Variaciones sobre los siete velos
La leyenda b¨ªblica de Salom¨¦ ha tenido m¨²ltiples versiones en danza, ¨®pera o teatro. La tradici¨®n moderna est¨¢ marcada indefectiblemente por la ¨®pera de Richard Strauss, la pieza teatral de Oscar Wilde y los ballets posteriores al de Romanov para Diaghilev. Y se suelen obviar en el baile de las referencias, hallazgos como el de Horton en 1922 (s¨®lo acompa?ado de percusiones orientales) o el de Virgit Cullberg en 1938, de clara orientaci¨®n prefeminista. Recientemente, el italiano Matteo Levaggi cre¨® en Tur¨ªn una peculiar Salom¨¦ de gran ¨¦xito internacional que baila ¨¦l mismo: la ambig¨¹edad tambi¨¦n est¨¢ presente en las ra¨ªces de esta leyenda.
Con esta obra, Carlos Saura propone repetir una f¨®rmula de gran producci¨®n m¨²ltiple ya ensayada anteriormente con Antonio Gades en Bodas de sangre, Carmen y, con mucho menos ¨¦xito, en una versi¨®n de El amor brujo. Esta vez el core¨®grafo es Jos¨¦ Antonio, actual director de la Compa?¨ªa Andaluza de Danza y que en otras ocasiones ya hab¨ªa colaborado tanto con Gades como con Saura. Esta Salom¨¦ es encarnada por A¨ªda G¨®mez, solvente y polifac¨¦tica bailarina, principal figura de su generaci¨®n y que fuera hasta hace poco directora del Ballet Nacional de Espa?a.
Compa?¨ªa A¨ªda G¨®mez
Salom¨¦. Direcci¨®n art¨ªstica: A¨ªda G¨®mez; direcci¨®n esc¨¦nica: Carlos Saura; coreograf¨ªa: Jos¨¦ Antonio; m¨²sica: Roque Ba?os (con la colaboraci¨®n de Tomatito); vestuario: Pedro Moreno; luces: Nicol¨¢s Fischtel. Teatro Alb¨¦niz. Madrid, 19 de abril.
El montaje de Saura
Los problemas del montaje se ven enseguida y parten del gui¨®n, que se parece demasiado a otros guiones de Saura, lo que ha forzado la maquinaria esc¨¦nica a que esta Salom¨¦ parezca un saura m¨¢s, algo que en cine podr¨ªa ser calificado y entendido como sello de estilo personal, pero que en la danza esc¨¦nica reduce por incomprensibles mimetismos la importancia y el papel que deben tener core¨®grafo e int¨¦rpretes.
Salom¨¦ abunda en figuras orientalizantes y en un buen dibujo core¨²tico de los conjuntos, lo que va preparando la acci¨®n para el tr¨¢gico sacrificio de Juan el Bautista (un personaje poco explotado esta vez y bailado sin demasiado entusiasmo por Antonio Correderas), y sit¨²a la pieza en la moda actual de lo que suele llamarse gen¨¦ricamente 'gusto por lo ¨¦tnico'; las gamas c¨¢lidas del vestuario y las luces tambi¨¦n juegan con ese acento meridional que llega a lo sofocante. Debilita esta atm¨®sfera la imposici¨®n de escenas comunes a los otros filmes de Saura: grupos a contraluz en silueta, espejos, una demasiado larga clase inicial calcada de Carmen. La m¨²sica discurre plana y discreta, sin una verdadera estructura sinf¨®nica y sin lograr transmitir los planteamientos del drama, que solamente salen adelante por el ingenio y experiencia coreogr¨¢fica de Jos¨¦ Antonio y el buen baile de A¨ªda G¨®mez, que en su solo de los siete velos logra un intenso, templado y hasta provocador momento: no es usual el desnudo en la danza espa?ola y aqu¨ª G¨®mez lo luce con elegancia y gran efecto.
Volviendo a los defectos del gui¨®n, se hace confuso y culpabiliza a la hero¨ªna de manera gratuita; la escena procesional de cierre es hermosa y est¨¢ resuelta en un tono alto, pero hay cosas que son como son y el lamento de Salom¨¦ es el verdadero y ¨²nico final posible. Cualquier a?adido de car¨¢cter ejemplarizante chirr¨ªa y quita fuerza a lo que anteriormente se ha visto y hasta admirado. Ya sabemos que Salom¨¦ no era una buena chica, pero que el cielo y el espectador la juzguen, y no la literalidad de un gui¨®n, como tampoco es demasiado feliz que la lustrosa bandeja con la cabeza del Bautista vuele sola, pero eso es secundario.
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