Los nombres del mundo
Eugenio Montejo pertenece a la generación de 1958, la primera que, caído el dictador Pérez Jiménez, pudo en Venezuela romper la losa de la censura y abrirse al mundo. De ahí que la percepción de la realidad como algo fragante y reciente, característica del poeta americano, se redoble en la estética sencillista de Montejo, en la que los destellos de imaginería surrealista nunca nublan el sentido del poema. La noción del americano como hombre nuevo se manifiesta en la aspiración a rehacer las formas del nombrar, a buscar la fricción entre materia y palabra: Alfabeto del mundo (1988) se titulaba, de modo elocuente, la antología de los primeros cinco libros de Montejo. Papiros amorosos, que recoge parte de su poesía erótica ya publicada y a?ade composiciones inéditas, tiene como imagen favorita la conjunción del giro del planeta y la presencia de la amada: Y queda, en fin, la tornadiza tierra /... / y sigue siempre rotando, tenazmente, / para que nuestros cuerpos de nuevo se reúnan'.
PAPIROS AMOROSOS
Eugenio Montejo Pre-Textos. Valencia, 2002 67 páginas. 11 euros
A la mencionada apertura venezolana hay que agregar la agitación política y cultural que vivió América Latina en los sesenta, precipitada por la revolución cubana y la inminencia de una refundación de todos los valores. De 1960 es, por ejemplo, uno de los libros de referencia de la moderna poesía de Venezuela: Cuadernos del destierro, de Rafael Cadenas. El código amoroso petrarquista tuvo insólitas derivas en ese torrente, que recogió la herencia de Neruda y de Walt Whitman, o de Walt Whitman a través de Neruda: un erotismo ecuménico, en el que la amada tiene una entidad al mismo tiempo divina y política, es vehículo de conocimiento y de comunión, en ella convergen el amor al prójimo y el hambre de infinito. Es una poesía ce?ida a la lengua coloquial, pues busca su fraternidad en todos los hombres y mujeres.
Los momentos de elevado lirismo de Papiros amorosos, su fraseo sostenido, conducen en ocasiones al límite de la afectación. Por ejemplo, cuando canta 'la oscura corola de tu vientre', menciona 'este frágil milagro de estar vivo' y 'el jazz deseante de noches solitarias', o confiesa: 'Tengo sangre de bardos icáricos'. Se vuelve a comprobar entonces un curioso fenómeno: la frecuente irrupción del sentimentalismo en la inflexión poética americana, heredera del Neruda más obvio de las odas y los falsos sonetos de amor, no es muy distinta de la que, en la poesía espa?ola de la segunda mitad del siglo XX, es tributaria de los momentos más encendidos de Pedro Salinas. Vale la pena, en todo caso, visitar ambas caras de la moneda, pues son igualmente aleccionadoras. Este breve libro de Eugenio Montejo representa un atajo eficaz.
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