Un musical tard¨ªo

El relato de Le¨®n Tolstoi en que se basa este musical no figura entre lo m¨¢s destacable de la obra del gran maestro ruso, y la adaptaci¨®n de Enrique Llovet, utilizada ya hace una docena de a?os, conserva incongruencias como la canci¨®n que abre el montaje, la del pobre palafrenero que canta que est¨¢ tan ocupado por su amo que ni siquiera tiene tiempo para... cantar. M¨¢s all¨¢ de esos detalles, esta especie de simulacro de bestiario tiene en la historia de la literatura ejemplos de mayor enjundia, como los de Kafka o los de Orwell, y no se alcanza a comprender el inter¨¦s en montar un texto, convertido en musical, que narra las desventuras de un caballo al que, como es natural, la conducta de los animales humanos le parece algo de lo m¨¢s extra?o, en una especie de f¨¢bula inversa que poco a?ade a la comprensi¨®n del car¨¢cter equino y casi nada a la de la conducta humana.

Supongo que el inter¨¦s de una obra de esta clase para un actor tan dotado como Carlos Hip¨®lito reside en la posibilidad de vivir la experiencia que te convierte en caballo por un par de horas sin dejar de ser humano, y por ah¨ª est¨¢, en su interpretaci¨®n del animal que narra la historia, lo m¨¢s interesante de un espect¨¢culo que tampoco pasar¨¢ a la historia por su brillantez coreogr¨¢fica, m¨¢s mim¨¦tica en su conjunto que el Patizanco (tal es el nombre del animal no humano que cuenta su historia), ni por la progresi¨®n dram¨¢tica de unos n¨²meros musicales que siempre requieren de una salida hablada. Una escenograf¨ªa bonita y un vestuario muy a prop¨®sito completan este musical, que se ha quedado algo antiguo a estas alturas, y en el que Francisco Valladares demuestra que conserva voz y compostura.