La voz detr¨¢s de las palabras
Al final de su apasionante libro En esto creo, Carlos Fuentes dedica un inolvidable cap¨ªtulo al Yo, a ese misterioso habitante de la intimidad que acompa?a a nuestro cuerpo, que se mezcla con ¨¦l, que nos delata y nos cobija, que nos habla y nos silencia, que nos ama y nos odia, pero por el que, realmente, somos lo que somos, creamos lo que creamos, o destruimos lo que destruimos, incluso a ese mismo Yo. En ese cap¨ªtulo encuentro un pasaje con el que me gustar¨ªa dialogar brevemente: 'El Yo puede extraviarse creyendo que existe en perfecto aislamiento eg¨®latra. Esto significa que se enga?a creyendo que puede ser sin necesidad de lo que ya es. El 'con¨®cete a ti mismo' socr¨¢tico no es s¨®lo un mandamiento dirigido a la interioridad... El llamado socr¨¢tico, m¨¢s bien, lo es a la cr¨ªtica del yo...'.
Un libro es, adem¨¢s, un peque?o r¨ªo de palabras que empapan y hacen navegable el alma de quien lee
En el p¨®rtico del templo de Delfos estaban, efectivamente, escritas al parecer, para ense?anza de los hombres, dos misteriosas palabras: gn?thi saut¨®n, 'con¨®cete a ti mismo'.
Al evocarlas hoy en un mundo como el nuestro, tan 'noticiado' y tan estruendoso, no deja de sonar como una manifestaci¨®n de buenos deseos que, sin duda, provoca misericordiosas y esc¨¦pticas sonrisas. Pero adem¨¢s, suponiendo que hubiera mismidad, suponiendo que tuvi¨¦ramos una mismidad que fuera nuestra, el ruido y la furia que nos rodea hace dif¨ªcil tan ajeno y anacr¨®nico imperativo. 'Con¨®cete a ti mismo' ha sonado, pues, como una piadosa jaculatoria de buena vecindad. Una buena vecindad, entre los hechos y los dichos, que nos aconsejaba algo as¨ª como 'cuida de lo que piensas, para que sepas lo que haces'. O tal vez era una precursora conseja del capcioso y brillante aforismo agustiniano 'no quieras salir fuera, en el interior del hombre habita la verdad'. Una frase sonora pero inhumana, s¨®lo inteligible en un contexto religioso: porque en el interior del hombre no hay verdad alguna. La verdad de los seres humanos es una tensi¨®n, un proceso de conocimiento, una conexi¨®n con la experiencia, con la vida, con la realidad, con los otros seres; un contraste entre el mundo y la consciencia.
Pero el gn?thi saut¨®n aporta al
go esencial que no est¨¢ en la variante agustiniana. 'Con¨®cete a ti mismo' es un imperativo para la inteligencia, una liberaci¨®n que ilumina el fondo de cada individualidad. Ese imperativo deja abierto el espacio de la mismidad para, desde ese conocimiento, emprender el camino de la educaci¨®n personal, de la propia relaci¨®n con la justicia y la verdad. La m¨¢xima, adem¨¢s, nos requiere para una empresa de autoconocimiento que es un presupuesto del humanismo y la cultura.
Todas estas evocaciones que, por ahora, dejo sin responder; pero que, en mi opini¨®n, constituyen uno de los problemas importantes para pensar en la filosof¨ªa de nuestro tiempo, me las ha tra¨ªdo a la mente la lectura del libro de Carlos Fuentes. Una lectura intensa y estimuladora porque toda escritura es fruto de esa lengua matriz, que somos. En los escritos de Carlos Fuentes atisbamos su 'mismidad', atisbamos su ser: ese bloque profundo de ideas y creencias que navegan por cada uno de nosotros, que son fruto de nuestra vida, de nuestra intransferible y ¨²nica biograf¨ªa. Ideas o ideales m¨¢s bien, que se orientan por no s¨¦ qu¨¦ misteriosas estrellas y que convierten nuestra solitaria navegaci¨®n en palabras, en comunicaci¨®n y sentidos. En el creador de ficciones, en el novelista, entre el maravilloso fluir de los personajes y sus vidas imaginarias e imaginadas, descubrimos siempre la lengua matriz. Aquella lengua que nos dice, que hace aparecer la realidad detr¨¢s de la ficci¨®n y que, venturosamente, nos descubre. No hay literatura, filosof¨ªa, sin el apoyo, m¨¢s o menos consciente, de ese ser que nos constituye, de esa mismidad buscada.
En un gran escritor, su obra trasciende y expresa su vida. La escritura que hacemos es la escritura que somos. 'Un libro da voz al ser humano'. La obra narrativa de Carlos Fuentes es la escritura que ¨¦l es, el lenguaje matriz que le habita, porque, efectivamente, como ¨¦l mismo dice, 'un libro es algo m¨¢s que una fuente de informaci¨®n'. Informaci¨®n, pero tambi¨¦n talante, sensibilidad, estilo, ideolog¨ªa, amor, ideales, utop¨ªas, sue?os y, sobre todo, di¨¢logo, ruptura de la soledad, presencia y compa?¨ªa de los otros. Un peque?o r¨ªo de palabras que empapan y hacen navegable el alma de quien lee. Una navegaci¨®n por derroteros y constelaciones nuevas que no s¨®lo nos ense?an pa¨ªses desconocidos, sino que nos convierten a nosotros mismos en pa¨ªs, en territorio abonado para nuevos frutos, para nuevas vidas. Y ello es posible porque la calidad del escritor que verdaderamente habla en sus ficciones engendra y alumbra las nuestras. Ficciones que son el aliento del propio ser, la puerta que nos abre a ese mundo 'ancho, ajeno' y, al fin, pose¨ªdo en las palabras que nos presta, que nos regala el gran escritor. A trav¨¦s de sus palabras aprendemos a amar algo m¨¢s all¨¢ del tantas veces mon¨®tono discurso de nuestra opaca soledad.
El libro de Carlos Fuentes En
esto creo a?ade una cualidad nueva a su ya poderosa y singular escritura. Son cuarenta y una palabras las que han escogido a Carlos Fuentes para que las diga, para que nos ense?e lo que supo hacer con ellas, para que nos descubra por qu¨¦ le eligieron como padre predilecto. Necesitaban estos t¨¦rminos otra luz distinta de la que, a veces, los ilumina o los oscurece. Son, la mayor¨ªa de las veces, palabras esenciales de nuestra lengua, y por tanto, de nuestro ser: Amistad, Amor, Belleza, Educaci¨®n, Experiencia, Izquierda, Lectura, Libertad, Pol¨ªtica, Revoluci¨®n, Tiempo, Yo. Pero hay otras, como Silvia, Quijote, Bu?uel, Vel¨¢zquez que, aunque se insertan en una ¨®rbita m¨¢s singular, m¨¢s privada, irradian tambi¨¦n, desde esa privacidad, la universalizaci¨®n, del sentimiento con el que enhebramos cada particular e intransferible vivencia.
Esas cuarenta y una palabras
que tomaron a Carlos Fuentes como su portavoz sab¨ªan que no escogieron mal en su apuesta. El autor, el creador, las hab¨ªa usado ya muchas veces, las hab¨ªa encarnado en muchos personajes de su asombroso universo, las hab¨ªa amasado con las semillas de su imaginaci¨®n. Pero ahora quer¨ªan que se dedicase exclusivamente a ellas, y que ellas mismas, como conceptos especiales, como 'ideas', en el sentido m¨¢s fecundo del mejor platonismo, fueran los exclusivos personajes de tan apasionado encuentro, y le comprometiesen en tan hermoso e ideal epitalamio.
Creo, es mi creencia tambi¨¦n como la de Carlos, que el lenguaje existe no s¨®lo para que lo dialoguemos con los otros, sino para que lo pensemos, lo reflexionemos, lo reflejemos en el espejo de nuestra ya sonora soledad. Un espejo, que como el texto del fil¨®sofo griego, es una suma de sensaci¨®n y memoria. Una experiencia, pues, que como un filtro singular y exquisito, tamiza nuestro tiempo, nuestra peque?a historia personal y la levanta, en la universalizaci¨®n de cada compromiso con la existencia, a los niveles de la amistad y de la forma m¨¢s sutil y generosa de la concordia.
Porque, como dec¨ªa otro, ya no tan viejo, fil¨®sofo, 'el lenguaje nos habla' y no precisamente porque las palabras se dirijan a nosotros, sino porque nos convierten en habla, nos 'hacen' habla, nos disuelven en su habla, nos trasforma en pura sonoridad, en pura significatividad. Esas significaciones y la delicada y brillante urdimbre en que se anudan muestran, en el caso de Carlos Fuentes, en su sinceridad y luminosidad, el inequ¨ªvoco rostro de su mente. Una mente que no suena ya tras la voz de sus personajes, sino que es ¨¦l mismo el personaje de esas palabras que le eligieron, para que se comprometiera con ellas en un magn¨ªfico ejemplo de sinceridad y de coherencia.
Fragmento de las palabras pronunciadas en la presentaci¨®n del libro de Carlos Fuentes En esto creo (Seix Barral) en Madrid.
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