Los ¨²ltimos d¨ªas de Thor Heyerdahl
Con su muerte, Thor Heyerdahl cierra una saga legendaria de grandes exploradores que extendieron los horizontes de nuestro conocimiento. Sus ¨²ltimos d¨ªas transcurrieron en la rutina intensa de siempre: trabajando en su casa de G¨¹¨ªmar, Tenerife.
Ten¨ªa un rostro cincelado por el salitre y la fatiga de los tantos mares que recorri¨®; unas manos grandes y hermosas, de anciano vigoroso; la mente l¨²cida del explorador que siempre fue, y un castellano de inflexiones transalpinas, recuerdo de esos casi veinticinco a?os que vivi¨® en Italia, antes de instalarse definitivamente en G¨¹¨ªmar, Tenerife. Thor Heyerdahl, el acad¨¦mico explorador que se lanz¨® a la aventura de recorrer el Pac¨ªfico sur para demostrar sus teor¨ªas, partiendo desde el puerto del Callao, acaba de fallecer. Fue precisamente a Italia a morir: ¨¦l, que nunca se conced¨ªa m¨¢s respiro que los buc¨®licos paseos dominicales por la isla con su mujer, Jacqueline Beer, decidi¨® pasar la Semana Santa en su villa italiana de Colla Micheri, cerca de Lazio, a donde convoc¨® a sus hijos. 'Ya estaba cansado', me confi¨® Anne Nystrom, su secretaria personal, en una intempestiva llamada desde Oslo, estando yo en Lima. Las tenazas de un c¨¢ncer diagnosticado en agosto del a?o pasado -contra el que luch¨® con la misma fuerza y empe?o que puso en su apuesta por la vida- lo hab¨ªan acorralado definitivamente. 'Nos hemos despedido con tanta normalidad', me explicaba atribuladamente Anne en aquella llamada, 'que nunca pens¨¦ en este desenlace.' Ella aprovech¨® aquellas sorpresivas vacaciones para ir Oslo, donde recibi¨® las primeras noticias del s¨²bito empeoramiento de Heyerdahl. Inmediatamente pens¨¦ partir a Italia, pero Heyerdahl se empe?¨® en no ver a nadie. Porque no deseaba dejar en quienes quer¨ªa la imagen devastada de su cuerpo cercado por las sombras de la muerte.
Supongo que resulta ocioso relatar a estas alturas sus innumerables periplos de explorador entusiasta e investigador riguroso, pero probablemente sus ¨²ltimos a?os en Tenerife resulten poco conocidos para muchos, debido al afable encierro al que se entreg¨® en Finca Mora, la hermosa casa rural donde pas¨® sus ¨²ltimos a?os, entregado a sus investigaciones, escuchando pausadamente los correos electr¨®nicos, los faxes y las cartas que Anne Nystrom le¨ªa para ¨¦l nada m¨¢s empezar su jornada de trabajo. Recib¨ªa cientos de cartas provenientes de todo el mundo: desde universidades rumanas, suizas o italianas, pasando por solicitudes de entrevistas, hasta enfervorizadas misivas de una legi¨®n de admiradores que hab¨ªan averiguado sus se?as en la isla canaria donde pas¨® sus ¨²ltimos a?os. Y es que Heyerdahl recal¨® en Tenerife convencido por un amigo -el naviero Fred Olsen, que posee en Canarias la m¨¢s importante flota de ferrys que unen las islas- de que deb¨ªa investigar unas pir¨¢mides desde?adas por los investigadores locales. El caso es que Heyerdahl emprendi¨® una nueva aventura en la isla y con el tiempo fund¨® all¨ª, en aquel valle umbr¨ªo situado a escasos veinte minutos de Santa Cruz, el complejo muse¨ªstico Pir¨¢mides de G¨¹¨ªmar, convirti¨¦ndose nuevamente en el centro de muchas pol¨¦micas al proponer que aquellas construcciones no eran, como hasta ese momento se hab¨ªa se?alado, simples amontonamientos de piedras dejadas por los campesinos del lugar. La muerte lo sorprendi¨® trabajando infatigablemente en su teor¨ªa, contratando prestigiosos arque¨®logos para que le ayudaran en la tarea de desentra?ar los enigmas de aquellos zigurats en los que Heyerdahl crey¨® ver un eslab¨®n m¨¢s en la cadena de enclaves que configuraron su teor¨ªa migracionista.
Al mismo tiempo trabajaba en la redacci¨®n de un ¨²ltimo libro, reci¨¦n editado en Noruega -A la caza de Od¨ªn, ser¨ªa la traducci¨®n aproximada del texto- y en unas excavaciones que lo llevaron cerca del mar de Azov, en el delta del r¨ªo Don (sur de Rusia), donde buscaba vestigios vikingos. La investigaci¨®n fue costeada ¨ªntegramente por ¨¦l, al declinar amablemente el ofrecimiento de una conocida marca de coches de lujo que pretend¨ªa fungir de sponsor para aquellas excavaciones. Y es que Heyerdahl no s¨®lo desde?¨® los oropeles de la fama, sino que adem¨¢s se empe?¨® en una resuelta independencia a la hora de decidir qu¨¦, d¨®nde y cu¨¢ndo era objeto de sus investigaciones. El pr¨®ximo viaje lo llevar¨ªa a Samoa, isla amada donde quiz¨¢ pensaba encontrar nuevamente el viejo rostro barbado del dios Kon Ti Ki.
En Finca Mora, el tiempo discurr¨ªa apaciblemente, con un Heyerdahl incapaz de asimilar cualquier artilugio mec¨¢nico, como si en su alma de explorador a la vieja usanza no hubiera cabida para los fastidios de la tecnolog¨ªa, dictando a su secretaria pasajes de su libro y corrigiendo a mano los infinitos borradores de un gui¨®n que servir¨¢ para una pel¨ªcula -ahora tristemente p¨®stuma- sobre su vida. Apenas hab¨ªa una interrupci¨®n para esas jornadas de trabajo: una breve siesta que duraba lo que el llavero tardaba en caer de sus manos cuando se recostaba en la cama: ese tintineo met¨¢lico lo volv¨ªa otra vez la vida, a su trabajo, a su minuciosa correcci¨®n de manuscritos que ahora han quedado interrumpidos para siempre. Quiz¨¢ este ¨²ltimo viaje lo lleve hasta donde lo espera su silencioso Aku Aku, el esp¨ªritu polin¨¦sico que invocaba siempre con fervor y lucidez.
Jorge Eduardo Benavides, escritor peruano, residente en Tenerife, es autor de Los a?os infantiles.
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