a qui¨¦n. Y sin embargo, nadie lo dir¨ªa: ni hay clima perceptible de guerra ni hay movilizaciones populares de una cierta envergadura que se opongan a ella. Ni en Espa?a, ni en ning¨²n otro pa¨ªs de Europa, ni tampoco, al parecer, en Estados Unidos. ?Por qu¨¦ tal pasividad? ?Qu¨¦ est¨¢ sucediendo?
Esta escasa contestaci¨®n a la guerra no puede desligarse de uno de los mitos de una izquierda aparentemente radical pero, en realidad, candorosamente ingenua. Me estoy refiriendo a los movimientos de insumisi¨®n al servicio militar obligatorio como medio de lucha contra el armamentismo y en favor de la paz. No es casualidad que, en el preciso momento en que estamos en guerra, haya dejado de existir el servicio militar en virtud de una ley aprobada por un gobierno conservador que, adem¨¢s, est¨¢ dispuesto a indultar a los insumisos hasta ahora condenados. Esta lucha por la insumisi¨®n ha tenido, sin embargo, un triste final: un aumento de la militarizaci¨®n mundial y un estado de guerra con participaci¨®n espa?ola sin ninguna contestaci¨®n social. Alguna responsabilidad tiene en todo ello el movimiento de insumisos.
Los j¨®venes que pretend¨ªan ser pacifistas radicales por medio de la insumisi¨®n fueron unos ingenuos porque, con toda su indudable buena intenci¨®n, part¨ªan de una base falsa: que eliminando a los ej¨¦rcitos se llegar¨ªa a la paz mundial. La realidad es muy otra: los ej¨¦rcitos -como tambi¨¦n es el caso de la polic¨ªa- son necesarios e imprescindibles para la paz a menos que haya un acuerdo general para que todos desaparezcan. Mientras exista uno solo, la paz ser¨¢ imposible; m¨¢s todav¨ªa: en ese caso, la guerra ser¨¢ mucho m¨¢s probable.
Por tanto, la insumisi¨®n al servicio militar obligatorio s¨®lo ten¨ªa un final previsible: la sustituci¨®n del ej¨¦rcito de leva -obligatorio para todos, fuera cual fuera su condici¨®n o clase- por uno profesional. Y un ej¨¦rcito profesional se nutre de los sectores econ¨®micamente m¨¢s d¨¦biles de la sociedad, tal como la actual situaci¨®n espa?ola demuestra. En conclusi¨®n, la insumisi¨®n no s¨®lo no hace desaparecer el ej¨¦rcito, sino que adem¨¢s tiene otra consecuencia: el nuevo ej¨¦rcito est¨¢ compuesto por los m¨¢s pobres y marginados de la sociedad, los que no pueden encontrar otro trabajo mejor. Por eso lo aceptan, sin poner dificultades, los gobiernos conservadores.
Pero, adem¨¢s, el ej¨¦rcito profesional tiene otra consecuencia perjudicial para el movimiento pacifista: anula la capacidad popular de oponerse a la guerra. Ello era perfectamente sabido: las movilizaciones contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos disminuyeron considerablemente cuando se pas¨® de un ej¨¦rcito de leva a uno profesional. Las clases medias con capacidad de crear una opini¨®n p¨²blica contraria a la guerra no se inquietan ni se movilizan cuando tienen la tranquilidad de que sus hijos no ir¨¢n a morir al frente. Con el ej¨¦rcito profesional s¨®lo van a la guerra los j¨®venes provenientes de sectores marginales, con escasa capacidad de incidencia social. Esto es lo que sucede en la actualidad en Espa?a y en Europa. Por ideolog¨ªa, muchos est¨¢n contra la guerra. Pero pocos son los que est¨¢n dispuestos a dar una batalla p¨²blica contra ella: el asunto no les afecta directamente.
Un pacifista inteligente sabe que, precisamente porque est¨¢ contra la guerra, debe tener un buen ej¨¦rcito en el que, adem¨¢s, deben estar implicados todos los sectores de la sociedad. Un pacifista ingenuo s¨®lo practica una demagogia que, a la postre, lleva a que vayan a la guerra los m¨¢s pobres -actualmente para que se enfrenten con otros que lo son todav¨ªa mucho m¨¢s- y fomenta una desmovilizaci¨®n que impide cualquier control social de los gobiernos, contribuyendo as¨ª a que, al final de todo -y en eso estamos-, se consolide un solo ej¨¦rcito que dirija el mundo, ayudado, a lo m¨¢s, por un conjunto de sucursales locales. A pensamiento ¨²nico, ej¨¦rcito ¨²nico.
Como ha dicho M¨¢ximo, ¨¦sta es la situaci¨®n: 'Abolido el servicio militar obligatorio, comienza la militarizaci¨®n mundial forzosa'.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la UAB.
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