Una millonaria en autob¨²s
Elisa V¨¢zquez ahorr¨® cada c¨¦ntimo para legar a los pobres una fortuna objeto de disputa
Ten¨ªa los ojos violeta como los de Liz Taylor y el temperamento corajudo como el de Escarlata O?Hara. Le gustaban las perlas y le desagradaban los domingos porque le imped¨ªan realizar su cotidiana gira matinal por varios bancos de Sevilla donde dejaba instrucciones claritas. 'No me compre m¨¢s tecnol¨®gicos que est¨¢n muy mal', le espet¨® un d¨ªa la anciana al asombrado director de una oficina.
La gallega Elisa V¨¢zquez fue una mujer curiosa en vida. Pero ha sido tras su muerte cuando se est¨¢ descubriendo como una generosa exc¨¦ntrica despu¨¦s de legar toda su fortuna, que supera con certeza los 1,8 millones de euros (pero a¨²n se ignora en cu¨¢nto), a los pobres. Ten¨ªa h¨¢bitos que la hac¨ªan pasar por taca?a. Era capaz de ir por la vida con las gafas medio rotas para no gastar en otras, recuerda su abogado Borja Mauduit. Se compraba la ropa en las rebajas y se resist¨ªa a gastar en peluquer¨ªa, revive Mar¨ªa Antonia Herrero, la directora de las viviendas tuteladas de Almahe, donde la anciana residi¨® m¨¢s de un a?o. Jam¨¢s pagaba un taxi si pod¨ªa servir el autob¨²s. Pero tildar de taca?a a alguien que ahorra cada c¨¦ntimo para los dem¨¢s no parece muy apropiado. Gestionaba dos cuentas. En la que llamaba 'grande' acumul¨® una notable fortuna que pensaba destinar a la construcci¨®n de una residencia para ancianos sin recursos llamada Don Pep¨®n, en honor a su marido Jos¨¦ Barra Domenech, ya fallecido.
Control de inversiones
Parte de las posesiones de Elisa V¨¢zquez proced¨ªan de la herencia conyugal, pero ella logr¨® aumentar su patrimonio con un control f¨¦rreo sobre las inversiones -salvo una operaci¨®n fallida de venta de pisos que acab¨® en los tribunales- y unos gastos m¨ªnimos. No ten¨ªa empleados. Vivi¨® sola hasta los 90 a?os en un piso de Los Remedios adonde le llevaban la cena y la comida a diario. Hu¨¦rfana desde joven y viuda desde hac¨ªa bastantes a?os, parec¨ªa estar acostumbrada a perder afectos y a sobrevivir sin ellos.
S¨®lo despu¨¦s de recibir el alta de una cl¨ªnica privada y regresar a su casa se le desplom¨® encima la soledad. El 13 de septiembre de 2000 dej¨® un mensaje desesperado en el contestador del despacho de Borja Mauduit: 'Por favor, ll¨¢meme, me han abandonado (..) si tardo es porque voy en silla de ruedas'. El abogado logr¨® entonces que accediese a ingresar en una residencia de ancianos, en la que permaneci¨® satisfecha un mes largo hasta que un buen d¨ªa telefone¨® de nuevo a Mauduit para pedirle que la sacara de all¨ª. 'La hab¨ªa ba?ado un hombre y a ella no la ve¨ªa nadie desnuda desde que se muri¨® su marido', recuerda el letrado.
As¨ª lleg¨® a las viviendas tuteladas que gestiona Mar¨ªa Antonia Herrero en el centro de Sevilla. Durante m¨¢s de un a?o renaci¨®. Madrugaba para los periplos bancarios, se reencontr¨® con viejas amigas de los tiempos de frenes¨ª social y redact¨®, con su pu?o tembloroso, un nuevo testamento el 24 de septiembre de 2001. Ning¨²n familiar directo la visit¨® en el centro, ni despu¨¦s cuando, superado un coma diab¨¦tico, ingres¨® en una residencia para asistidos en Bormujos. All¨ª, la pasada Nochebuena, le explic¨® a su abogado que la hab¨ªan visitado sus padrinos. Mauduit pens¨® que la anciana gallega hab¨ªa perdido la cabeza por completo, pero respondi¨® imp¨¢vido que las visitas familiares eran normales en tales fechas. A lo que ella replic¨®: 'S¨ª, pero ellos est¨¢n muertos'. Dos d¨ªas despu¨¦s falleci¨®.
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