En nombre de Dios
Desde que los terroristas isl¨¢micos suicidas, al grito de '?Al¨¢ es bueno!', estrellaron los aviones comerciales repletos de pasajeros contra miles de almas inocentes, en Nueva York y Washington, el pasado 11 de septiembre, el nombre de Dios se ha convertido en consigna de atrocidades.
En Oriente Pr¨®ximo, j¨®venes palestinos, libro del Cor¨¢n en mano, explosionan en nombre de Dios bombas asesinas amarradas a sus cuerpos, en restaurantes y autobuses abarrotados de gente corriente. Soldados israel¨ªes disparan sus tanques con ensa?amiento contra hombres, mujeres y ni?os indefensos en sus propias casas. Unos alegan la promesa de Yahveh a Mois¨¦s de dar tierra al pueblo elegido; otros, m¨¢s prosaicos, dicen simplemente que est¨¢n saldando cuentas de acuerdo con el consejo b¨ªblico de 'lavarse los pies en la sangre del malvado'. Y hace unos d¨ªas, cuando un periodista le pregunt¨® al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, qu¨¦ hac¨ªa para aliviar la presi¨®n de la guerra devastadora en Afganist¨¢n y las masacres diarias en Oriente Pr¨®ximo, el jefe supremo del Ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo respondi¨®, en primer lugar, que '?Rezar!'.
Lo espeluznante de esta divinizaci¨®n de la violencia moderna es que quienes enarbolan el nombre de Dios para exterminar a sus rivales 'infieles', tienen menos reparos a la hora de matar sin piedad y al por mayor. No les preocupa la opini¨®n p¨²blica, ni tienen un programa pol¨ªtico que promover. Adem¨¢s, en la mente de estos devotos, matar o morir por la causa divina o en una 'guerra santa' da un generoso beneficio: la garant¨ªa de gozar de una vida eterna, placentera y feliz en el m¨¢s all¨¢.
En estos d¨ªas, cuando a¨²n no hemos tenido tiempo de comprender la incongruencia y superar la confusi¨®n que nos produce tanto violento fan¨¢tico que emplea el nombre de Dios, ha salido a la luz p¨²blica, en Estados Unidos y algunos pa¨ªses de Europa, la existencia de un ej¨¦rcito de sacerdotes pederastas. Durante a?os, estos cl¨¦rigos perversos se han aprovechado de su ministerio sagrado para seducir y obtener el placer sexual con ni?os que a menudo no han cumplido los 12 a?os de edad.
La explotaci¨®n sexual de criaturas es una de esas formas de violencia que la sociedad considera 'incre¨ªble', quiz¨¢ porque todav¨ªa no est¨¢ preparada para hacer frente decididamente a este gran problema, tan chocante como real. La sospecha popular es que los abusadores de ni?os son personas anormales, obnubiladas por la psicosis, las drogas o la ignorancia. Sin embargo, los pederastas suelen ser hombres que no muestran ning¨²n rasgo o comportamiento aparente que nos pueda ayudar a identificarlos. Se caracterizan por vivir secretamente obsesionados con el abuso sexual de menores. Son incorregibles y no sienten remordimiento por sus ultrajes deliberados ni compasi¨®n hacia sus v¨ªctimas.
Todos los pederastas que he conocido practican una dial¨¦ctica cargada de sangre fr¨ªa y clich¨¦s simplistas. A pesar de sus violaciones premeditadas y la crueldad de sus m¨¦todos, disculpan sus cr¨ªmenes con fantas¨ªas rom¨¢nticas absurdas. Todos destilan excusas irracionales del inmenso mar de sufrimiento que ahoga a las v¨ªctimas de sus persuasiones ego¨ªstas.
Los peque?os atrapados en estas relaciones explotadoras se encuentran completamente desarmados ante el cura abusador que, en virtud de su oficio, est¨¢ encargado de su cuidado espiritual. Adoptan una actitud de entrega, claudican y se desconectan mentalmente de la aterradora realidad. Pronto, estos ni?os no tienen m¨¢s remedio que fabricar un sistema de explicaciones que les permita justificar el abuso. Inevitablemente concluyen culp¨¢ndose a s¨ª mismos. Con el tiempo se deprimen, se a¨ªslan y pierden su autoestima y su identidad. Durante a?os revivir¨¢n las penosas y humillantes experiencias como si estuvieran ocurriendo en el presente. Los detalles m¨¢s degradantes de los actos sexuales se entrometer¨¢n en su vida cotidiana y transformar¨¢n su existencia en una interminable pesadilla.
Son d¨ªas oscuros en muchas di¨®cesis del mundo. Incluyendo en la Santa Sede, donde parece preocupar m¨¢s el da?o a la imagen de la Iglesia que el trauma de las v¨ªctimas. Porque, seg¨²n demuestran los casos que conocemos, no pocos prelados han tolerado, encubierto y protegido durante d¨¦cadas a estos curas criminales y a sus superiores c¨®mplices, en lugar de denunciarlos, decir la verdad y buscar sinceramente la causa y el remedio de este esc¨¢ndalo.
Pocos dudan de que a medida que se tira de la manta y los afligidos vencen el miedo a delatar a sus verdugos se har¨¢n m¨¢s evidentes y alarmantes las dimensiones epid¨¦micas del terrible mal. Esperemos que no sea necesario que se contin¨²en acumulando las v¨ªctimas y el sufrimiento llegue a niveles insostenibles antes de que la sociedad reconozca abiertamente lo que no se puede ignorar m¨¢s y comience a tomar medidas. Si bien todas las formas de violencia marcan la faz de la humanidad con cicatrices indelebles de dolor, desesperanza y odio, la violencia m¨¢s nefasta es la mutilaci¨®n del esp¨ªritu de un ni?o, pues socava el principio vital de la confianza, sin el cual no es posible la supervivencia de la especie humana.
Pienso que en estos tiempos tan tormentosos e inciertos, muchos hombres y mujeres buscamos ¨¢vidamente una fuente de paz, serenidad y esperanza. Pero justo cuando m¨¢s necesitamos el refugio sosegado de la religi¨®n, m¨¢s tenemos que huir de ella y buscar otra tabla de salvaci¨®n. Desafortunadamente, grupos de violentos y pervertidos han conseguido la metamorfosis de credos de amor y respeto por la dignidad humana en doctrinas de odio y atropello. Quiz¨¢, por eso cada d¨ªa somos m¨¢s las personas que alimentamos la espiritualidad de nuestras propias voces internas y las convertimos en una fuente de ilusi¨®n y de consuelo. Tenemos fe en algo superior que est¨¢ fuera de nosotros, pero que no llamamos Dios. Es algo que nos ayuda a configurar una perspectiva m¨¢s amplia, optimista y aceptable de las adversidades y tragedias.
En cuanto a Dios, creo que ha llegado el momento de pedirle que nos salve de sus ministros, portavoces y creyentes.
Luis Rojas Marcos es psiquiatra y ex presidente del Sistema de Sanidad y Hospitales P¨²blicos de Nueva York.
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