La claudicaci¨®n
Visto desde el centro del poder multinacional, el cierre de la planta de Lear en Cervera no es m¨¢s que un incidente de recorrido. Uno de tantos episodios de reajuste, de un modelo de competitividad llamado deslocalizaci¨®n basado en unos costes laborales baj¨ªsimos. Deslocalizaci¨®n significa simplemente ir a donde la mano de obra sea m¨¢s barata. Desde la c¨²spide, la orden de cierre baja hasta el ¨²ltimo eslab¨®n de la cadena de mando, el encargado de comunicarla a los trabajadores, con la frialdad e indiferencia del que dice que hay que parar y bajar del coche porque hay baches en la carretera. ?ste es el valor que se concede al factor humano en el proceso de globalizaci¨®n.
Visto desde cerca, la foto ampliada se convierte en un verdadero retrato -con toda la crudeza- de los efectos directos -nada colaterales- de un proceso al que la pol¨ªtica no puede o no quiere poner orden y control. Porque de lo que acaba de ocurrir en Cervera algunas cosas quedan claras: que ni siquiera la Europa avanzada est¨¢ a salvo de los ¨¢ngeles exterminadores de la globalizaci¨®n; que hay un desequilibrio enorme entre los protagonistas -empresa, trabajadores y entorno-, porque unos tienen todos los beneficios y los otros s¨®lo obligaciones; y que las instituciones pol¨ªticas -la Generalitat, el Gobierno espa?ol- se declaran impotentes para defender equilibradamente los intereses de unos y otros. Una impotencia que muchas veces parece directamente complicidad.
Cada pelda?o que un pa¨ªs o una empresa sube en el universo global quiere decir tener m¨¢s gente y m¨¢s pa¨ªses a su disposici¨®n para optimizar los procesos de producci¨®n, lo que dicho sin eufemismos significa para emplear -explotar- trabajadores a precios de miseria. Algunas empresas catalanas practican el mismo modelo, haciendo producir sus productos en Andaluc¨ªa, en Portugal, o en lugares del Tercer Mundo. Y dentro de Catalu?a el Gobierno de Generalitat ha promocionado la deslocalizaci¨®n interior, lo que da enormes diferencias salariales entre los ciudadanos de Catalu?a y asegura zonas de reserva con fuerza de trabajo a bajo coste.
El hilo que separa el trabajo de la explotaci¨®n es muy fino. En algunos casos la sola diferencia de nivel de vida hace rentable esta descentralizaci¨®n productiva a la vez que ayuda a crear riqueza en estos pa¨ªses, pero en otros la presi¨®n de las empresas se traduce en salarios de miseria y explotaci¨®n sin paliativos. La autocomplacida Catalu?a es para algunas multinacionales americanas tierra prometida de salarios baj¨ªsimos. As¨ª lo ha entendido Lear en Cervera, con salarios claramente inferiores a la media nacional. El Gobienro de un pa¨ªs tan celoso de su dignidad deber¨ªa ser capaz de hacerla respetar, tambi¨¦n por las multinacionales. O, por lo menos, intentarlo.
La empresa Lear hab¨ªa llegado a emplear a 2.000 personas, lo cual en una comarca como la Segarra la convert¨ªa en un factor decisivo para la sostenibilidad econ¨®mica de la zona. A pesar de los bajos salarios, a pesar de escarmientos anteriores, las autoridades dieron todo tipo de facilidades a Lear para que se instalara all¨ª. Terrenos a precio de saldo, infraestructuras, subvenciones, Lear arrambl¨® con todo, porque estas empresas tienen el poder de amenazar permanentemente con ir con la m¨²sica a otra parte, porque siempre habr¨¢ una comarca esperando estos salarios miserables como agua de mayo. Las autoridades locales y auton¨®micas hicieron cuanto estuvo en su mano para Lear. Y, sin embargo, no hay por parte de Lear el m¨¢s m¨ªnimo signo de compensar lo que se hizo, de reparar el desastre que provoca con su marcha. Sin duda, es imputable a la voracidad de la empresa. Pero ya somos un poco mayores para sorprendernos de estas cosas. Los gobernantes deber¨ªan ser capaces de ponerse de acuerdo para exigir unas condiciones y contrapartidas que impidieran que una empresa coja todo lo que le ofrecen y se largue cuando le da la gana.
Es un principio extendido entre los pol¨ªticos que no hay que perder el tiempo en problemas que no se pueden resolver. No vale para este caso. Porque s¨ª pueden hacer m¨¢s de lo que dicen: condicionando las ayudas, vigilando los salarios y buscando inversiones de calidad que hagan subir el nivel en vez de bajarlo. As¨ª hay que hacerlo si se quiere gobernar pol¨ªticamente la globalizaci¨®n. Lo dem¨¢s es literatura de la resignaci¨®n, claudicaci¨®n de la pol¨ªtica ante el chantaje empresarial. La respuesta ya la sabemos: 'si no, se van a otra parte'. Parapetarse en ella no conduce a nada m¨¢s que a seguir el ciclo exterminador: que venga una nueva empresa, que se le den todas las facilidades y que vuelva a dejar a todo el mundo en la calle. Lear ha durado en Cervera tres a?os. ?Qu¨¦ se lleva y qu¨¦ deja? El juego no puede ser tan desigual.
Hace tiempo que se ve¨ªa venir el desastre. En los ¨²ltimos meses hab¨ªan despedido ya a varios centenares de trabajadores. Y el Gobierno catal¨¢n mirando a otra parte. ?Tan deteriorada est¨¢ la condici¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de Catalu?a que no puede plantar cara -es decir, poner elementales condiciones- a las empresas que vienen aqu¨ª a sacar todo lo que pueden? Lo m¨¢s terrible de todo esto es ver c¨®mo todos -empresa, dirigentes pol¨ªticos e incluso buena parte de los trabajadores- lo asumen como un imponderable, como si fuera un fen¨®meno inevitable de la naturaleza, contra el que no se puede hacer nada. Todos han aceptado que esto funciona as¨ª y que no hay otra manera. Es el ¨¦xito del globalismo -la ideolog¨ªa de la globalizaci¨®n- que impone como una fatalidad lo que no es m¨¢s que una estrategia empresarial, con responsables, que tienen nombres y apellidos que se parapetan en la distancia y en un poder que nadie quiere limitar. La fatalidad seguir¨¢ mientras la pol¨ªtica decida seguir de vacaciones en estos temas. En este panorama las palabras del concejal Ramon Sisquella -'No esperaba tanta ingratitud'- suenan a clamorosamente ingenuas, pero las del presidente de la Generalitat, dando el cierre por inevitable, resultan de una dejadez preocupante. Ante tanta claudicaci¨®n, habr¨¢ que empezar a preguntar para qu¨¦ sirven los gobiernos.
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