Dulzona agon¨ªa
Que La casa de mi vida est¨¦ escrita por un tal Mark Andrus no dir¨¢ nada a casi nadie, pero, si se a?ade que ese tal Andrus escribi¨® Mejor imposible, una comedia sostenida por un gui¨®n de trazo exacto e insuperable, afloran algunas pistas que permiten sospechar que dentro de aquella pel¨ªcula puede haber algo que se parezca a un buen trabajo de construcci¨®n de cine.
Y, efectivamente, lo hay. Pero, por desgracia, este trabajo pierde una buena parte de su bondad al estar volcado en un filme que, aunque comienza con un golpe de originalidad y luego se alarga en un emotivo vuelo de muy noble ambici¨®n melodram¨¢tica, termina almibarando sus virtudes en un ba?o de sentimentalismo de laboratorio llor¨®n, que acaba estragando y que arruga y empeque?ece la intensidad del arranquel de la f¨¢bula. Y la magn¨ªfica idea desencadenante se situa por encima del filme desencadenado, que se queda en una pel¨ªcula tristona, crepuscular y agradable, pero reducible a estampita de un santo laico
LA CASA DE MI VIDA
Direcci¨®n: Irvin Winkler. Gui¨®n: Mark Andrus. Int¨¦rpretes: Kevin Kline, Kristin Scott Thomas, Hayden Christensen, Jena Malone, Mary Steenburgen, Jamey Sheridan, Sam Robards. G¨¦nero: drama. Estados Unidos, 2002. Duraci¨®n: 110 minutos.
Hay en la pantalla, gracias al gui¨®n, huellas de gran pericia en el desarrollo de la fase inicial, que discurre sobre situaciones bien esbozadas y definiciones precisas y muy r¨¢pidas de los personajes, incluidos los epis¨®dicos. Los int¨¦rpretes -sobre todo Kevin Kline, que hace su mejor trabajo desde Un pez llamado Wanda- se adue?an de esas definiciones y las bordan y enriquecen sagazmente, apoyados por una direcci¨®n suelta y generosa del veterano Irvin Winkler -mejor productor que director- que les pone en bandeja momentos de regalo y lucimiento que no desperdician, junto a Kline, las expertas Kristin Scott Thomas y Mary Steenburgen, ambas en un bonito contrapunto con la guapa novata Jena Malone y un convincente Hayden Christensen reci¨¦n aterrizado de las galaxias.
El arquitecto al que da vida Kevin Kline es un hombre solitario, hosco y hecho de una sola pieza, que desde su divorcio de la mujer que ama vive a la deriva, en perpetuo y airado abandono. Pero, al percibir la cercan¨ªa de la muerte, este individuo sin ataduras, salta de su pasividad y emprende la tarea de construir a mano la casa donde siempre so?¨® vivir. Y su esfuerzo es tan contagioso que, sin llamarlos, acaba embarcando en ¨¦l a sus fantasmas ¨ªntimos, que acuden a endulzar su agon¨ªa, lo que hace del buen arquitecto convertido en mejor alba?il en un inesperado e inoportuno pastelero.
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