Por cuatro kilos de az¨²car
En diciembre de 1936, el general Orgaz, uno de los socios de Franco en el golpe de Estado y la guerra contra la II Rep¨²blica, pidi¨® a sus colegas de Marruecos el env¨ªo urgente a la Pen¨ªnsula de m¨²sicos y prostitutas 'ind¨ªgenas' para el desfogue de los soldados moros que participaban en la 'cruzada' contra los 'rojos'. Dicho y hecho: los moros de Franco tuvieron no s¨®lo matarifes, notarios, hospitales, mezquitas y cementerios musulmanes, sino tambi¨¦n sus propios burdeles, estableci¨¦ndose en Navalcarnero uno de los m¨¢s famosos. En los tres a?os que durar¨ªa la guerra civil, entre 62.000 y 85.000 marroqu¨ªes combatir¨ªan a las ¨®rdenes de Franco, de los que unos 30.000 morir¨ªan o resultar¨ªan heridos. Y se alimentar¨ªa as¨ª, esta vez entre la izquierda espa?ola, la 'morofobia', el odio al magreb¨ª, que constituye desde los tiempos de la Reconquista una de las se?as de identidad espa?olas.
LOS MOROS QUE TRAJO FRANCO... LA INTERVENCI?N DE TROPAS COLONIALES EN LA GUERRA CIVIL
Mar¨ªa Rosa de Madariaga Mart¨ªnez Roca. Barcelona, 2002 442 p¨¢ginas. 13,95 euros
En Los moros que trajo Franco..., un libro apasionante y muy bien documentado, Mar¨ªa Rosa de Madariaga, especialista en las relaciones entre Espa?a y Marruecos, ha hincado el diente a uno de los aspectos m¨¢s dolorosos y esperp¨¦nticos de la rebeli¨®n franquista: el uso por un caudillo que se proclamaba adalid del nacionalcatolicismo de guerreros musulmanes para aplastar a sangre y fuego a otros espa?oles. Y ello tan s¨®lo una d¨¦cada despu¨¦s de que los militares africanistas a los que pertenec¨ªa Franco hubieran acabado brutalmente, incluyendo el uso del gas t¨®xico iperita, contra esos mismos musulmanes del norte de Marruecos que se resist¨ªan al colonialismo espa?ol.
?C¨®mo justificaron ideol¨®gica
mente la derecha y la ultraderecha espa?olas el recurso a la ayuda de unos moros que durante un milenio hab¨ªan presentado como el enemigo por antonomasia de su Espa?a unitaria, centralista y cat¨®lica? Con el falaz argumento, recuerda Mar¨ªa Rosa de Madariaga, de que los cristianos franquistas y los musulmanes rife?os compart¨ªan algo, la creencia en Dios, frente a los ateos republicanos, comunistas y anarquistas. ?Por qu¨¦ se alistaron tantos marroqu¨ªes de la zona Norte, la del Protectorado espa?ol, en las filas rebeldes? En parte a la fuerza, pero sobre todo por hambre, subraya la autora. Tras la brutal campa?a espa?ola para aplastar la lucha anticolonialista de los rife?os de Abdelkrim y tras a?os de sequ¨ªa y magras cosechas, aquella gente se apuntaba a una cruzada por 'dos meses de paga anticipada, cuatro kilos de az¨²car, una lata de aceite y panes diarios seg¨²n el n¨²mero de hijos'.
La ferocidad de los moros de Franco espant¨® a los republicanos. Pero no tuvo nada que ver con su identidad cultural, nacional o religiosa. Aquellos mercenarios ten¨ªan la bendici¨®n de sus muy cat¨®licos oficiales espa?oles para saquear, violar y mutilar en las poblaciones conquistadas. 'Franco', escribe Mar¨ªa Rosa de Madariaga, 'utiliz¨® las tropas marroqu¨ªes no s¨®lo como carne de ca?¨®n, sino tambi¨¦n como arma psicol¨®gica contra el pueblo espa?ol'. Por lo dem¨¢s, esos mismos m¨¦todos del pillaje, la destrucci¨®n, la violaci¨®n y el corte de orejas, cabezas y test¨ªculos hab¨ªan sido empleados recientemente por el Ej¨¦rcito espa?ol en su guerra contra los rife?os.
Las relaciones de los nacionalistas marroqu¨ªes del Norte con la II Rep¨²blica y la rebeli¨®n franquista son objeto de un detallado estudio por parte de la autora. ?Podr¨ªan haber evitado los dem¨®cratas espa?oles que el Protectorado se convirtiera en portaaviones de la 'cruzada'? Dif¨ªcilmente, la II Rep¨²blica, tan breve y tan acosada por problemas, no tuvo tiempo ni energ¨ªas para plantearse seriamente la concesi¨®n de la autonom¨ªa o incluso la independencia al norte de Marruecos. Y, adem¨¢s, Francia, que ocupaba el resto del pa¨ªs magreb¨ª, el bocado m¨¢s sabroso, no lo hubiera permitido jam¨¢s. As¨ª que el l¨ªder nacionalista tetuan¨ª Abdeljalek Torres, tras haber coqueteado con los republicanos, terminar¨ªa dando grotescas muestras de adhesi¨®n al caudillo. Siete d¨¦cadas despu¨¦s de aquel disparate de la historia, Espa?a y Marruecos siguen sin encontrar el modo de entenderse.
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