"Cada partido ha de someter sus propuestas al bien superior de la paz"
La pastoral, titulada 'Preparar la paz', est¨¢ firmada por Ricardo Bl¨¢zquez y Karmelo Echenagusia, titulares de la di¨®cesis de Bilbao; Juan Mar¨ªa Uriarte, de la de San Sebasti¨¢n, y Miguel Jos¨¦ Azurmendi, de la de Vitoria. ?ste es el texto ¨ªntegro:
Introducci¨®n
Nuestra sociedad anhela la paz y sufre por no tenerla. La Iglesia comparte tal anhelo y sufrimiento y los expresa en la oraci¨®n continua por la paz y en el trabajo diario por prepararla. La crudeza y obscuridad del momento presente reclaman, adem¨¢s, de nosotros una palabra p¨²blica y expl¨ªcita. Numerosos cristianos la est¨¢n demandando. Muchos ciudadanos la est¨¢n esperando. Conscientes de nuestra misi¨®n de pastores, queremos decirla, una vez m¨¢s, con libertad evang¨¦lica y con voluntad conciliadora. En una secuencia de enunciados iremos formulando los rasgos m¨¢s preocupantes de nuestra situaci¨®n presente. En torno a cada uno de ellos desgranaremos de manera escueta la descripci¨®n necesaria, la valoraci¨®n adecuada y algunas sugerencias operativas.
'Atentar contra un concejal es pues asestar un rudo golpe a la misma democracia'
'Cerrarse al di¨¢logo equivale a renunciar a la paz, que no consiste en la victoria sino en el acuerdo'
'Nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombr¨ªas que prevemos como s¨®lidamente probables'
1.- Marcados por el desacuerdo y la incomunicaci¨®n
Un a?o despu¨¦s de las elecciones del 13 de mayo los partidos pol¨ªticos mantienen pr¨¢cticamente intactos sus graves desacuerdos anteriores. No comparten ni el an¨¢lisis de la situaci¨®n ni la apreciaci¨®n de la naturaleza de los problemas en juego ni el concepto de paz que desean ni las v¨ªas para ir accediendo a ella. Nos parece que el desacuerdo pol¨ªtico es, en gran medida, origen y fruto de una grave incomunicaci¨®n. Una sociedad bastante bien avenida en muchos aspectos de su diaria convivencia, se encuentra, sin embargo, surcada por la incomunicaci¨®n pol¨ªtica.
Asistimos en las ¨²ltimas semanas a un repunte de iniciativas de concertaci¨®n entre diversas formaciones pol¨ªticas. Pero son todav¨ªa se?ales parciales e insuficientes. La comunicaci¨®n en los puntos candentes est¨¢, al d¨ªa de la fecha, bloqueada. Una gran parte de la ciudadan¨ªa no acaba de comprender que el veh¨ªculo de relaci¨®n m¨¢s socorrido consista en un intercambio de mutuas censuras a trav¨¦s de los MCS [medios de comunicaci¨®n social].
La Iglesia aboga de manera neta y decidida por la comunicaci¨®n entre los diversos grupos pol¨ªticos a trav¨¦s de un di¨¢logo paciente que busca el acuerdo. 'El di¨¢logo se manifiesta siempre como instrumento insustituible, de toda confrontaci¨®n constructiva, tanto en las relaciones internas de los Estados como en las internacionales' (J.P.II). Dialogar no equivale a claudicar. Precisamente por ser una relaci¨®n entre personas (no una pura confrontaci¨®n de ideas o programas) lleva dentro de s¨ª una din¨¢mica que, en medio de tensiones inevitables, puede aproximar efectivamente las posiciones de los interlocutores.
El di¨¢logo es la avenida que conduce a la plaza mayor de la paz. Cerrarse al di¨¢logo equivale a renunciar a la paz verdadera, que no consiste en la victoria, sino en el acuerdo.
2.- La paz es incompatible con el terrorismo
Muchos son los enemigos de la paz, que, con mucho realismo es calificada como 'amplia justicia y reducida violencia'. La dur¨ªsima violencia de ETA no ofrece visos razonables de cancelarse pr¨®ximamente. En comunicados recientes anuncian su prop¨®sito de mantenerla. De hecho su pr¨¢ctica subsiste en varias de sus formas: asesinatos, extorsiones, amenazas...
Son muchos los motivos por los que reiteramos una vez m¨¢s que ETA debe desaparecer, con toda su constelaci¨®n de violencia. Viola gravemente el derecho a la vida, a la integridad f¨ªsica y a la seguridad personal. Al eliminar f¨ªsicamente al adversario pol¨ªtico socava los cimientos mismos del sistema democr¨¢tico. Contraviene frontalmente la exigencia firme de la inmensa mayor¨ªa de los ciudadanos. Destroza a numerosas familias. Provoca en sus v¨ªctimas potenciales el miedo insufrible y el sobresalto continuo. Siembra en nuestra comunidad la desmoralizaci¨®n y la desesperanza. Conduce a sus propios activistas a un callej¨®n sin salida. Mancha la imagen p¨²blica de nuestra sociedad. Constituye, en fin, un fort¨ªsimo obst¨¢culo para que los desacuerdos pol¨ªticos existentes en nuestra sociedad se planteen correctamente y se aborden serenamente.
La valoraci¨®n moral del terrorismo de ETA, ha de ser, pues, gravemente negativa. Dicha valoraci¨®n afecta en la debida proporci¨®n a todas aquellas personas o grupos que colaboran con las acciones terroristas, las encubren o las defienden. Todas las personas y grupos sociales y pol¨ªticos sin excepci¨®n tenemos la obligaci¨®n moral de definirnos netamente frente a ETA.
3.- Un desaf¨ªo a la vida, a la libertad y al sistema democr¨¢tico
Dentro del variado espectro de las v¨ªctimas potenciales de ETA, son ¨²ltimamente los concejales del PP y del PSOE quienes se encuentran en el punto de mira de sus atentados. Tal fen¨®meno resulta particularmente grave porque es un ataque directo a la democracia. Esta, por su misma naturaleza, postula que todas las opciones pol¨ªticas tengan sus propios representantes, libremente elegidos, que participen en la gesti¨®n de la comunidad pol¨ªtica. Atentar contra un concejal por asumir y promover la opci¨®n pol¨ªtica de sus votantes es pues asestar un rudo golpe a la misma democracia. Conseguir por esta v¨ªa que algunos partidos no lograran completar una lista electoral m¨ªnima poniendo de este modo en riesgo la celebraci¨®n misma de los comicios municipales equivaldr¨ªa a herirla gravemente. Esperamos que el apoyo de casi toda la sociedad, las medidas de seguridad acordadas por los partidos y adoptadas por las autoridades y el coraje c¨ªvico personal de los candidatos disipe en su momento este sombr¨ªo temor.
Los ediles en riesgo grave son una porci¨®n de la abultada poblaci¨®n amenazada. Son algunos miles los ciudadanos que viven entre nosotros la zozobra continua por la suerte de su vida, su integridad, su libertad. Todos tenemos que preguntarnos si somos suficientemente sensibles al drama que ellos y sus familias padecen. Desde esta sensibilidad brotar¨¢ en nosotros la necesidad de defenderlos, acompa?arlos y protegerlos. Es un acto de justicia y solidaridad. Para los cristianos el cumplimiento de este oficio es un verdadero 'banco de prueba' de la calidad de nuestra fe.
4.- No todo vale contra el terrorismo
La conciencia de la injusticia, de la inutilidad y del peligro del terrorismo y el consiguiente rechazo social a ¨¦l se han vuelto m¨¢s intensos en el mundo a partir del 11 de septiembre. Al mismo tiempo han tra¨ªdo consigo la tentaci¨®n de descompensar el binomio 'seguridad-derechos humanos' mediante un acento mayor en el primer miembro de dicho binomio. El riesgo de sucumbir a esta tentaci¨®n no es imaginario.
Siempre que la necesaria firmeza frente al terrorismo se convierta en indebida dureza, estaremos desliz¨¢ndonos por esa pendiente. La sociedad tiene el derecho y el deber de defenderse frente al azote terrorista. Ha de utilizar en esta defensa todos los medios que sean a la vez moralmente l¨ªcitos y pol¨ªticamente correctos. En ning¨²n caso debe traspasar el umbral de los derechos inviolables de las personas.
Ni siquiera los mayores malhechores pueden ser objeto, por ejemplo, de malos tratos y, menos todav¨ªa, de la aplicaci¨®n de la tortura. El Concilio Vat. II es tajante en este punto (cfr.GS 27). Legisladores, gobernantes, jueces y Fuerzas de Seguridad han de mantener en este punto un cuidado siempre diligente. Resulta preocupante escuchar voces autorizadas de personas y organismos (Amnist¨ªa Internacional, Gesto por la Paz) que aseguran que no siempre se respetan debidamente estos l¨ªmites que nunca deber¨ªan ser franqueados.
5.- Gestionar el conflicto entre identidades nacionales contrapuestas con miras a la paz
La pacificaci¨®n de este pa¨ªs entra?a, desde luego, la desaparici¨®n de ETA y el limpio esfuerzo concertado para combatirla. Pero los problemas que es preciso resolver para alcanzar la paz no terminan ah¨ª. Para comprender y sortear las dificultades para la paz en nuestra tierra es preciso enfocar correctamente otra realidad que viene de lejos. Todos los sondeos revelan con obstinada estabilidad la coexistencia de identidades nacionales total o parcialmente contrapuestas y a veces conflictivas. Unos se sienten 's¨®lo vascos'; otros 's¨®lamente espa?oles'; otros 'm¨¢s vascos que espa?oles'; otros 'm¨¢s espa?oles que vascos'; otros, en fin, 'igualmente vascos y espa?oles'.
Todos son ciudadanos de pleno derecho en esta comunidad y deben ser respetados como tales. Esta pluralidad conflictiva de identidades est¨¢ reclamando el hallazgo de una f¨®rmula de convivencia en la que cada uno de los grupos modere sus leg¨ªtimas aspiraciones pol¨ªticas en aras de una paz social que es un valor notablemente m¨¢s precioso y necesario que el imposible cumplimiento de todas las aspiraciones de todos los grupos. 'En la casa com¨²n hemos de caber, apret¨¢ndonos, todos aquellos que por la palabra o por los hechos no se autoexcluyan de un proyecto compartido' (Votos para la paz, pag. 5-6).
No vemos otro camino que respete las identidades y prepare la paz. El afecto por la casa com¨²n no puede ser impuesto. Surge de la comunicaci¨®n confiada. Se alimenta del proyecto compartido y asumido voluntariamente. Se malogra cuando quiere imponerse por la fuerza ciega o por el puro imperio de la ley. En nuestro Encuentro de Oraci¨®n por la Paz, celebrado en Armentia el 13 de enero de 2001, los obispos quisimos plasmar esta vieja convicci¨®n en el lema 'Entre todos paz para todos'. Todos hemos de ser art¨ªfices y beneficiarios de la paz que necesitamos y anhelamos. 'Lejos de empecinarse en cualquier proyecto excluyente, este pa¨ªs necesita.... un proyecto integrador. La paz verdadera y plena ha de tener la ambici¨®n de acabar ganando para su causa incluso a los m¨¢s recalcitrantes' (Votos para la paz, pag. 6).
Conocemos las graves dificultades de un proyecto as¨ª. Pero el mismo an¨¢lisis del volumen y de la composici¨®n de cada una de las opciones nos revela que existe un n¨²cleo muy mayoritario de ciudadanos cuya sensibilidad no es excluyente, sino inclusiva. En todos los partidos nos encontramos con numerosos votantes y afiliados, que, sin dejar de ser fieles a sus opciones, desean ardientemente soluciones de concertaci¨®n. Es preciso gestionar con delicada sabidur¨ªa esta pluralidad de identidades contrapuestas para no convertirla en 'guerra de identidades'.
Los gobiernos de Madrid y Vitoria, los partidos pol¨ªticos y los MCS [medios de comunicaci¨®n social] pueden con sus palabras o sus acciones atizar o desactivar el conflicto. Algunas decisiones de gobierno, determinadas declaraciones de pol¨ªticos, ciertas intervenciones en MCS favorecen m¨¢s la radicalizaci¨®n que la concertaci¨®n.
6.- Valor y relatividad de las diferentes f¨®rmulas pol¨ªticas
Las f¨®rmulas pol¨ªticas que el pueblo ha aprobado o asumido mayoritariamente tienen sin duda gran valor y deben constituir el eje vertebrador de nuestra convivencia. No pueden ser suplantadas sin graves razones de bien com¨²n. Sin embargo, si el valor superior de la paz postula que todos revisemos el propio modelo para aceptar otro construido entre todos y para todos, (n? 5) es evidente que ninguno de esos modelos tiene valor absoluto e intangible. Mientras respeten los derechos humanos y se implanten y mantengan dentro de cauces pac¨ªficos y democr¨¢ticos, la Iglesia no puede ni sancionarlos como exigencia ¨¦tica ni excluirlos en nombre de ¨¦sta. En consecuencia, ni la aspiraci¨®n soberanista, ni la adhesi¨®n a un mayor o menor autogobierno, ni la preferencia por una integraci¨®n m¨¢s o menos estrecha en el Estado espa?ol son, en principio, para la Iglesia 'dogmas pol¨ªticos' que requieran un asentimiento incondicionado.
En este punto el pensamiento social cristiano afirma como un derecho c¨ªvico la libertad de sostener y promover por v¨ªas pac¨ªficas cualquiera de estas opciones.
7.- Distinguir nacionalismo y terrorismo
Ateni¨¦ndonos estrictamente a nuestra misi¨®n de obispos mantenemos una posici¨®n an¨¢loga respecto al debate sobre el nacionalismo. Ser nacionalista o no serlo no es ni moralmente obligatorio ni moralmente censurable. Es un asunto de convicciones, de historia familiar, de tradici¨®n cultural y de sensibilidad personal. Cada una de las diversas sensibilidades existentes en nuestro pa¨ªs debe respetar la identidad de las dem¨¢s, apreciar los valores que en ellas se encarnan, procurar un intercambio que constituya un enriquecimiento mutuo y cultivar una viva conciencia de pertenecer a un ¨²nico pueblo plural.
Nadie ha de sentirse en nuestra tierra m¨¢s ciudadano que los dem¨¢s por el hecho de poseer determinados rasgos culturales espec¨ªficos ni ha de recelar de aquellos conciudadanos de otra tradici¨®n cultural diferente, consider¨¢ndolos como extra?os, y menos como enemigos. Nadie ha de subestimar las se?as peculiares de este pa¨ªs, como son, entre otras, la lengua y la cultura, ni alimentar en su esp¨ªritu la sospecha de que la connivencia con el terrorismo anida al menos de manera latente en el coraz¨®n de un nacionalista. Son numerosos los nacionalistas que, aborreciendo de manera p¨²blica el terrorismo con las palabras y los hechos, se sienten justamente heridos cuando, de la boca de pol¨ªticos o comentaristas, se confunde frecuentemente nacionalismo con terrorismo.
8.- Un asunto candente y resbaladizo
El Gobierno espa?ol, apoyado por otras formaciones pol¨ªticas se ha propuesto firmemente la reforma de la Ley de Partidos. A trav¨¦s de cualificados representantes ha expresado su deseo de disponer pronto de un instrumento legal que pueda permitir la ilegalizaci¨®n de Batasuna por v¨ªa judicial. Las razones que p¨²blicamente aduce para justificar tal ilegalizaci¨®n son fundamentalmente dos: no es justo que un partido vinculado a ETA goce de la cobertura de la ley; la ilegalizaci¨®n debilitar¨¢ el apoyo que Batasuna ofrece a ETA. No nos incumbe valorar los aspectos t¨¦cnicos de un proyecto legal que despierta adhesiones y cr¨ªticas entre los expertos. Resultar¨ªa precipitada en estos momentos una valoraci¨®n moral ponderada de dicho texto, a¨²n no del todo fijado. Tampoco podemos prever todos los efectos de signo contrapuesto que podr¨ªan derivarse de su aprobaci¨®n y eventual aplicaci¨®n. Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombr¨ªas que prevemos como s¨®lidamente probables y que, sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deber¨ªan ser evitadas. Tales consecuencias afectan a nuestra convivencia y a la causa de la paz.
Nuestras preocupaciones no son s¨®lo nuestras. Son compartidas por un porcentaje mayoritario de ciudadanos de diversas tendencias pol¨ªticas, encomendados a nuestro servicio pastoral. La convivencia, ya gravemente alterada ?no sufrir¨ªa acaso un deterioro mayor en nuestros pueblos y ciudades? Probablemente la divisi¨®n y la confrontaci¨®n c¨ªvica se agudizar¨ªan. No vemos c¨®mo un clima social as¨ª pueda afectar favorablemente a la seguridad de los m¨¢s d¨¦biles: los amenazados. M¨¢s bien nos tememos que tal seguridad se vuelva, lamentablemente, m¨¢s precaria. No somos, ni mucho menos, los ¨²nicos que albergamos esta reserva cautelosa.
9.- Optar por la paz
La paz es el objetivo prioritario de esta sociedad. A ¨¦l deben subordin¨¢rsele otros objetivos leg¨ªtimos e incluso saludables para nuestro pa¨ªs. Es, pues, necesario optar por la paz. Optar por la paz significa no manipularla, poni¨¦ndola al servicio de otros intereses. Nadie debe jugar con la paz ofreci¨¦ndola a cambio de un determinado modelo de pa¨ªs. Nadie debe retrasar la paz en aras de unos objetivos electorales m¨¢s inmediatos. A todo partido pol¨ªtico se le pide hoy la grandeza de ¨¢nimo necesaria para estar dispuesto incluso a 'menguar' a fin de que pueda 'crecer' la paz. Optar por la paz comporta para cada una de las opciones pol¨ªticas una disposici¨®n a recortar 'mi proyecto' de pa¨ªs para que pueda surgir en el intercambio 'nuestro' proyecto compartido. Cada partido tiene derecho a mantener y defender sus propuestas, pero ha de someterlas en cada momento al bien superior de la paz. Absolutizar el proyecto propio no es una manera de acercarnos a la paz; es un modo de alejarnos de ella.
Optar por la paz significa apoyar efectivamente a los movimientos sociales que, anteponi¨¦ndola a las diferentes sensibilidades pol¨ªticas existentes en su seno, procuran abrir caminos que un d¨ªa mas o menos pr¨®ximo puedan disipar la larga y penosa pesadilla que estamos padeciendo en este pueblo.
Optar por la paz lleva consigo ofrecer signos de distensi¨®n y de aproximaci¨®n. Una pol¨ªtica penitenciaria que permitiera a los presos cumplir su condena m¨¢s cerca de sus lugares de origen entra?ar¨ªa por ejemplo un gesto de humanidad, sobre todo para sus padres y familiares.
Optar por la paz entra?a educar para la paz especialmente a las j¨®venes generaciones, suscitando en ellas el pensamiento cr¨ªtico, la conciencia ¨¦tica, la sensibilidad por toda vida humana, el respeto al diferente, el sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo plural, el compromiso a favor de la reconciliaci¨®n social.
Optar por la paz lleva consigo para los creyentes orar incesantemente por ella manifestando al Se?or nuestras dificultades para conseguirla y ofreci¨¦ndole nuestras manos para construirla.
Conscientes de que nuestra misi¨®n pastoral entra?a un serio compromiso pacificador, los obispos de estas di¨®cesis renovamos p¨²blicamente nuestro firme prop¨®sito de alentar, desde nuestro puesto, estas l¨ªneas de trabajo. Pedimos especialmente a los cristianos las secunden con generosidad y las apliquen con tenacidad.
10.- Reavivar la esperanza. La esperanza de un pueblo es capital
No hay futuro mejor sin una esperanza firme y constante ante las dificultades. Cuando est¨¢ viva es capaz de extraer de las mismas dificultades una energ¨ªa mayor. Cuando est¨¢ muy mermada produce abatimiento y pasividad. La esperanza de este pueblo est¨¢ debilitada por la crudeza, la duraci¨®n y la complejidad de los problemas que le afligen. La Iglesia puede y debe contribuir a sostener esta esperanza hist¨®rica porque ha recibido del Esp¨ªritu Santo un sedimento inagotable de esperanza escatol¨®gica que es capaz de encender las aut¨¦nticas esperanzas hist¨®ricas.
Nuestra Se?ora de la Esperanza que es tambi¨¦n Nuestra Se?ora de la Paz sostenga nuestra esperanza y nos consiga la dicha de la paz'.
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