Los intocables
Ocurri¨® a finales de los sesenta. En aquel entonces la Universidad de Valencia estaba en el viejo edificio de la Nave. Por la ma?ana, cuando lleg¨¢bamos todos los estudiantes, las paredes de piedra del patio central se iban cubriendo poco a poco de pancartas, panfletos y comunicados. Cada uno estaba firmado por los grupos m¨¢s dispares, con siglas a veces reconocibles y otras nuevas, reci¨¦n salidas de la imaginaci¨®n m¨¢s desbordante. A veces se inventaban abreviaturas sin sentido, para que la polic¨ªa se entretuviera en averiguar lo imposible. La rutina de todas las ma?anas era pasear ojeando las paredes ilustradas, para ponerse al d¨ªa de noticias y acontecimiento. Algo parecido a lo que hacemos ahora con los peri¨®dicos, pero en aquel tiempo ten¨ªamos que recurrir a los murales.
Hab¨ªa una norma muy clara y sin excepciones, que tambi¨¦n serv¨ªa de entrenamiento democr¨¢tico. Ninguno de los papeles pegados pod¨ªa ser arrancado, tachado o desfigurado, al margen de que estuvieras de acuerdo o en contra de su contenido. Pod¨ªa estar firmado por los grupos m¨¢s diversos, incluyendo los extremos m¨¢s contradictorios de la sopa de letras partidista de la ¨¦poca, pero todos ten¨ªan que seguir en su sitio. Hasta la noche, claro. Entonces el decano de turno, una vez cerradas las puertas, ordenaba a los bedeles que limpiaran todas las paredes, que las piedras fueran piedras y nada m¨¢s. No lo entiendo, pero los decanos tienen una extra?a tendencia a la nocturnidad, por mucho que los tiempos cambien. En cualquier caso, esa limpieza obsesiva facilitaba las cosas, porque al d¨ªa siguiente todo estaba libre y reluciente para empezar de nuevo a construir ideas en la Universidad.
Un buen d¨ªa, durante el paseo inici¨¢tico de todas las ma?anas, observ¨¦ un panfleto firmado por un grupo anarcoalgo, ya ni me acuerdo, que entre otras cosas dec¨ªa que 'los curas son las ratas que abandonan primero el barco' y que 'si un cura te da la mano a besar, mu¨¦rdela'. Disimul¨¦ un bostezo y busqu¨¦ otra literatura m¨¢s estimulante y menos grosera. Mientras esperaba la primera clase sentado en un banco, observ¨¦ que una pareja muy joven, chico y chica, se acercaba al panfleto, encend¨ªa con calma una cerilla y le prend¨ªa fuego. Los ojos se me pusieron como platos y las neuronas de punta. Hoy se acabaron las clases, pens¨¦, a la espera del alboroto que se avecinaba.
No pas¨® nada. Las cenizas del papel ca¨ªan ennegrecidas al suelo, mientras todo el mundo segu¨ªa charlando, leyendo sus cosas o deglutiendo el bocadillo ma?anero. Me sent¨ª irreal, como si nadie pudiera ver lo que estaba pasando delante de todos. La parejita se cogi¨® de la mano y, como ¨¢ngeles sin sexo, lentamente, desapareci¨® beat¨ªficamente por una de las puertas hacia la calle.
Pasaron muchas cosas desde entonces, pero aquella lecci¨®n universitaria nunca la olvidar¨¦. Me sigue ayudando a comprender muchas cosas. Por eso prefiero no hablar mucho de lo que dicen ahora los obispos. En varias ocasiones, ya sent¨ª alguna quemadura en mi piel por olvidar aquella lecci¨®n. Pero le sigo teniendo miedo a la parejita aquella con la cerilla encendida. Ni siquiera deber¨ªa haber contado esta an¨¦cdota, porque s¨¦ que son intocables. Atentamente, quedo a la espera de sus noticias.
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