Zafarrancho de combate
Un cataclismo ha trastocado el planetario del f¨²tbol: la exquisita Francia de Zidane, esa pe?a de atletas y gourmets, ha vuelto a Par¨ªs abatida por el surmenage; la recia Argentina de Marcelo Bielsa, esa divisi¨®n acorazada en la que los m¨²sicos congenian con los artilleros, regresa a Buenos Aires herida por la metralla de los goles y de los gritos; el distinguido Portugal de Figo, Rui Costa y Jo?o Pinto, la m¨¢s brillante promoci¨®n de exploradores desde la retirada de Eusebio, ha propagado una epidemia de saudade por las costas del Atl¨¢ntico. En la n¨®mina de supervivientes, s¨®lo Italia ha logrado cambiar a ¨²ltima hora el gui¨®n de la fatalidad: perdi¨® cuando merec¨ªa ganar y gan¨® cuando merec¨ªa perder. Casi al mismo tiempo, los anfitriones, Corea y Jap¨®n, hicieron valer su apremiante f¨²tbol de hormiguero, y ah¨ª est¨¢n, so?ando con un t¨ªtulo mundial como quien sue?a con un diploma.
En la nueva jerarqu¨ªa de favoritos, Inglaterra y Alemania, los flamantes cuartofinalistas, acechan a Espa?a, Italia y Brasil emboscados en la sala de televisi¨®n. Mientras esperan acontecimientos, unos y otros recurren indistintamente al hechicero, al entrenador y al c¨¢lculo infinitesimal para procurarse un poco de l¨®gica y de aliento.
Porque en la primera fase han tenido la ocasi¨®n de comprobar que un partido de f¨²tbol es una historia compatible con varios desenlaces. Todo lo que se puede conseguir aplicando la endeble ciencia del juego es una superioridad m¨¢s o menos amplia en el reparto de ocasiones de gol. Pero s¨®lo eso. Una racha de viento mal tra¨ªda, un tepe de hierba mal apisonado o un fogonazo en la vertical del grader¨ªo transforman un tiro de gol en un tiro al palo. Cada golpe de fortuna es en s¨ª mismo una perturbaci¨®n en la superficie del juego, una oleada que avanza por la hierba como lo har¨ªa por la superficie de un estanque. Cada incidente inspira un nuevo estado de ¨¢nimo, de modo que el argumento de los partidos cambia, se altera y termina discurriendo por una impredecible l¨ªnea ondulada.
S¨®lo algunos esp¨ªritus irreductibles, gentes de tacto blando y cabeza dura, son capaces de sobreponerse al sentimiento de que los resultados parciales, como los finales, son un mero subproducto del azar. Incluso los tipos m¨¢s cancheros, esos admirables canallas capaces de beberse el sudor del contrario al menor descuido, cruzan los dedos furtivamente para pedir una tregua a los volubles dioses de la competici¨®n.
La esperanza de los candidatos y de sus seguidores est¨¢ depositada, pues, en el residuo de l¨®gica que pueda salvarse, una vez descontados todos los incidentes posibles. Ahora, cuando aguardamos el comienzo del suplicio Espa?a-Irlanda, nos aferramos a la baza del talento, aunque algo nos diga que los talentos son tan dif¨ªciles de sumar como las llamaradas.
Sin embargo, no importa que nuestras reflexiones conduzcan al escepticismo. Pase lo que pase hoy, ma?ana le habremos encontrado una explicaci¨®n.
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