Imperio
Antes del 11 de septiembre se debat¨ªa en Estados Unidos si al dejar atr¨¢s la guerra fr¨ªa deb¨ªa convertirse en un imperio sin complejos. Tras el ataque terrorista y la respuesta contundente contra Afganist¨¢n, en una guerra inacabada, pero que ha producido el hundimiento del r¨¦gimen talib¨¢n m¨¢s r¨¢pidamente de lo esperado, la respuesta ha resultado sobrevenida: hemos entrado de lleno en un periodo de hegemon¨ªa de EE UU, imperial o imperialista, esta vez ya no de forma instintiva, sino plenamente consciente tras su primera intervenci¨®n fuera de su territorio en defensa propia. Estados Unidos ha perdido su inocencia, y no va a volver a ser el mismo, y por tanto, tampoco el mundo ser¨¢ igual.
Ser imperio es una forma para EE UU de adaptar el mundo a sus propios intereses -como lo se?alaba tres d¨¦cadas atr¨¢s Raymond Aron al hablar de la Rep¨²blica imperial-, y de asegurarse esta hegemon¨ªa para al menos las dos pr¨®ximas d¨¦cadas, anhelo que se traduce en que los programas de armamentos que se estaban dise?ando antes del 11-S han recibido el espaldarazo despu¨¦s, ya se trate de la defensa antimisiles, del control militar del espacio, de una tecnolog¨ªa que hace innecesario arriesgar en n¨²mero significativo la vida de sus propios soldados, o de la defensa interna de un territorio nacional que no hab¨ªa sido atacado desde el siglo XIX.
Nadie puede, ni quiere, rivalizar con EE UU en el terreno militar, lo que lo convierte en un imperio consentido por otros. China, sobre todo, e India disputan esta visi¨®n unipolar. Europa no parece dispuesta a competir en el terreno estrat¨¦gico, ni tiene por qu¨¦ hacerlo. De momento, su pretensi¨®n es limitarse a gastar mejor y, al menos, hacerse cargo de su patio trasero, como gradualmente est¨¢ ocurriendo en los Balcanes, mientras crecen los desencuentros entre los aliados de una y otra parte del Atl¨¢ntico sobre la pena de muerte, la Corte Penal Internacional que est¨¢ a la vuelta de la esquina, el control de las armas cortas o la prohibici¨®n de las minas antipersonas y toda una serie de nuevos dispositivos legales internacionales al margen de los cuales se est¨¢ quedando EE UU. La OTAN pierde importancia, y el Viejo Continente ya no preocupa a EE UU. Bush, en su discurso del estado de la Uni¨®n, fij¨® sus prioridades en la revisi¨®n de las relaciones con China, India y Rusia.
Europa, que reaccion¨® solidariamente el 11-S, se muestra recelosa ante las nuevas posiciones de Bush, especialmente ante su visi¨®n de un 'eje del mal' formado por Irak, Ir¨¢n y Corea del Norte. Europa no es un valor nulo. Su actuaci¨®n ha servido para apuntalar a la Autoridad Nacional Palestina, y sus cr¨ªticas han conducido a Washington a modular su actitud frente a los presos en Guant¨¢namo.
El 11-S aliment¨® la esperanza de que EE UU virar¨ªa hacia un mayor multilateralismo, en busca de coaliciones y apoyos. Pero ha sucedido exactamente lo contrario. La guerra de Afganist¨¢n, que ha librado voluntariamente en solitario, ha reforzado el unilateralismo, frente a la experiencia de la guerra de Kosovo, en la que tuvo que consultar con sus aliados los objetivos de los bombardeos. Si quiere tener ¨¦xito en la lucha contra el terrorismo global, EE UU necesitar¨¢ m¨¢s cooperaci¨®n internacional, y plantearse que algunos de los problemas del mundo son consecuencia de sus acciones u omisiones. Cabe dudar de un imperio que no parece dispuesto a aumentar su ayuda externa para construir Estados y econom¨ªas, ni a fomentar valores como los derechos humanos. En solitario, la Pax Americana puede seguir siendo un mito.
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