Zum¨¢rraga
Si en alg¨²n entorno se dio durante el XIX hispano (por referirnos de modo gen¨¦rico a todas las tierras de lo que hab¨ªa sido el viejo Imperio espa?ol de los Habsburgo) el paso de las maneras venales e impuestas de autoridad a otras electivas y progresivamente democr¨¢ticas, ¨¦se fue el entorno municipal. Si en alg¨²n sitio se desarrollaron f¨®rmulas de liberalismo radical contra las viejas oligarqu¨ªas, ¨¦se fue el ¨¢mbito local. Si en alg¨²n lugar arraig¨® un humanismo popular que propugnaba la generosidad frente al acaparamiento, la solidaridad frente al individualismo o el sentido moral frente a formalismos legales incumplidos, ¨¦se fue el municipal. As¨ª fue en la Pen¨ªnsula. Pero tambi¨¦n lo fue en M¨¦xico, Chile o Argentina.
Sin mitificarlo -como lo pudo hacer en sus Episodios Benito P¨¦rez Gald¨®s-, el ¨¢mbito local fue la l¨ªnea de contacto entre un Estado que se resist¨ªa a abandonar las maneras olig¨¢rquicas (a pesar de su nueva f¨®rmula liberal) y los grupos sociales vivos, aunque marginados entonces de la pol¨ªtica. Por eso, en la Pen¨ªnsula (pero tambi¨¦n en M¨¦xico o Chile), la izquierda y el progresismo pol¨ªtico fueron municipalistas. Lo fue ya en el siglo XX Indalecio Prieto y lo fue Manuel Aza?a, por referirme a una tradici¨®n notable de nuestro pasado pol¨ªtico.
Tambi¨¦n el PNV, ante la dificultad de abordar unas diputaciones forales poderosas o influir en la pol¨ªtica general, adopt¨® maneras municipalistas de hacer pol¨ªtica ya desde su nacimiento (buena muestra de ello fue la iniciativa autonomista de los ayuntamientos en 1931, trabajada especialmente por el PNV).
La democracia entr¨® en estas tierras por los poros municipales antes que por cualquier otro. De ah¨ª la perversi¨®n que supone hoy atentar directamente contra ¨¦se ¨¢mbito de soberan¨ªa, el ayuntamiento, por la v¨ªa del asesinato y la amenaza a concejales. Si se pretende subvertir la democracia en este pa¨ªs (no la Constituci¨®n, amigo Otegi, que tiene sus cauces de subversi¨®n o modificaci¨®n), si se quiere verdaderamente emponzo?ar su vida pol¨ªtica hasta hacerla girar en torno a otra f¨¦rula, una autoridad tir¨¢nica, basta con estrangular la vida municipal.
Que populares y socialistas se vean desde hace tiempo con dificultades para confeccionar sus listas para las elecciones a los ayuntamientos es la limitaci¨®n m¨¢s grave que han sufrido las formas democr¨¢ticas en este pa¨ªs. Resolverlo, preservar ese ¨¢mbito de la ponzo?a asesina, es una de las primeras tareas pol¨ªticas que cualquier dem¨®crata debe asumir hoy aqu¨ª.
Por eso resulta tremendamente esperanzador (de momento s¨®lo esperanzador) que los partidos se hayan sentado a hablar precisamente en torno a ese tema. Y, desde luego, es un gesto excelente el que hace Elkarri ofreci¨¦ndose a cubrir posibles lagunas en las candidaturas del PSE-EE o el PP.
Por lo dem¨¢s, antes de la pol¨ªtica viene el acuerdo social b¨¢sico. Lo que los liberales llamaron pacto social del que devinieron las constituciones y la propia democracia. Antes de dilucidar los asuntos p¨²blicos cotidianos, presentar opciones y establecer una pugna en torno a ellas, se deben se?alar y acordar las reglas de juego. Acordarlas y defenderlas. Donde no ocurra tal cosa, donde se conculquen los derechos humanos b¨¢sicos y se distorsione gravemente su vida pol¨ªtica, deber¨¢n tomarse medidas excepcionales. Ocurre en Zum¨¢rraga, pero tambi¨¦n en otras localidades vascas. Y en todas ellas cuando se piensa en las pr¨®ximas municipales.
?Debe formarse una gestora para el gobierno municipal de Zum¨¢rraga? Convendr¨ªa que algo se dijera desde la propia localidad. Pero si falta libertad para hacerlo, ?c¨®mo resolverlo? Sea como fuere, de la soluci¨®n que se d¨¦ a casos como el de Zum¨¢rraga depender¨¢ la libertad de cada uno de nosotros en el futuro inmediato. Ciertamente, as¨ª es.
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