'Vengaremos a nuestros muertos con explosivos'
Los habitantes del campo de refugiados palestinos de Yen¨ªn relatan los horrores vividos durante el asedio del Ej¨¦rcito israel¨ª
'Los soldados israel¨ªes han matado a los hombres como en Sabra y Chatila; peor que en Sabra y Chatila', asegura Rana Wasif, la ¨²nica de las cuatro mujeres que no tiene l¨¢grimas en los ojos. No le quedan despu¨¦s de haber vivido el infierno de la batalla de Yen¨ªn con apenas 19 a?os. Ellas y el pu?ado de ni?os que las rodea salieron el jueves del campamento de refugiados palestinos de esa ciudad, a quinientos metros de donde hablamos. '?Qu¨¦ remedio, echaron abajo nuestras casas!', aduce una de ellas sin esconder la rabia. Enterrados bajo los escombros han dejado a maridos, hermanos, vecinos... Nadie sabe cu¨¢ntos muertos. No ha habido tiempo de contarlos y siguen oy¨¦ndose tiroteos espor¨¢dicos.
Resulta dif¨ªcil imaginar c¨®mo han sobrevivido sin agua, sin electricidad y sin apenas comida
Nadie sabe cu¨¢ntos muertos hay. No hubo tiempo de contarlos y siguen oy¨¦ndose tiros
'Todav¨ªa hay civiles dentro', declara a EL PA?S el alcalde de Yen¨ªn, Walid Abu Mues. La destrucci¨®n que se aprecia desde las colinas por las que esta informadora lleg¨® caminando hasta las cercan¨ªas del campo hacen inconcebible esa posibilidad. Sin embargo, tambi¨¦n resulta dif¨ªcil imaginar c¨®mo han sobrevivido sus 15.000 habitantes al asedio al que desde el viernes 5 de abril les ha sometido el Ej¨¦rcito israel¨ª. Sin agua, sin electricidad, sin apenas comida, el kil¨®metro cuadrado que Israel califica de 'principal nido de terroristas de Cisjordania' ha resistido hasta la extenuaci¨®n. S¨®lo en los ¨²ltimos d¨ªas los civiles han empezado a abandonar el lugar, en la pr¨¢ctica, una barriada de Yen¨ªn.
Los muertos se contaban ya por centenares. 'El n¨²mero puede llegar a los mil', asegura Abu Mues. Las autoridades israel¨ªes tachan esas cifras de 'mentiras palestinas'. 'Menos de cien', dijo a este diario una fuente militar. No ayuda a creerles el que, un d¨ªa despu¨¦s de que dieran por terminada la operaci¨®n, sigan sin permitir el acceso al campamento de la prensa y de las organizaciones humanitarias. No ayuda tampoco que el general Ron Kitrey, portavoz del Ej¨¦rcito israel¨ª, declarara a primera hora de ayer a la radio militar que 'cientos de palestinos hab¨ªan resultado muertos en Yen¨ªn'. La correcci¨®n posterior -'se refer¨ªa a cientos de muertos y heridos'- no convenci¨® a nadie.
Uno de los muertos es Taha Subaidi, el marido de Rania, que llora desconsolada su prematura viudedad. Tiene 18 a?os. Acababa de casarse. 'Es Sharon quien nos mata. Nosotros no somos terroristas', balbucea. Um Suhair, una vecina que ni siquiera sabe qu¨¦ ha sido de su familia, intenta en vano consolarla. Ninguna quiere hablar de sus sufrimientos durante seis d¨ªas de bombardeos. S¨®lo piensan en los seres queridos que han perdido.
'Se llevaron a mi hermano Mohamed', explica Rana, 'tiene 22 a?os, tal vez lo hayan matado'. '?Qu¨¦ nuestro Dios castigue a Israel!', interviene la madre, espantada ante esa posibilidad. La familia Wasif viv¨ªa en el centro del campamento, justo en el sector donde la resistencia a la ocupaci¨®n israel¨ª ha sido m¨¢s enconada. Los milicianos palestinos juraron luchar all¨ª hasta la ¨²ltima gota de sangre, pero, tras la muerte de 13 soldados, el pasado martes, el Ej¨¦rcito israel¨ª entr¨® a saco y los ¨²ltimos se fueron rindiendo.
'Mi zona ha quedado plana como una pista de aterrizaje', manifiesta Um Suhair, que viv¨ªa en la parte oriental, una de las que primero tomaron los soldados. 'Lo han destruido todo', subraya Rana, 'en nuestro barrio han da?ado todas las casas'. 'No sab¨ªamos qu¨¦ hacer, a d¨®nde ir', prosigue con la mirada perdida en le vac¨ªo. Un familiar les ha dado cobijo en esta casa a medio construir, donde de momento est¨¢n a salvo.
No es suficiente para borrar el horror y la sensaci¨®n de desamparo. Al final, sus emociones pueden m¨¢s que ella y Rana explota con lo que desde el principio ha deseado echarle en cara a la periodista: 'Ustedes no hacen nada. Nos est¨¢n matando y guardan silencio. Cuando Osama Bin Laden mat¨® a los estadounidenses, todos le llamaron terrorista, y ahora, nada. Bush y Sharon son los terroristas'. Su tono de voz ha subido y los peque?os que jugaban alrededor con aparente indiferencia se acercan para mostrar su disposici¨®n a convertirse en suicidas. 'Todas nos pondremos un cintur¨®n [de explosivos] y vengaremos a nuestros hombres', afirman las mujeres antes de dar por concluida la conversaci¨®n.
Un poco m¨¢s adelante, Mues Abu Hamsa a¨²n da gracias a Dios por su fortuna. Ha salido con vida del infierno y est¨¢ libre. 'Eran las tres y media de la ma?ana del martes cuando empezaron a atacar nuestra zona, en el oeste del campo, con artiller¨ªa pesada, ametralladoras y helic¨®pteros', recuerda, sin dejar de mirar hacia donde estaba su casa, 'al lado de la mezquita'. 'Nos hab¨ªamos refugiado en ella 30 personas y la mayor¨ªa decidi¨® salir; unos pocos nos quedamos hasta ayer', explica. Entonces, les lleg¨® la visita de los soldados. 'Quiero contarle c¨®mo pasan de casa en casa', dice todav¨ªa sorprendido: 'Ponen una bomba en la pared del vecino y cruzan por el boquete que se abre'. Aun as¨ª, cree que fue mejor quedarse. A varios de los que salieron el martes se los llevaron al cuartel de Salem, a unos 15 kil¨®metros. 'Les han zurrado de lo lindo, por lo que nos han contado esta ma?ana cuando les han liberado y han llamado desde Rumane', relata.
Abu Hamsa, alba?il en paro desde el inicio de la Intifada, no puede corroborar las acusaciones de que los soldados hayan matado a gente a sangre fr¨ªa. Ni ¨¦l ni los que le acompa?aban se arriesgaron a salir a la calle durante los seis d¨ªas de asedio y bombardeos casi continuos. 'Vi dos muertos ayer por la tarde cuando dej¨¦ el campo; a¨²n creo que est¨¢n ah¨ª. Si logra pasar esa calle, los ver¨¢ tendidos en el suelo debajo de unas mantas'.
Pero esa calle est¨¢ constantemente patrullada por los jeeps militares y bajo la vigilancia de un tanque cuya torreta se gira amenazadora al detectar el menor movimiento. El distrito de Yen¨ªn sigue siendo una zona militar cerrada y la ciudad est¨¢ bajo el toque de queda permanente. Esta misma ma?ana, a las nueve, los soldados han conminado a todos los varones de 15 a 55 a?os a presentarse en la plaza adyacente a la mezquita de Al Nur. 'Unas horas m¨¢s tarde han dejado que la mayor¨ªa volviera a sus casas', cuenta el alcalde por tel¨¦fono porque los soldados impiden a esta enviada llegar a su casa. 'S¨®lo han detenido a los miembros de las fuerzas de seguridad palestinas, unos cuarenta o cincuenta hombres', calcula.
Mientras, los soldados israel¨ªes segu¨ªan recogiendo ayer cad¨¢veres de palestinos muertos en la batalla de Yen¨ªn y pensaban continuar haci¨¦ndolo a pesar del Sabath. El Tribunal Supremo de Israel ha ordenado que no se lleven a cabo inhumaciones de palestinos hasta que se reunan los jueces para examinar las denuncias presentadas. Un portavoz oficial hab¨ªa asegurado que se iba a enterrar a los milicianos en una fosa temporal en el cementerio para enemigos de guerra del valle del Jord¨¢n. 'Se ha hecho antes en otras guerras', defiende la fuente citada, 'cuando acaben las hostilidades se dar¨¢ toda la informaci¨®n para que puedan ser identificados'. El objetivo es evitar 'la utilizaci¨®n propagand¨ªstica de sus entierros'. 'Los civiles se van a llevar al hospital general para que puedan hacerse cargo sus familiares', precisa. A ¨²ltima hora de ayer, el administrador del hospital, Esam Aluini, asegur¨® que a¨²n no hab¨ªan recibido ning¨²n cuerpo.
Zona militar no demasiado cerrada
El Ej¨¦rcito israel¨ª ha declarado Yen¨ªn 'zona militar cerrada', pero es un secreto a voces entre los periodistas que se puede llegar a esa ciudad palestina andando desde Burquin, un pueblo situado a cinco kil¨®metros al oeste. Empieza entonces el juego del rat¨®n y el gato para alcanzar Burquin. Hay que evitar las carreteras principales, donde los puestos de control del Ej¨¦rcito se muestran implacables. Adem¨¢s, el cerco es mucho mayor de lo que uno pudiera esperarse. Incluye no s¨®lo la ciudad de Yen¨ªn, sino gran parte de su distrito. En la carretera regional 585, los militares han cortado el paso con grandes bloques de cemento a la altura de Baqa al Sharquiya, a una treintena de kil¨®metros de Yen¨ªn. Pero el oficial al mando cree que con un permiso de la oficina de prensa del Ej¨¦rcito es posible llegar por otra ruta y mientras se descubre que no hay permiso que valga, ha explicado al conductor un camino a trav¨¦s de la colonia de Mei Ami. Vuelta atr¨¢s hasta el cruce de Mei Ami. Sin embargo, la soldado que monta guardia en este puesto es a¨²n m¨¢s rotunda en su negativa. No en vano acabamos de cruzar la L¨ªnea Verde, la frontera inexistente entre Israel y los territorios palestinos. La permeabilidad de esa l¨ªnea es lo que hace temer a los israel¨ªes por su seguridad. 'Si ustedes pueden llegar, igual pueden salir los suicidas, que adem¨¢s se conocen el terreno', apunta el conductor sorprendido cuando finalmente me deja en un puesto militar vac¨ªo a las afueras de Umm al Fahem, una ciudad ¨¢rabe israel¨ª de profundas convicciones islamistas. Desde all¨ª, y con la ayuda de la poblaci¨®n local, llegar a Yen¨ªn es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo y de suerte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.