En el coraz¨®n de la confusi¨®n
Se supone que la cultura deber¨ªa facilitarnos instrumentos que nos permitan ordenar nuestra experiencia, interpretar la realidad, orientar nuestra conducta. ?sta ha sido, por lo menos, la funci¨®n que hist¨®ricamente ha cumplido ese conjunto extremadamente diverso, complejo y cambiante de sistemas y dispositivos simb¨®licos propios de la especie humana con los que mediamos y negociamos nuestra relaci¨®n con el mundo y que, tomado en su acepci¨®n m¨¢s amplia, el t¨¦rmino cultura recubre.
Hoy, sin embargo, y si dejamos de lado el ¨¢mbito de la antropolog¨ªa, la noci¨®n dominante es m¨¢s bien otra, bastante m¨¢s restrictiva. Bajo el ep¨ªgrafe de cultura suele entenderse lo que hacen unos determinados y muy especializados profesionales -escritores, artistas pl¨¢sticos, m¨²sicos...- cuyos productos se presentan a trav¨¦s de circuitos no menos especializados -editoriales, galer¨ªas, museos, teatros, auditorios-, ya sea para consumo de un p¨²blico amplio y profano, ya sea para deleite de un pu?ado de connaisseurs. Constituidos como microuniverso aut¨®nomo, la principal preocupaci¨®n de la mayor¨ªa de profesionales culturales -creadores, productores e intermediarios- no es la de ayudarnos a pensar y, en su caso, actuar, sino la de entretenernos, sorprendernos, dejarnos boquiabiertos. La relaci¨®n que el grueso de la creaci¨®n y programaci¨®n cultural contempor¨¢nea pueda tener con los problemas, intereses, necesidades y aspiraciones de nuestro tiempo es casi siempre insondable y en todo caso secundaria. Por supuesto, hay valiosas excepciones.
La introducci¨®n viene a cuento de una singular y prometedora exposici¨®n que estos d¨ªas puede verse en el palacio de la Virreina. Se trata de una exhibici¨®n inspirada en la celeb¨¦rrima obra de Joseph Conrad El coraz¨®n de las tinieblas, y seg¨²n sus comisarios, Jorge Luis Marzo y Marc Roig, tiene como objetivo no s¨®lo recrear pl¨¢sticamente, a trav¨¦s de los medios y soportes m¨¢s diversos, la famosa obra literaria sino tambi¨¦n, y sobre todo, mostrar la vigencia del infierno (neo-)colonial y, al mismo tiempo, enfrentarnos a la realidad de la inmigraci¨®n como una imagen invertida pero sim¨¦trica de ese viaje al horror que la novela de Conrad describe.
Magn¨ªfico, pens¨¦, he aqu¨ª un proyecto expositivo que tiene sentido, que pretende salirse de la jaula autocomplaciente y consumista en que se ha convertido la casi totalidad de nuestra escena cultural. La visita a la Virreina, sin embargo, me ha sumido en un mar de dudas.
El proyecto est¨¢ compuesto fundamentalmente por una serie de instalaciones audiovisuales donde se alternan escenas cinematogr¨¢ficas de ficci¨®n, creadas expresamente para la exposici¨®n e inspiradas literalmente en la obra de Conrad aunque trasladadas a nuestro aqu¨ª y ahora; fotografias y fragmentos de v¨ªdeos documentales sobre algunas cat¨¢strofes, pasadas y presentes, originadas por el colonialismo occidental en ?frica y especialmente en el Congo; simulacros de informativos de televisi¨®n; v¨ªdeos de creaci¨®n altamente conceptuales... Entre esas instalaciones, dos espacios documentales sobre la trata de esclavos y la expansi¨®n colonial europea, as¨ª como un par de salas con obras relativamente convencionales de dos artistas africanos.
M¨¢s all¨¢ del mayor o menor inter¨¦s y calidad de los diferentes espacios y materiales presentados, y m¨¢s all¨¢ tambi¨¦n de la mayor o menor fidelidad del conjunto al esp¨ªritu de la obra de Conrad, lo que caracteriza la exposici¨®n es la contradicci¨®n entre, por una parte, una forma expositiva altamente creativa y a ratos espectacular y, por otra, la presentaci¨®n, una vez m¨¢s, de una visi¨®n estereotipada de ?frica como un submundo embrutecido y embrutecedor del que s¨®lo es razonable huir.
La exposici¨®n incluye, a modo de ep¨ªlogo, una instalaci¨®n compuesta de dos 'M¨®dulos de atenci¨®n personalizada'. Se trata de unos dispositivos, un poco al estilo de confesionarios, en cada uno de los cuales un inmigrante real, de carne y hueso, explica al visitante que se presta a ello su odisea personal hasta llegar a Espa?a. Aunque soy org¨¢nicamente al¨¦rgico a este tipo de sociabilidad encapsulada, me sent¨¦ ante uno de ellos y escuch¨¦ su relato, no por previsible menos dram¨¢tico: la pobreza y falta de perspectivas en su lugar de origen, las infinitas penalidades del viaje, las dificultades de inserci¨®n y regularizaci¨®n una vez aqu¨ª. Cuando concluy¨®, le pregunt¨¦ qu¨¦ ten¨ªa que ver su historia con la exposici¨®n. No lo sab¨ªa. S¨®lo le hab¨ªan dicho que ten¨ªa que explicar su historia.
No pude evitar acordarme de las grandes exposiciones internacionales montadas por las potencias europeas desde mediados del siglo XIX hasta la II Guerra Mundial. En ellas siempre hab¨ªa una zona en la que se presentaban en vivo algunos espec¨ªmenes ind¨ªgenas de las posesiones coloniales. Adem¨¢s de distraer al p¨²blico con una muestra de exotismo, el objetivo era, en aquel caso, demostrar por la v¨ªa r¨¢pida la superioridad de la civilizaci¨®n occidental frente al primitivismo de los colonizados.
Ahora, por supuesto, la intenci¨®n es muy otra. Es, justamente, la de hacernos tomar conciencia a los visitantes de la inhumanidad que sigue dominando nuestra relaci¨®n con el continente africano. Pero, siendo muy distinta la intenci¨®n, ?es tambi¨¦n muy distinto el resultado? ?Justifica esa benem¨¦rita intenci¨®n que sigamos tratando al Otro como mero objeto expositivo? ?Qu¨¦ sentido tiene presentar una vez m¨¢s, aunque sea cargando todas las culpas al viejo y nuevo colonialismo, una visi¨®n de ?frica como un continente deshumanizado, inerme, sin salvaci¨®n posible?
No pretendo, en absoluto, descalificar un proyecto cargado de buenas intenciones, sino compartir una reflexi¨®n amistosa, aunque cr¨ªtica, sobre unos modos de realizaci¨®n en los que el af¨¢n de originalidad, de sorpresa y de innovaci¨®n t¨¦cnica acaba convirtiendo los asuntos m¨¢s serios en pretextos para dar una vuelta m¨¢s a la rueda del espect¨¢culo.
Hace 100 a?os, Conrad nos propuso un espeluznante viaje literario al coraz¨®n de las tinieblas. Hoy, cuando la mayor parte de la cultura contempor¨¢nea se regodea en el coraz¨®n de la confusi¨®n, las mejores propuestas tienen serias dificultades para escapar a su bombeo.
Pep Subir¨®s es escritor y fil¨®sofo.
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