IVA
Cuando usted se toma una pastilla para el dolor de cabeza, s¨®lo se le quita el dolor de cabeza a usted. Pero cuando lee un libro, sus efectos terap¨¦uticos se propagan al resto de la comunidad. As¨ª es, por misterioso que parezca. Hist¨®ricamente, los lectores siempre han sido una minor¨ªa, pero los valores de la Divina comedia o La Regenta o el Quijote han actuado no ya sobre quienes no los hab¨ªan le¨ªdo, sino sobre quienes ni siquiera conoc¨ªan su existencia. Se trata de un fen¨®meno muy poco valorado que en otros ¨¢mbitos producir¨ªa asombro. Imaginen, si no, que la industria farmac¨¦utica inventara un remedio contra la ¨²lcera que s¨®lo tuviera que tomarlo un enfermo de cada mil, aunque surgiera efecto en todos. Ser¨ªa un ¨¦xito, y en cada pa¨ªs habr¨ªa un funcionario ulceroso que con el desayuno se medicar¨ªa para el resto.
Eso es exactamente lo que hacen quienes leen: medicarse para s¨ª mismos, pero tambi¨¦n para los otros. El abdomen de las abejas tiene dos est¨®magos: uno privado y otro social. En el social s¨®lo almacenan el n¨¦ctar que luego depositar¨¢n en los panales para su uso p¨²blico. Cuando leemos, por muy en solitario que lo hagamos, parte de la sabidur¨ªa adquirida se deposita en una especie de est¨®mago social del que se beneficia la colectividad. Por eso La ciudad y los perros o Rayuela o Si te dicen que ca¨ª han influido en individuos que a lo mejor ni sab¨ªan leer. Es una l¨¢stima que una persona no pueda comer para las que no comen o andar para las que no andan, pero podemos leer para las que no leen.
Cuando uno conoce este efecto multiplicador de la lectura, es m¨¢s responsable de lo que elige. El lector es una especie de funcionario que hace un servicio p¨²blico a su comunidad. Esa mujer que, rodeada de hijos, abre un libro en la playa o ese chico que devora a Auster en el metro est¨¢n trabajando para mejorar su entorno. Y no s¨®lo no cobran por ello, sino que pagan impuestos. Si la minor¨ªa que lee dejara de hacerlo, la atm¨®sfera se volver¨ªa irrespirable. Esto es tan evidente que parece mentira que los poderes p¨²blicos, a juzgar por su inter¨¦s en que cada vez haya menos librer¨ªas, a¨²n no lo hayan advertido. O quiz¨¢ s¨ª: de ah¨ª que castiguen a los lectores y a los libros con el IVA.
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