El juicio de Huber Matos
Fidel tiene el monopolio completo del juicio. Me juzgar¨¢ un tribunal militar seleccionado por ¨¦l mismo en el que todos sus miembros le son incondicionales. Tambi¨¦n escogi¨® al fiscal y a los funcionarios a cargo de las tareas auxiliares. Tribunal, testigos, lugar y p¨²blico. Pero ¨¦l ser¨¢ el verdadero fiscal y tambi¨¦n se reserva el papel de testigo acusador. ?l ordenar¨¢ la sentencia al tribunal para que la comunique p¨²blicamente. (...)
D¨ªa 14 de diciembre de 1959
Todas las noches, tarde, nos llevan de regreso al castillo de El Morro, nos separan y me llevan directo al calabozo. Al d¨ªa siguiente, al mediod¨ªa, nos traen al edificio en que se nos juzga.
Nos sacan del edificio, y cuando vamos a tomar los veh¨ªculos que nos llevar¨¢n al castillo de El Morro, una claqu¨¦ de diez o m¨¢s militares grita : '?Pared¨®n! ?Pared¨®n! ?Pared¨®n!'
Este juicio es ilegal porque Fidel Castro, en su funci¨®n de primer ministro y comandante en jefe, tiene de su parte el tribunal y concurre como testigo acusador. ?Qu¨¦ tipo de justicia es ¨¦sta?
Estamos ya en el cuarto d¨ªa del juicio, en medio de su todav¨ªa poco definido curso. Los cargos contra m¨ª han sido d¨¦biles y mal organizados, formulados por testigos intrascendentes que han venido al juicio presionados por los Castro o haciendo m¨¦ritos con ¨¦stos. Prefiero ignorar los nombres de algunas de estas personas, mas no a Jorge Enrique Mendoza Reboredo y a Orestes Valera, quienes en la madrugada del 21 de octubre nos insultaron por la radio de Camag¨¹ey con los adjetivos de 'traidores', 'hijos de perra' y otras cosas por el estilo, provoc¨¢ndonos persistentemente para crear una situaci¨®n de violencia en la ciudad que proporcionara evidencia de subversi¨®n. Los dos sujetos canallescos han venido a repetir sus acusaciones.
Avanza la tarde. La sesi¨®n lleva varias horas de trabajo. Hay indicios de que Fidel se dispone a arribar a la sala del tribunal de un momento a otro. Instalan un micr¨®fono para la red nacional de emisoras cubanas y se nota la presencia de algunos de sus escoltas. Las cosas han llegado a un punto delicado para el Gobierno y es necesario que venga Fidel a impresionar. Entra con sus guardaespaldas, no mira para donde estoy y comienza una extens¨ªsima perorata de varias horas.
Con poses ol¨ªmpicas y sabiendo que nadie se atrever¨¢ a contradecirlo, cuenta la historia de mi actuaci¨®n en el Ej¨¦rcito Rebelde, refrescando las disputas que tuvimos en la sierra Maestra y present¨¢ndome como un hombre oportunista, irresponsable e ingrato. Luego trae a colaci¨®n una serie de argumentaciones sobre la revoluci¨®n y afirma que 'la nuestra no es una revoluci¨®n comunista. En Rusia habr¨¢n hecho una revoluci¨®n comunista. Nosotros estamos haciendo nuestra revoluci¨®n, y nuestra revoluci¨®n es una revoluci¨®n humanista, profunda y radical'.
Las mentiras que dice ante la audiencia que colma el sal¨®n del tribunal me hacen salirle al paso. Su cinismo deforma los hechos. Cuenta a su manera algunos de los problemas que tuvimos en la sierra y relata el episodio de la ametralladora que Duque ten¨ªa que devolverle y que ¨¦l crey¨® que yo hab¨ªa tomado para la Columna 9, pero lo describe falseando la verdad, silenciando datos y palabras; va a?adiendo o inventando, a su conveniencia, para suplantar la verdad y exhibirme como un hombre carente de principios e inclinado por mi propia naturaleza a la traici¨®n. Me enfrento a ¨¦l y a sus mentiras. En un momento afirma con el mayor descaro:
-Huber Matos tuvo que retractarse.
A lo que respondo:
-?Y por qu¨¦ no prueba eso que acaba de decir presentando mi carta de respuesta? Usted ha venido con unos cuantos papeles.
-No, esa carta no la traje; creo que se ha extraviado, no s¨¦.
-Es de lamentar que no la haya tra¨ªdo para respaldar su afirmaci¨®n; no la trajo porque evidenciar¨ªa mi condici¨®n de hombre honesto y de principios, todo lo contrario de lo que usted est¨¢ diciendo.
Fidel se molesta con mis interrupciones y reclama al presidente del tribunal que se le respete el uso de la palabra. Pero no puede impedir que yo, durante su interminable diatriba, me ponga de pie una y otra vez y lo refute, pues m¨¢s que la magnitud del castigo que me impongan me interesa que quede clara la verdad.
En su argumentaci¨®n, que transmiten al pueblo cubano por radio, insiste en presentarme como un individuo que se sum¨® a las fuerzas revolucionarias, donde todo le result¨® muy f¨¢cil. Que soy m¨¢s un aventurero que un hombre de formaci¨®n ideol¨®gica. Argumenta que es una mentira infamante insinuar que la revoluci¨®n va hacia el comunismo. Le resta valor a mi posici¨®n mostr¨¢ndome como un calumniador, como un sujeto que est¨¢ d¨¢ndole un r¨®tulo de marxista a la revoluci¨®n, 'cuando es cuban¨ªsima, como las palmas'.
En el curso de su exposici¨®n, Fidel, involuntariamente, pone al trasluz la farsa que es este juicio. Llama de entre el p¨²blico al comandante F¨¦lix Duque, quien ya ha prestado declaraci¨®n, para que haga otra diferente.
F¨¦lix Duque fue segundo en la tropa m¨ªa y conoce bien lo sucedido en Camag¨¹ey, por haber estado all¨ª un d¨ªa antes de mi arresto. Su primer testimonio ante el tribunal corresponde a la verdad de los hechos: no encontr¨® conspiraci¨®n ni sedici¨®n. Fidel lo ha presionado para que lo cambie y lo presenta de nuevo en el juicio de forma totalmente arbitraria. Duque comienza con tantas mentiras que, sin hacer caso de los custodios, me paro y subo al estrado, voy hasta donde est¨¢ Duque, le quito el micr¨®fono. Quedo a pocos pasos de Fidel, que con un micr¨®fono en la mano se queda sin habla. Afirmo al p¨²blico que se falsea la verdad con el mayor descaro. Analizo una a una las mentiras de Duque, que me observa asustado. Es f¨¢cil poner en evidencia sus contradicciones. Fidel, sorprendido, reacciona con temor.
El tribunal, al alterar las reglas de procedimiento, permitiendo que Fidel haga subir a F¨¦lix Duque con esta nueva declaraci¨®n, pierde por el momento el control del juicio. Apelo a los presentes para que entiendan que ¨¦sta es una patra?a colosal en la que se quiere destruir a un hombre con el artificio de una acci¨®n legal viciada por la inmoralidad y por el abuso de poder. ?No es Fidel Castro quien ha escogido el tribunal, me acusa como testigo y, adem¨¢s, se permite el lujo de llamar a declarar a quien ¨¦l quiere? ?C¨®mo puede un testigo, en el mismo juicio, hacer dos declaraciones tan marcadamente opuestas? Algo inadmisible.
Siguen los testimonios arbitrarios e ilegales. Hasta Armando Hart, quien en los primeros meses de la revoluci¨®n en el poder me pidi¨® que le ayudara a resolver su situaci¨®n con los Castro, que le hab¨ªan dado la espalda, viene de atr¨¢s del auditorio, donde est¨¢n los tramoyistas. Habla ante el tribunal sin que nadie lo haya autorizado a prestar declaraci¨®n. Me acusa sin ser testigo del caso. Tambi¨¦n sin ser testigo irrumpe en la sala el capit¨¢n Su¨¢rez Gayol, iba decir necedades ante el tribunal. El juicio se vuelve un espect¨¢culo de circo romano. Es el jefe del Gobierno quien ha provocado este desorden.
Fidel retoma la palabra y habla hasta muy tarde de la noche. Le interrumpo m¨¢s de cincuenta veces para poner las cosas en su lugar cada vez que dice una mentira o presenta un asunto de manera tergiversada o capciosa, con su acostumbrado cinismo. Est¨¢ molesto; no me importa. Me importa la verdad a cualquier precio.
Con su s¨¦quito, Fidel abandona el sal¨®n. La oficialidad que conforma el p¨²blico cree que la sesi¨®n ha terminado y que continuar¨¢ al d¨ªa siguiente. Los miembros del tribunal toman parte en el juego porque se retiran de la sala, dando tambi¨¦n la impresi¨®n de que la vista ha concluido y que continuar¨¢ al d¨ªa siguiente. No dicen nada y el p¨²blico se va. El recinto queda pr¨¢cticamente vac¨ªo. Permanecemos en ¨¦l los acusados, los hombres de la seguridad militar que nos vigilan y nuestros familiares, que por lo general no se retiran hasta que nos llevan de regreso al castillo de El Morro.
Despu¨¦s de unas dos horas, como a la una y media de la ma?ana, vuelve el tribunal. El juicio va a continuar. El ardid les sale bien a los Castro. Indudablemente, la oportunidad de hablar antes de que se dicte la sentencia la voy a tener ante un sal¨®n desierto. Expondr¨¦ mi defensa una vez que el fiscal termine con su exposici¨®n, que resumir¨¢ con la petici¨®n de la pena de muerte.
El fiscal habla durante dos horas, alargando de forma deliberada su exposici¨®n. Una forma m¨¢s de irnos agotando f¨ªsica y ps¨ªquicamente. Estamos sentados desde las doce del mediod¨ªa de ayer y hemos pasado m¨¢s de catorce horas continuas y agobiadoras, que en el banquillo de los acusados son unas cuantas.
Hace uso de la palabra mi abogado. Con precisi¨®n de jurista experimentado emplea menos de una hora en reducir a nada la pomposa ret¨®rica del fiscal Serguera. Analiza los cargos y deja al descubierto su inconsistencia y la carencia total de fundamentaci¨®n.
-El tribunal puede pensar lo que quiera. Lo cierto es que no se ha podido demostrar ninguna de las dos acusaciones: ni traici¨®n ni sedici¨®n. Mucha hojarasca ret¨®rica y ninguna prueba concreta, ?ninguna!
Termina diciendo:
-En el curso de este juicio se ha hecho evidente que mi defendido es inocente. Solicito del tribunal el veredicto absolutorio que en justicia le corresponde.
Hablan a continuaci¨®n los otros dos abogados que tienen a su cargo la defensa de mis compa?eros de causa. Uno de ellos es oficial de las fuerzas armadas y act¨²a como abogado de oficio. Contrariamente a lo que pens¨¢bamos, hace un papel brillante y corajudo, enfrent¨¢ndose al fiscal con argumentos irrebatibles y entera valent¨ªa.
Nos impresiona su valor, y comentamos: 'Inevitablemente, lo despiden, y suerte si no lo meten preso'.
A las cinco de la ma?ana, el presidente del tribunal dice que se va a dictar sentencia y pregunta si alguno de los acusados tiene algo que decir.
Tengo mucho que decir. Dirijo una mirada a mis familiares, cuyos rostros expresan claramente su cansancio, aunque en ellos hay una admirable entereza. Reconstruyo los hechos tratando de ser lo m¨¢s fiel posible a la realidad. Uno a uno desmenuzo los cargos que se me imputan, con autenticidad y respeto a la verdad.
Puntualizo las conclusiones:
-No hay traici¨®n. He sido y soy fiel a mi patria. He servido lealmente a la revoluci¨®n, y es mi lealtad a la revoluci¨®n y el amor a mi patria lo que me llevan a reclamar, persuasivamente, primero, y por ¨²ltimo, con mi renuncia, que no se suplante el programa democr¨¢tico y humanista de la revoluci¨®n.
No hay sedici¨®n, pues no se ha hecho ning¨²n planteamiento para subvertir el orden, ni existe un prop¨®sito ni un hecho para crear violencia. La provocaci¨®n a la violencia vino de la parte oficial de manera muy notoria. Adem¨¢s, este juicio es ilegal, porque Fidel Castro, en su funci¨®n de primer ministro y comandante en jefe, tiene de su parte el tribunal y concurre como testigo acusador. ?Qu¨¦ tipo de justicia es ¨¦sta? Hay algo m¨¢s que se?alar como violaci¨®n flagrante que invalida este proceso judicial desde su inicio. Cinco d¨ªas despu¨¦s de mi arresto, y encontr¨¢ndome incomunicado en un miserable calabozo, Fidel Castro, usando su autoridad de gobernante y su enorme influencia, me hizo condenar a muerte en un acto p¨²blico en el que cientos de miles de cubanos, a instancias suyas, levantaron el brazo aprobando mi fusilamiento sin tomar en cuenta mi derecho a ser escuchado. Este juicio es una farsa inmoral desde el comienzo y deploro que mis compa?eros de armas que integran el tribunal se vean comprometidos en el desempe?o de una funci¨®n que no conlleva ni orgullo ni honra.
Acabo se?alando lo que ya hab¨ªa reiterado en mis declaraciones previas: si es necesario entregar mi vida para que se concreten en hechos todas esas cosas hermosas que la revoluci¨®n ha prometido, estoy dispuesto a darla en bien de mi patria y de mi pueblo. 'Estoy convencido de que en el sacrificio de los hombres est¨¢ el camino que conduce a los pueblos a la victoria'.
El teniente Dionisio Su¨¢rez habla en representaci¨®n de mis compa?eros y lo hace muy bien, con nitidez y elocuencia.
Termina la sesi¨®n a las siete de la ma?ana sin que se dicte la sentencia. Nos sacan del edificio, y cuando vamos a tomar los veh¨ªculos que nos llevar¨¢n al castillo de El Morro, una claqu¨¦ de diez o m¨¢s militares grita: '?Pared¨®n! ?Pared¨®n! ?Pared¨®n!'... Un estribillo tr¨¢gico que repiten y repiten para romperle los nervios a los acusados. Otra agresi¨®n de las tantas que han puesto en funci¨®n los hermanos Castro.
A estas alturas poco me importan el rencor o las pasiones personales. Soy un hombre en el momento m¨¢s crucial de su existencia. Paso frente a ese grupo hostil y los miro con total indiferencia. Los que no claudican han de estar siempre preparados para pagar el precio que las circunstancias demanden.
Nos llevan de regreso a El Morro. Llegamos como a las nueve de la ma?ana. Hemos pasado veinte horas ante el tribunal y necesitamos reponernos un poco para regresar esta tarde y escuchar la sentencia.
Todo lo que ten¨ªa que decir est¨¢ dicho. He analizado previamente la perspectiva del fusilamiento y me siento preparado para esa eventualidad, aun cuando soy consciente de que hemos ganado el juicio. Aunque s¨¦ que esto no significa mucho.
D¨ªa 15 de diciembre de 1959
A las cuatro de la tarde nos regresan al tribunal. En los momentos previos a esta ¨²ltima sesi¨®n hablo con mi esposa, que se acerca tan llena de dolor como de secreta esperanza. Ella presenci¨® en las horas de la ma?ana aquel insistente '?Pared¨®n! ?Pared¨®n! ?Pared¨®n!'..., que un peque?o grupo profiri¨® ante las puertas del edificio donde nos encontr¨¢bamos. Eso la quebr¨® un poco, pero ha tenido la capacidad de reponerse.
-Huber, te van a fusilar porque te has portado como el hombre ¨ªntegro que eres.
-S¨ª, quieren fusilarme, pero Fidel debe de tener sus dudas. Acu¨¦rdate de que detr¨¢s de toda su pantalla es un cobarde, y las cosas no le han salido como esperaba. S¨¦ lo que est¨¢ pensando. Sabe que hay mucha gente en el ej¨¦rcito que me apoya, y si me fusila alguno puede tratar de cobr¨¢rselo. ?l le tiene horror a un atentado; es su obsesi¨®n.
-Pero ¨¦l no puede perdonar que lo hayas descalificado delante de todo el ej¨¦rcito; Ra¨²l estaba fuera de s¨ª. T¨² sabes que si te condenan a muerte ¨¦sta ser¨¢ la ¨²ltima vez que nos veremos, de aqu¨ª te llevar¨¢n directo al pared¨®n.
-Lo s¨¦, t¨² y yo hemos estado juntos en todo esto, me has respaldado siempre. Lo m¨¢s importante son nuestros hijos, y t¨² los podr¨¢s sacar adelante. All¨¢, yo te seguir¨¦ queriendo, y despu¨¦s de esta vida nos volveremos a ver. Te esperar¨¦.
Pendemos de un hilo sobre el abismo. Minutos despu¨¦s abren la sesi¨®n en la que se dictar¨¢ sentencia. Los Castro, pose¨ªdos por una pasi¨®n enfermiza, quieren verme caer ante el pelot¨®n de fusilamiento y terminar para siempre conmigo.
-P¨®nganse de pie los acusados, el tribunal va a dictar sentencia.
Escucho estas palabras y me levanto del banquillo. Por mi mente pasa la idea de que cuando enfrente el pelot¨®n de fusilamiento les voy a dar a mis enemigos un ¨²ltimo ejemplo de lealtad a mis convicciones.
-Huber Matos: veinte a?os de c¨¢rcel.
En este momento, cuando s¨¦ cu¨¢l es mi condena, siento la inefable sensaci¨®n del individuo que cree en su muerte inmediata y se entera de que seguir¨¢ viviendo. Esto, indudablemente, es bien recibido por la naturaleza humana, que en todos los casos quiere sobrevivir. Intercambio miradas de comprensi¨®n y solidaridad con mis compa?eros de causa. Atravieso por un sinf¨ªn de estados emocionales, imagin¨¢ndome a la vez la alegr¨ªa que cubre interiormente a los m¨ªos. Vuelvo mi rostro hacia mi esposa, mi padre y mi hijo. Nos miramos, reconociendo en nuestras pupilas un brillo que se?ala una inesperada puerta al futuro, aun en la condici¨®n de prisionero por largos a?os en que me encontrar¨¦ a partir de ahora.
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