Sin c¨®digo

La fuerte presencia esc¨¦nica de F¨¢tima Miranda, su delicadeza, como si no quisiera molestar al espectador, su enorme riqueza con un juego interminable de polifon¨ªas, algunas de ellas a capella, est¨¢ aqu¨ª muy arropada por una potente videocreaci¨®n, potente y delicada, que o bien subraya los recitativos, o los acompa?a o a veces se anticipa a ellos o los prosigue a su manera. Bien entendido que aqu¨ª nada se afirma, y que quien busque aseveraciones m¨¢s o menos expl¨ªcitas o contundentes se equivoca de espect¨¢culo. Aqu¨ª estamos en el terreno de las sugerencias tranquilas, depositarias de una calma que a veces alude al origen y otras es un bien rescatado al tumulto de las cosas.

Este raro -por infrecuente- espect¨¢culo se deja caer durante dos d¨ªas por el Rialto, un tanto dejado de la mano de dios, y sin embargo no hay duda de que estamos ante una de las creaciones m¨¢s estimulantes de la temporada y, por as¨ª decir, de las m¨¢s sinceras, si es que eso significa algo en arte. La integraci¨®n entre lo visual, la actuaci¨®n y la m¨²sica no es aqu¨ª, al contrario de lo que sucede tantas veces, un objetivo a conseguir sino un punto de partida, y eso hasta el punto de que la voz juega con el origen de modulaciones antiqu¨ªsimas y a veces de origen sagrado mientras la imagen (muy notable el efecto de la proyecci¨®n sobre la blancura de las ropas tendidas, ropas que contienen en s¨ª mismas toda una met¨¢fora de enso?aci¨®n mediterr¨¢nea) proyecta escenas rurales de entreguerras y enreda las s¨¢banas tendidas entre alambres de espino, en lo que no hay contradicci¨®n alguna sino una cierta superposici¨®n de significados que parece absolutamente natural. Pero no se dejen enga?ar. Nada aqu¨ª es natural. Todo esta sometido a la en ocasiones deslumbrante arbitrariedad del hallazgo est¨¦tico.