Se expone en Mosc¨² el ¨²ltimo arte espa?ol por los 25 a?os de relaciones
Las obras de Mu?oz, Barcel¨® o Sicilia recrean la variedad de las propuestas de 1977 a 2002
El pr¨ªncipe Felipe inaugur¨® ayer en la sala de exposiciones Manege, de Mosc¨², la muestra Arte en Espa?a 1977-2002, con obras de la Colecci¨®n Arte Contempor¨¢neo del Patio Herreriano, Museo de Arte Contempor¨¢neo Espa?ol de Valladolid. La exposici¨®n, organizada por la Sociedad Estatal para la Acci¨®n Cultural Exterior (Seacex), celebra el 25? aniversario del restablecimiento de las relaciones diplom¨¢ticas entre Rusia y Espa?a. Y revela que en el ¨²ltimo cuarto de siglo la variedad es el signo que define los caminos que han transitado los artistas espa?oles.
La sala de exposiciones Manege fue construida por un ingeniero espa?ol, Agust¨ªn de Betancourt, en 1817. El inmenso edificio sirvi¨® inicialmente para desfiles, luego fue picadero de la familia real y ahora se utiliza para ferias. La exposici¨®n est¨¢ localizada en unas peque?as salas. Fuera, la presencia de las grandes glorias del comunismo convive con los reclamos publicitarios y los neones de una sociedad capitalista. El Kremlin est¨¢ muy cerca, as¨ª que el arte espa?ol ha aterrizado en pleno centro de la ciudad.
El concepto de fr¨ªo total que corresponde a la capital rusa no est¨¢ en este momento en su punto m¨¢s ¨¢lgido. As¨ª que se puede ir a la exposici¨®n dando un paseo sin tiritar, saludar a la estatua de Karl Marx, dejarse marear por los anuncios que despide una pantalla gigante en una esquina de la plaza Manezhayana y luego, en esa misma plaza, entrar en la sala Manege para ser sacudido por los cortocircuitos que desencadenan unas obras muy diversas unas de otras y que revelan, sin sombra alguna, la pujanza del arte espa?ol m¨¢s reciente.
Dos grandes bloques marcan el recorrido de una exposici¨®n que ha tenido por fuerza que ser muy selectiva. Dos obras que sintetizan las inquietudes del arte espa?ol de finales de los setenta sirven de pre¨¢mbulo a una muestra vertebrada en torno al entusiasmo creativo de los ochenta y al h¨ªbrido de g¨¦neros que cultivan los artistas en los noventa, como explica Mar¨ªa Jes¨²s Abad, directora de la Colecci¨®n de Arte Contempor¨¢neo del Patio Herreriano y comisaria de la exposici¨®n.
Luis Gordillo y Carlos Alcolea reciben al visitante. Sus piezas, Salta-ojos (conejitos) (1980) y Borrachos 2 (1979-1980), respectivamente, dan cuenta de aquel periodo en el que muchos regresaron a la figuraci¨®n, a trav¨¦s de una interpretaci¨®n heterodoxa del pop, tras a?os de radicalismos marcados por el auge de lo conceptual.
Colores y paisajes
Basta distanciarse un poco de las piezas que se muestran para reconocer los distintos caudales que las alimentaban. En primer t¨¦rmino y sobre el suelo, Bucle abierto (1988), una de las peculiares propuestas de Eva Lootz. Muy cerca, las masas de colores variados sobre una an¨¦cdota figurativa casi inexistente de Jos¨¦ Manuel Broto (El mirador, de 1980) y Alfonso Albacete (En el jard¨ªn: p¨¦rgola y fuente, de 1980). Muy pr¨®ximo, uno de esos paisajes cargados de referencias decimon¨®nicas que pint¨® durante una temporada Miguel ?ngel Campano (Nautilus, de 1980).
Euforia, entusiasmo, alegr¨ªa, fueron algunas de las palabras que utiliz¨® Mar¨ªa Jes¨²s Abad para recuperar el clima de una ¨¦poca en la que Miquel Barcel¨® se proyectaba al mundo con su particular lectura del expresionismo alem¨¢n de aquellos a?os con obras como Pintor damunt el cuadre (1982); o en la que Jos¨¦ Mar¨ªa Sicilia volcaba toda la intensidad de la materia crom¨¢tica en esas 'formas de lejana inspiraci¨®n suprematista' de un cuadro como Black power (1986), tal como escribe Sim¨®n March¨¢n Fiz en el cat¨¢logo de la muestra.
Pero fueron tiempos aquellos en los que tambi¨¦n tuvieron cabida las formas l¨ªricas de Adolfo Schlosser (Sin t¨ªtulo, de 1986); los gui?os que Navarro Baldeweg hizo a Picasso o Matisse (en Sin t¨ªtulo, de 2000, pero inmersa en las marejadas de los ochenta); la iron¨ªa provocadora de Ferr¨¢n Garc¨ªa Sevilla (Tata 9, de 1984), o las esculturas sobrias y contundentes de Txomin Badiola (Sin t¨ªtulo, de 1988) y Miquel Navarro (Alta torre, de 1986).
Susana Solano, con su Serie la lluna n¨²mero 4 (1985), y Rogelio L¨®pez Cuenca, con su Dans ce condition... (1992), sirven en la muestra para pasar de la explosi¨®n creativa de los ochenta al arte de nuestros d¨ªas, que se caracteriza, seg¨²n la comisaria de la exposici¨®n, por una radical libertad a la hora de tratar los g¨¦neros, y donde es habitual que los artistas mezclen las maneras y los materiales propios de la pintura, la fotograf¨ªa y la escultura.
Desarrollos refinados, mucha iron¨ªa a prop¨®sito del papel del artista, exploraciones m¨¢s sutiles donde se pretende que 'menos sea m¨¢s': as¨ª lo iba explicando Mar¨ªa Jes¨²s Abad.
Un cuadro negro cargado de esquirlas blancas diminutas (Little bang, de 1993), de Jorge Barbi, o la sucesi¨®n de rect¨¢ngulos despojados a la manera del minimal, como en el caso de Cuerpo diamantino (1998), de Fernando Sinaga, o las l¨ªneas escuetas de las esculturas de Jaume Plensa, Bosch-10 (1995) y Broodthaers-12 (1995), o la elegancia distante y et¨¦rea de una pieza como Narciso (1998), de Jos¨¦ Balde¨®n. Pero los noventa desencadenaron tambi¨¦n miradas traviesas sobre la tradici¨®n, humor, la mezcla de diferentes materiales en una misma pieza. As¨ª, por ejemplo, en Coure i mirall I-Coure i mirall II (1989), de Perejaume (bajo la influencia de la obra de Brossa), o en Leyenda imperial (1998), de Carmen Calvo.
Marasmo
Nuevos derroteros en ¨¦pocas de marasmo. Los artistas no s¨®lo mezclan los procedimientos m¨¢s variados, sino que proponen nuevas miradas a la tradici¨®n y procuran dar respuestas diferentes al oficio del artista. 'Se trata de pinturas que ya no son estrictamente pinturas, pero que abren nuevos caminos a la pintura'. As¨ª lo expres¨® Mar¨ªa Jes¨²s Abad al comentar A negative view-observador distante (horizonte) (2000), de Dar¨ªo Urzay, en el que no es f¨¢cil distinguir d¨®nde empiezan y acaban la pintura y la fotograf¨ªa. Algo que tambi¨¦n ocurre en la obra de Juan Ugalde, La estrella roja (1995).
S¨®lo 25 obras para un largo cuarto de siglo. Todas, sin embargo, muy elocuentes. En el sentido de resumir trayectorias que acaso sean inclasificables, que escapan todav¨ªa a un marco definitivo que las agote.
Obras vivas, como cualquiera de las que hizo Juan Mu?oz. Esa misma que ha venido a Mosc¨², Pieza escuchando la pared (1998), y que, apoyada en una de las paredes de la sala de exposiciones Manege, parece seguir atenta los murmullos de esa Rusia sometida a bruscas tensiones y que tantea, paso a paso, su marcha hacia un mundo radicalmente distinto.
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