Cargos perpetuos y mandos a distancia
No es ubicuo, pero lo parece, decimos del ministro Eduardo Zaplana, convertido en una suerte de lanzadera entre Madrid y las tierras valencianas, donde ultima los adioses presuntamente provisionales sin soslayar un momento sus nuevos cometidos gubernamentales. En realidad, dir¨ªase que no ha dejado un solo instante el escenario de la Generalitat, y tal es la confortable sensaci¨®n que tienen sus gentes, sinti¨¦ndose amparadas por quien ha sido -y sigue siendo- su valedor indiscutido a lo largo de este septenio.
A este respecto, no hay visos de que la situaci¨®n cambie lo m¨¢s m¨ªnimo, pues el ex presidente lo ha dejado todo bien atado y habr¨¢ que estar pendientes de c¨®mo administra su preeminencia desde la distancia. Tampoco esto ser¨ªa una novedad. Su predecesor al frente de la autonom¨ªa, Joan Lerma, mediante pr¨¢cticas m¨¢s o menos disimuladas, no ha dejado de mover los hilos del PSPV interfiriendo todo cuanto ha podido en sus crisis y eventuales desenlaces. Tiene uno la impresi¨®n de que estos personajes que han pose¨ªdo todo el poder en la plaza se sienten imprescindibles y obligados a prolongar su tutela sobre el partido que han patrimonializado.
En el caso del dirigente socialista es obvio que su influencia se va atenuando por imperativo del relevo generacional. No acontece lo mismo con el nuevo ministro, acerca del cual es prematuro y ser¨ªa temerario que se suscitase la m¨ªnima contestaci¨®n de sus afines. Ya estallar¨¢n las zozobras partidarias. Ahora, ni siquiera se ha o¨ªdo p¨²blicamente entre los suyos la menor objeci¨®n al procedimiento electivo de Zaplana como senador territorial. Y me estoy refiriendo a correligionarios que, por su experiencia jur¨ªdica, reputan chapucera la interpretaci¨®n 'sistem¨¢tica y teleol¨®gica' (al decir de un letrado tronado) de la legislaci¨®n que ampara esta investidura senatorial. Por cierto, si es incompatible la condici¨®n de ministro y senador territorial, como alecciona el sentido com¨²n, c¨¢mbiese la ley y no se recurra a picard¨ªas legalistas.
Ignoramos si con todo este traj¨ªn que ha exigido la toma de posesi¨®n de la cartera de Trabajo y traspaso de poderes de la Generalitat, su titular, que es al tiempo presidente del PP valenciano, ha tenido alguna participaci¨®n en el listado de los alcaldables de su partido. Como m¨ªnimo, los encargados de decidir este cap¨ªtulo, habr¨¢n requerido su opini¨®n que, a la vista de los resultados, no ha servido para relevar a ninguno de los que hoy empu?an la vara de mando en las capitales del Pa¨ªs Valenciano. Ni siquiera se ha dado boleta al regidor de Alicante, Luis D¨ªaz Alperi, cuando ¨¦l mismo se daba por amortizado. Tambi¨¦n es verdad que, dada la inanidad del candidato que le opondr¨¢ el PSOE, no hay motivo de alarma y hasta el mentado Alperi puede hacer un buen papel.
En punto a Valencia y Castell¨®n s¨®lo puede decirse que se han cumplido las previsiones. Rita Barber¨¢, la alcaldesa del cap i casal seguir¨¢ una legislatura m¨¢s, y as¨ª hasta que le plazca. Algo similar acontece en el taifato de La Plana, donde impera la voluntad de Carlos Fabra, el 'cacique' provincial del PP. En estas plazas no hay indicios de renovaci¨®n, como a fin de cuentas tampoco los hay en aquellas en las que el PSPV est¨¢ bien asentado, como es el caso, entre otras, de Torrent, donde el socialista Jes¨²s Ros ya ha sumado su tercer quinquenio y todav¨ªa piensa probar suerte con vitola de ganador. Raz¨®n tiene este incombustible torrentino cuando reclama para los ediles la cobertura del paro. ?Qui¨¦n vuelve de hoz y coz al modesto tajo o al aburrido oficio despu¨¦s de tantos a?os de tron¨ªo?
Todo lo cual nos aboca a la necesaria limitaci¨®n temporal de los cargos electivos si realmente se quiere airear la democracia acentuando la dimensi¨®n participativa de los ciudadanos. Los presidentes Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y Eduardo Zaplana han sentado un precedente que debiera articularse constitucional y estatutariamente, proyect¨¢ndolo a las corporaciones locales e incluso enriqueci¨¦ndolo con la elecci¨®n directa de los alcaldes. Nadie deber¨ªa permanecer m¨¢s de ocho a?os sucesivos en una poltrona o esca?o, pues a partir de ese plazo no es raro percibir s¨ªndromes de rutina, corrupci¨®n o necrosis. Ni tampoco nadie, una vez cumplida la misi¨®n, debiera confundir el escenario que deja con gui?ol que mueve a su antojo.
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