De la burbuja al cielo abierto
Andrew Hill toc¨® de espaldas a su excelente secci¨®n r¨ªtmica. El detalle pudo parecer anecd¨®tico, pero dio pistas importantes sobre su actitud ante la vida y la m¨²sica. En el concierto inaugural de la pen¨²ltima jornada del festival donostiarra, el pianista de Chicago sell¨® su burbuja personal para que nada ni nadie influyera sobre sus ideas. Defiende su privacidad porque es un m¨²sico para m¨²sicos en cuyo curr¨ªculo abundan cap¨ªtulos tan brillantes como la grabaci¨®n de Point of departure, disco crucial de los sesenta.
En realidad, Hill siempre parece estar en alg¨²n punto de partida, aunque en el Kursaal empez¨® directamente por una lecci¨®n avanzada de la asignatura m¨¢s dif¨ªcil: la libertad sin compromisos. Construy¨® sus solos sobre acordes ag¨®nicos pero poderosos y busc¨® ox¨ªgeno en las teclas menos obvias, 'las teclas de al lado', como dec¨ªa el a?orado Tete Montoliu. Como Thelonious Monk, Hill sue?a con una sonoridad de otro mundo, con una atm¨®sfera irreal en la que no pueden desfilar disciplinados escuadrones de notas. Su concierto fue severo, pero el p¨²blico acab¨® compartiendo sus sue?os.
En la plaza de la Trinidad esperaba la sonrisa m¨¢s dulce del ?frica cosmopolita. El camerun¨¦s Richard Bona fue un ¨¢ngel con los pies en el suelo que cant¨® con voz de nube algodonosa y toc¨® el bajo el¨¦ctrico con la textura abrasiva de la lava volc¨¢nica. Hizo world music de sal¨®n, amplificada y diversificada lo justo para no crear confusi¨®n estil¨ªstica. Brome¨® con el p¨²blico, pero no olvid¨® poner una vela en memoria de Jaco Pastorius, su gran ¨ªdolo.
El irreprimible David Murray ha emprendido mil iniciativas propias y ajenas; sorprend¨ªa entonces que hasta ahora no hubiera apelado al potencial de la m¨²sica cubana. La explicaci¨®n es que estaba tom¨¢ndose su tiempo para encontrar una f¨®rmula original m¨¢s all¨¢ de soluciones rutinarias y oportunistas. Y le ha cundido. Su orquesta, con mayoritaria presencia cubana, son¨® diferente a todas las dem¨¢s, aunque a veces record¨® a aquellas que dirig¨ªa Oliver Nelson en los a?os setenta, sobre todo cuando apel¨® a ritmos afrocubanos m¨¢s aptos para la ceremonia interior que para el baile.
Como siempre, Murray estuvo incendiario en solos como torbellinos, girando sobre s¨ª mismos en frases con forma de espiral infinita. Como director, tambi¨¦n acert¨® a escapar del arreglo cerrado y sus en¨¦rgicos movimientos de brazos buscaron la respuesta inmediata de los m¨²sicos seg¨²n el derrotero sonoro que fuera tomando cada pieza. Menci¨®n especial merece la labor del jovenc¨ªsimo bater¨ªa Oliver Vald¨¦s, un chaval de apenas 20 a?os que soport¨® el tremendo peso de los metales como si llevara a la espalda un saco de molinos de viento.
Babelia
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