Una ir¨®nica perfecci¨®n

Teatro lleno, como corresponde a un creador a quien cabe considerar un venerable maestro, uno de los ¨²ltimos monstruos sagrados del siglo XX. Aplausos entusiastas para una funci¨®n de extraordinaria belleza e impecable ejecuci¨®n en la que Peter Brook se enfrentaba una vez m¨¢s a Shakespeare, a su Hamlet, en una relectura impregnada de iron¨ªa y servida con un esteticismo que elimina de la tragedia toda pulsi¨®n, toda pasi¨®n, toda ferocidad. A cambio, La trag¨¦die d'Hamlet respira una reposada perfecci¨®n en un mundo pintado con los colores primarios del arte abstracto. Un mir¨® por ejemplo, tal vez un mondrian.

Shakespeare, en cierto modo, parece haber sido aqu¨ª liofilizado y empaquetado para su preservaci¨®n sin que, en el proceso, se hayan perdido las cualidades nutritivas del genio, aunque s¨ª se hayan homogeneizado. Lo que ha hecho Brook ha sido domesticar a Hamlet para hacer que su historia transcurra sobre un gran tapiz rojo con cojines negros. Al fondo, sobre otro tapiz y m¨¢s cojines, hay una colecci¨®n de instrumentos ex¨®ticos. Los actores son, en su mayor¨ªa, africanos, aunque ¨¦sta sea probablemente una elecci¨®n arbitraria o un intento de distanciar la tragedia del espectador europeo, de ponerle delante un espejo en negativo.

Brook ha reducido la obra al pu?ado de personajes principales de modo que las escenas se siguen depuradas. Y es en esta depuraci¨®n donde Brook introduce su iron¨ªa esteticista, su mirada traviesa al releer uno de los personajes m¨¢s complejos, m¨¢s veces representados de la historia del teatro.

William Nadylam es un Hamlet ligero, casi vol¨¢til, centro de un elenco de espl¨¦ndidos actores entre los que destaca el longuil¨ªneo Sotigui Kouyat¨¦, en la figura casi c¨®mica de Polonio. Emile Abossolo-Mbo (Claudio), Lilo Baur (Gertrudis) y V¨¦ronique Sacri (Ofelia) interpretan el resto de los papeles protagonistas.