Estilo de hacer y de ser
EN LOS MESES anteriores a la publicaci¨®n del primer n¨²mero de EL PA?S, a cuantos participaron en los trabajos preparatorios les dije lo mismo:
-Lo primero de todo es redactar un libro de estilo.
Entonces no hab¨ªa libros de estilo, ni nada que se le pareciera, en la prensa espa?ola e incluso dudo de que muchos de los periodistas supieran exactamente a qu¨¦ me refer¨ªa cuando hablaba de eso. Mi propia experiencia personal al respecto era muy limitada. Ten¨ªa en mi poder un par de ediciones del manual de The New York Times y hab¨ªa manejado algunos otros durante una gira por distintas universidades estadounidenses en 1973. Pero la falta de experiencia en Espa?a respecto a estas materias significaba el peligro, del que quer¨ªamos huir, de hacer un manual de periodismo de uso general en vez de otro espec¨ªficamente dedicado a nuestro diario. La redacci¨®n del Libro de estilo de EL PA?S hab¨ªa de contemplar, adem¨¢s, algunos aspectos novedosos. Nos enfrent¨¢bamos a la fundaci¨®n de un peri¨®dico y quer¨ªamos aprovechar el viaje para establecer algunas normas b¨¢sicas que no s¨®lo constituyeran la regla de fabricaci¨®n del producto, sino que contribuyeran al establecimiento de un cat¨¢logo de deberes y derechos de los redactores que, m¨¢s tarde, ser¨ªa culminado con el Estatuto de la Redacci¨®n. Ambos documentos supusieron una novedad absoluta en el panorama de la prensa espa?ola, que luego se ha plagado de manuales de estilo, algunos muy buenos, por cierto.
La redacci¨®n del primer libro de EL PA?S -un folleto, en realidad- fue una obra plural, llevada a cabo por un grupo de redactores coordinados por m¨ª mismo que, durante semanas, debati¨® las opciones profesionales a adoptar. Pese a su brevedad, sigue constituyendo la esencia de los m¨¢s o menos voluminosos libros de estilo que le sucedieron. La voluntad que anida en sus preceptos es definida: se trata de que el peri¨®dico mantenga una coherencia y una unidad profesional en su forma de hacer, un estilo, independientemente de qui¨¦n lo escriba o qui¨¦n lo dirija. Es, as¨ª, un homenaje a los derechos del lector y a nuestras obligaciones para con ¨¦l, y responde a un intento de despersonalizaci¨®n del diario, de no convertirlo en tribuna privilegiada de nadie, voluntad que nos ha acompa?ado desde su fundaci¨®n. Por eso dedicamos mucho tiempo, en medio de acaloradas discusiones entre nosotros, a redactar sentencias tan breves, y aparentemente tan obvias, como la de que los rumores no son noticia. No trat¨¢bamos, ni tratamos, de establecer doctrina respecto a las formas de hacer periodismo, sino de redactar y aplicar unas reglas de comportamiento a la hora de practicarlo en EL PA?S. Por lo mismo, esa y otras muchas de sus afirmaciones pueden ser discutidas desde un punto de vista general, pero no a la hora de su aplicaci¨®n en nuestras p¨¢ginas.
Despu¨¦s del primer manual de estilo, coet¨¢neo a la aparici¨®n del diario, vinieron los verdaderos libros, que incorporaban peque?os diccionarios de dudas. En diversas ediciones han ido enriqueci¨¦ndose y mejor¨¢ndose a lo largo de m¨¢s de un cuarto de siglo, pero lo fundamental de aquel primer documento colectivo sigue vigente y en pie. Responde a la convicci¨®n profunda de que el peri¨®dico se debe a sus lectores y de que no basta que los periodistas que lo hacen sean individualidades notables, pues hasta los mejores tenores fracasan si el coro y la orquesta no les acompa?a.
Algunos piensan que las reglas, dada su imperfecci¨®n inevitable, est¨¢n para salt¨¢rselas. Yo, en cambio, he cre¨ªdo siempre que est¨¢n para cumplirlas y para modificarlas cuando no sirven o quedan obsoletas. Un seguimiento adecuado del Libro de estilo por parte de los redactores de EL PA?S redundar¨¢ siempre en la mejora profesional de nuestro peri¨®dico. Por eso es tan de agradecer la colaboraci¨®n espont¨¢nea y permanente que los lectores realizan vigilando, algunos incluso de manera puntillosa, el cumplimiento por nosotros de unas normas que nosotros mismos nos hemos dado. Un estilo, por lo dem¨¢s, es una forma de hacer que responde a una forma de ser. El estilo severo, un poco cartesiano y bastante previsible de EL PA?S no hubiera podido triunfar, como lo ha hecho, sin una norma escrita que lo avalara y lo protegiera, tambi¨¦n, de las m¨²ltiples arbitrariedades y presiones que un peri¨®dico as¨ª recibe de continuo.
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