La voz de Pujol
Dime lo que aplaudes y te dir¨¦ de qu¨¦ careces. El reconocimiento que las declaraciones del presidente Pujol sobre el conflicto con Marruecos han merecido en amplios sectores de opini¨®n espa?ola, especialmente en los que por decoro se han desmarcado del patrioterismo de Aznar, Trillo y compa?¨ªa, dan la medida del p¨¦simo estado del debate pol¨ªtico en Espa?a. Atrapados en lugares comunes que algunos confunden con razones de Estado, oposici¨®n y Gobierno han abundado en la in¨²til ret¨®rica de la dignidad nacional. En este contexto, los argumentos de Pujol parec¨ªan agua bendita que ven¨ªan a remojar una pol¨ªtica internacional de secano. Pujol se limit¨® a hacer buen uso del sentido com¨²n. Pero hay circunstancias, cuando el nacionalismo (el espa?ol, en este caso) se desata (y Pujol har¨ªa bien en aplicarse la experiencia) en que la voz distanciada y serena -es decir, alejada de la pasi¨®n patri¨®tica- parece un milagro. Y as¨ª, fuera de Catalu?a, algunos sectores que sent¨ªan verg¨¹enza ante el clima patriotero que se estaba creando han descubierto s¨²bitamente la bondad de Pujol.
Es curioso que haya tenido que ser un nacionalista perif¨¦rico el que haya puesto las cosas en su sitio, introduciendo elementos racionales en plena deriva hacia el orgullo nacional espa?ol, lo cual hace pensar que nada mejor que un nacionalista para entender -y por tanto criticar- a otro nacionalista; y que los nacionalistas dan las mejores notas cuando no act¨²an como tales.
Alguien ha dicho con resentida iron¨ªa que Pujol ser¨¢ un gran comentarista pol¨ªtico cuando deje la presidencia. Yo creo, sin embargo, que cuando no est¨¦ Pujol echaremos de menos la opini¨®n del presidente en las grandes cuestiones pol¨ªticas. Pujol tiene un concepto cl¨¢sico de la pol¨ªtica, seg¨²n el cual las ideas no son secundarias y los esl¨®ganes tienen sus l¨ªmites. La ciudadan¨ªa pide sentido. Y para dar sentido hay que tener opini¨®n. La opini¨®n s¨®lo se hace cre¨ªble despu¨¦s de demostrar muchas veces que no se repite ning¨²n catecismo, sino que se procura pensar en funci¨®n de cada situaci¨®n. Por eso, Pujol es cada vez menos interesante cuando predica su nacionalismo, porque ya nos lo sabemos de memoria y ni siquiera se ha tomado la molestia de actualizarlo (¨¦ste es tema para otro d¨ªa: el gran d¨¦ficit que le deja en herencia a Converg¨¨ncia). Y, en cambio, es sugerente cuando habla de pol¨ªtica internacional, porque no es esclavo ni de la doctrina ni de las cl¨¢usulas de estilo.
Esta concepci¨®n cl¨¢sica de la pol¨ªtica Pujol la traslada a su funci¨®n. El presidente de la Generalitat dignifica la instituci¨®n cuando expresa su visi¨®n sobre los problemas del mundo. Se equivocan los que dicen que esto es provincianismo y que lo que tiene que hacer es hablar de los problemas cotidianos de los catalanes. Cada vez hay menos problemas en el mundo que no nos conciernan de alg¨²n modo y, sin duda, las relaciones con Marruecos nos afectan mucho. Espero y deseo que los sucesores de Pujol tambi¨¦n tengan opini¨®n ante los acontecimientos importantes y la expresen ante la ciudadan¨ªa. El principio de que hay temas de los que s¨®lo pueden hablar los responsables pol¨ªticos que tienen el dossier entre las manos me parece profundamente antidemocr¨¢tico.
La obligaci¨®n de todo pol¨ªtico es aportar ideas al debate p¨²blico, que, guste o no, es esencial para la democracia, para conformar opini¨®n y para contribuir a la toma de decisiones. Pujol lo hace. El ¨²nico tema ante el que siempre se ha sentido inc¨®modo ha sido la cuesti¨®n vasca. Atrapado entre la lealtad ideol¨®gica al PNV y el apoyo a la acci¨®n antiterrorista del Gobierno de turno, sea el que sea, demasiadas veces ha tenido que optar por el silencio, que es algo que le insatisface profundamente. Pero volvamos al caos que nos ocupa: Perejil. Pujol ha dicho las cosas de sentido com¨²n: la importancia de Marruecos en nuestro espacio geopol¨ªtico, el deterioro de las relaciones muy anterior a la querella por el islote, las responsabilidades de ambas partes en esta larga y profunda crisis, la dificultad de entenderse con unas ¨¦lites muy peculiares como las marroqu¨ªes. Ha deshinchado el globo de la autocomplacencia b¨¦lico-nacionalista de Trillo y compa?¨ªa y ha puesto en evidencia algunos silencios y a muchos profesionales del t¨®pico.
Pero sobre todo ha dicho tres cosas que merecen ser subrayadas. En primer lugar, la necesidad de un trato preferencial entre la Uni¨®n Europea y Marruecos, al modo del acuerdo entre M¨¦xico y Estados Unidos. Una iniciativa atractiva, que el desarrollo de la crisis hace todav¨ªa m¨¢s lejana, porque es pat¨¦tico que hasta para resolver un problema de vecindario en las fronteras de Europa tenga que intervenir Estados Unidos. Por este camino, Colin Powell acabar¨¢ mediando hasta en litigios de fincas. Una vez m¨¢s ha quedado manifiesta la incapacidad de Europa para tener una pol¨ªtica internacional com¨²n.
En segundo lugar, la afirmaci¨®n de que Espa?a en tanto que es el pa¨ªs fuerte, el que puede estrangular al otro en lo pol¨ªtico como en lo econ¨®mico, es el que tiene mayor responsabilidad y obligaci¨®n en la resoluci¨®n del problema. En tiempos en que el ¨¦xito es lo ¨²nico que importa y el que gana se lo lleva todo, las palabras de Pujol habr¨¢n sonado a algunos como antigualla moralista de un personaje cristiano. Y, sin embargo, pienso que Pujol tiene raz¨®n y que este principio deber¨ªa funcionar en todos los ¨®rdenes de lo pol¨ªtico y de lo social si queremos un mundo habitable. Lo contrario: el poderoso que abusa y exhibe su potencia, es la arrogancia, una enfermedad muy extendida y muy destructiva.
Finalmente, Pujol lament¨® que se hubiese impedido la mediaci¨®n del Rey. Si lo que insinuaba es que Aznar le impuso al rey algunas limitaciones -por ejemplo, no asistir a la boda de Mohamed VI- lo desconozco. Si lo que ped¨ªa era una intervenci¨®n del Rey, aqu¨ª discrepo del presidente. La pol¨ªtica debe llevarla cabo el Ejecutivo elegido democr¨¢ticamente. Cualquier paso que el rey d¨¦ fuera del ¨¢mbito de la representaci¨®n y de lo simb¨®lico, me parece un paso peligroso. Los republicanos, ya que hemos aceptado por pragmatismo el aplazamiento de la cuesti¨®n del r¨¦gimen pol¨ªtico, lo menos que podemos hacer es vigilar las posibles intromisiones del rey en el espacio pol¨ªtico. Siempre que ha debido entrar en ¨¦l ha sido porque las cosas iban mal y porque los pol¨ªticos no eran capaces de dar las respuestas adecuadas, es decir, en tiempos de crisis. Y el conflicto con Marruecos, siendo envenenado, no mete a Espa?a en ninguna crisis ni emergencia.
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