Alfonso XIII, un centenario pol¨¦mico
Desde hace tiempo, los historiadores franceses -principalmente Pierre Nora- nos han llamado la atenci¨®n acerca de la funci¨®n trascendental que tiene la memoria colectiva para la vida de las sociedades
Desde hace tiempo, los historiadores franceses -principalmente Pierre Nora- nos han llamado la atenci¨®n acerca de la funci¨®n trascendental que tiene la memoria colectiva para la vida de las sociedades. La memoria colectiva no es la suma de las individuales, ni tampoco la de los distintos grupos ideol¨®gicos o sociales que componen una sociedad. Viene a ser como el poso restante que queda de todas ellas acerca de la experiencia del pasado y que se decanta, como en un individuo, en forma de experiencia. La memoria colectiva, en este sentido, sirve como elemento que configura espiritualmente una sociedad, y, adem¨¢s, es indicio de los cambios que en ella se producen. Un ejemplo muy obvio es el de la guerra civil espa?ola. Su recuerdo contribuy¨® durante a?os al mantenimiento del r¨¦gimen franquista, incluso, por parad¨®jico que parezca, en una parte de los vencidos. Con el paso del tiempo, sin embargo, la memoria de la guerra civil sirvi¨® de acicate para la transici¨®n cuando actu¨® como una especie de espada de Damocles sobre la clase pol¨ªtica, record¨¢ndole que se pod¨ªa producir una reca¨ªda en un conflicto civil como el de los a?os treinta. En Europa, la memoria colectiva fundamental ha sido la del antifascismo y la de la victoria de 1945; ambas han permitido una configuraci¨®n de la unidad pol¨ªtica cuyas consecuencias vivimos en el a?o 2002.
De la necesidad trascendental de tener en cuenta ese papel de la memoria colectiva deriva la funci¨®n atribuida a la conmemoraci¨®n. Conmemorar puede suponer tres operaciones complementarias: saber m¨¢s, repensar y tambi¨¦n contribuir a la creaci¨®n de unos v¨ªnculos aglutinantes, de car¨¢cter espiritual y no material, que fomenten lazos en el seno de una sociedad.
Todo cuanto antecede hubiera debido ser tenido en cuenta de cara al centenario de Alfonso XIII, que conmemoramos en el a?o 2002. Se puede pensar que este centenario va a pasar sin pena ni gloria. Hay poco o nada previsto sobre ¨¦l, y los diferentes grupos ideol¨®gicos de momento se han comportado al respecto de la forma m¨¢s previsible. El Ministerio de Cultura, desorientado e inepto, no se ha dado por aludido. El monarquismo tradicional ha exhibido su de antemano imaginable visi¨®n id¨ªlica y la izquierda ha mirado a otro lado, desentendi¨¦ndose de una fecha que le resulta inc¨®moda. Un sector de ella, no obstante, se ha apresurado a ver en el simple hecho de tomar en consideraci¨®n la fecha un af¨¢n de reivindicaci¨®n del pasado destinado a halagar el presente.
En mi opini¨®n, esto ¨²ltimo no ha existido, entre otros motivos porque desde el punto de vista hist¨®rico el consenso de los especialistas no lo autoriza. En teor¨ªa, cabr¨ªa haber inventado una tradici¨®n democr¨¢tica a la Monarqu¨ªa espa?ola que, partiendo del actual jefe del Estado y pasando por don Juan, su padre, nos llevara a Alfonso XIII. Ahora bien, eso resulta de todo punto insostenible. La Monarqu¨ªa actual est¨¢ estrechamente ligada a la democracia, pero es de sobra conocido que don Juan no fue durante buena parte de su vida un dem¨®crata, por m¨¢s que acabara si¨¦ndolo en la d¨¦cada de los sesenta. Ni la Constituci¨®n vigente ni la sociedad de la ¨¦poca ni tampoco el comportamiento individual permiten definir a Alfonso XIII como dem¨®crata. Todav¨ªa m¨¢s: es muy posible que Espa?a deba conmemorar para crear unos v¨ªnculos que nos unan, pero, en ese caso, tiene sentido, sobre todo, hacerlo con acontecimientos m¨¢s recientes que forman parte de la sustancia del sistema pol¨ªtico que nos hemos dado. Por desgracia, ha pasado sin pena ni gloria la matanza de Atocha y, sobre todo, la reacci¨®n posterior de los comunistas y del conjunto de la sociedad espa?ola ante ella, realmente ejemplares. La memoria colectiva de la transici¨®n no est¨¢ siendo cuidada convenientemente, y alg¨²n d¨ªa nos arrepentiremos de ello.
Inventar una tradici¨®n como ¨¦sa, ni es posible ni tiene sentido alguno, pero se conmemora, tambi¨¦n y sobre todo, para saber m¨¢s. Sobre este particular conviene llamar la atenci¨®n acerca de lo que sucede en Espa?a que reviste peculiaridades muy dignas de atenci¨®n. La historiograf¨ªa contempor¨¢nea espa?ola ha hecho un gigantesco esfuerzo en el ¨²ltimo cuarto de siglo. Consecuencia de ¨¦l ha sido la 'descolonizaci¨®n' de nuestro siglo XX. Aunque una parte del p¨²blico lector siga prefiriendo apellidos extranjeros en el encabezamiento de los libros de Historia de Espa?a, quienes verdaderamente saben son conscientes de que las novedades las introducen los historiadores espa?oles. Incluso habr¨ªa que decir que una deficiencia tradicional, la incapacidad para realizar obras de s¨ªntesis, se est¨¢ viendo superada. Pero queda mucho por hacer y, por tanto, cualquier monograf¨ªa que ampl¨ªe nuestros conocimientos con la utilizaci¨®n de nuevas fuentes debe ser recibida como una bendici¨®n. En Espa?a no tenemos series documentales impresas sobre casi nada, ni siquiera sobre la pol¨ªtica exterior, como la mayor parte de los pa¨ªses europeos. Siempre habr¨¢, incluso entre los historiadores, quienes, por ¨¢grafos, vagos o conformistas, consideren que el desvelar nuevas fuentes viene a ser algo as¨ª como una virtud menor cuando Duby nos recordaba que el primer mandamiento de la ¨¦tica del historiador consiste en agotar las fuentes. De cualquier modo, si puede entenderse que el Ministerio de Cultura no haya querido dar la sensaci¨®n de querer inventarse una tradici¨®n de impecabilidad de la Monarqu¨ªa, no se comprende que no haya programado un Congreso, auspiciado una exposici¨®n o publicado unas fuentes.
Una ocasi¨®n conmemorativa sirve tambi¨¦n para repensar en un doble nivel. En primer lugar, los propios historiadores a partir de la obra monogr¨¢fica previa deben hacer interpretaciones desde una ¨®ptica temporal nueva sobre ese pasado revisitado. La conmemoraci¨®n de la Revoluci¨®n Francesa sirvi¨®, a t¨ªtulo de ejemplo, para descubrir los componentes totalitarios, no liberales, que hab¨ªa en determinadas ideolog¨ªas, grupos pol¨ªticos y personajes de aquel tiempo. Lo que entonces escribi¨® Fran?ois Furet ha pasado a considerarse como una nueva certeza adquirida y un punto de partida nuevo. Tambi¨¦n ha acabado por modificar la memoria popular colectiva: ahora, la Revoluci¨®n no se ve como una gesta protagonizada por h¨¦roes impecables, sino tambi¨¦n como una tragedia, porque provoc¨® lo que al otro lado de los Pirineos se denominan las guerras franco-francesas, es decir, conflictos civiles y holocaustos.
Hubiera sido bueno repensar el primer tercio de nuestro siglo, en que tan destacado papel jug¨® Alfonso XIII, y todav¨ªa existe la posibilidad de hacerlo. Desde el punto de vista de los historiadores, la gran cuesti¨®n que plantea es c¨®mo; desde un punto de partida pol¨ªtico, que, cuando menos, permit¨ªa un cierto grado de libertades, no se evolucion¨® dando pasos sustanciales hacia la democracia y hasta qu¨¦ punto la responsabilidad de lo ocurrido fue de una persona, el monarca. Adelanto mi respuesta para que sirva de base para el debate si se considera procedente. En primer lugar, habr¨ªa que tener en cuenta que ese tipo de evoluci¨®n resulta mucho m¨¢s accidentada y contradictoria de lo que se suele pensar. El ejemplo italiano, un caso hasta cierto punto paralelo, lo testimonia sin lugar a la menor duda. En segundo lugar, el examen de la actuaci¨®n de Alfonso XIII revela ligereza y errores, algunos garrafales, pero resiste bien la comparaci¨®n con otros monarcas o jefes de Estado de la ¨¦poca, en especial en los pa¨ªses con unas sociedades parecidas en su grado de evoluci¨®n.
Hacer estas afirmaciones, de cualquier manera tan discutibles como para que quien las ha escrito necesite varios centenares de p¨¢ginas para matizarlas, podr¨ªa servir de punto de partida para un debate. En el fondo, la gran cuesti¨®n que subyace es la de las dificultades que siempre hay en el espinoso camino hacia la democracia, cuesti¨®n crucial y que sigue siendo de una indudable actualidad. Claro est¨¢ que tambi¨¦n los amateurs de la Historia pueden seguir viviendo de ideas simples y adquiridas de otro tiempo bien remoto y no de lecturas recientes y de calidad. Se puede, por ejemplo, ofrecer de Alfonso XIII la imagen de una 'corte de los milagros', pero eso ya lo hizo, de forma insuperable, Valle-Incl¨¢n. Se puede proceder de la Falange y despacharle con el calificativo de 'perjuro'. Pero con eso se elude, tanto como con las descargas de edulcorada sensibler¨ªa mon¨¢rquica, una posibilidad de profundizar en cuestiones que, siendo del pasado, siguen teniendo inter¨¦s en el presente.
Javier Tusell es historiador.
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