Las musas se le negaban a Malraux
Malraux trabajaba en sus manuscritos con tintas azul y roja. Utilizaba notas a veces garabateadas en mapas. Por ejemplo, las anotaciones en un mapa con ocasi¨®n de la batalla de Brihuega, en la provincia de Guadalajara, al nordeste de Madrid, que termin¨® en desastre para las tropas italianas, que dejaron unos 3.000 muertos y 800 prisioneros en el terreno. Los republicanos contaron casi 2.000 muertos y 400 prisioneros. Anotaciones de Malraux:
'Macarronis abren fuego.
'Civiles en los s¨®tanos.
'Hombres llevados....
'... Fase II -no hay nieve.
Dos d¨ªas m¨¢s tarde, despu¨¦s acci¨®n contra Ibarra.
'Prep. aviaci¨®n, artiller¨ªa.
'Garibaldi y franco-belga contra Ibarra.
'1 Dombroski .
'2 (a 1 kil¨®metro al menos) Garibaldi y Madrid.
Andr¨¦ Malraux. Una vida.
Olivier Todd. 'Andr¨¦ Malraux. Una vida'. Tiempo de Memoria. Tusquets Editores.
Los partidos comunistas constitu¨ªan un bloque. A modo de contrapeso, Malraux escribi¨® que no se hace la guerra ni una buena pol¨ªtica con una moral, humanista sin duda, pero tampoco se hace sin ella
Andr¨¦ Malraux hab¨ªa descubierto en el avi¨®n de guerra un s¨ªmbolo del siglo XX. Gracias al avi¨®n, el tiempo y el espacio se modifican, y tambi¨¦n la vida de civiles y militares
'3 Campesino marcha
sobre Aorca.
'4 los carabineros de Alcaruda en la cota 940.
'1:40 horas -bomba- artiller¨ªa'.
'2:10 horas -aviaci¨®n- salida Dombroski....
'3 bombardeadas toda la noche.
'6 horas las alturas en torno a Bnihuega son tomadas...
'La v¨ªspera del ataque de B. trae vino caliente.
'En plena noche Campesino se ha equivocado de carretera, llega ante Brihuega y da la orden de avanzar sobre Horca.
'La 70 (Mura) llega tarde, recoge el material en lugar de los prisioneros. Marchando sobre Cara Arriba.
'Brihuega sitiada -todos los de Brihuega van del kil¨®metro 80 al 96.
'Tomada hacia las 7 de la tarde.
'Entrada a las 10 de la ma?ana.
Trazos con l¨¢piz rojo
En aquel mapa, Malraux marc¨® trazos decididos con l¨¢piz rojo. Su escritura y sus reescrituras, sus tachones y sus recuperaciones cubr¨ªan hojas de todos los tama?os. No escrib¨ªa de un tir¨®n, no ten¨ªa la asombrosa facilidad de alguien como Arag¨®n. Malraux sobrecargaba sus versiones mecanografiadas, modelaba su manuscrito como un alfarero modela la arcilla y da forma a una vasija, como un pintor prepara un collage. A menudo pasaba de la primera a la tercera persona, 'yo soy los otros de mi campamento', y a la inversa. En algunos esbozos de la novela comenzada en Estados Unidos -el papel de cartas de los hoteles y sobre todo el del Pensilvania dan fe de ello- lleg¨® a sustituir el nombre 'Garc¨ªa', tachado, por el de 'Malraux', no dudando en introducirse en la escena. Aprovech¨® el viaje de regreso de Estados Unidos a bordo del S / S / Normandie -el papel con membrete del nav¨ªo de la Compa?¨ªa General Transatl¨¢ntica lo prueba- para dar a su novela un buen empuj¨®n. Para ¨¦l, viajar por mar se transformaba en un ritual. El aislamiento de un nav¨ªo le inspiraba, le liberaba. Permanec¨ªa inm¨®vil, trabajando en el sal¨®n o en su camarote. Mientras tanto el buque se mov¨ªa. Huir¨ªa de Par¨ªs y de Clara, de los apartamentos amueblados y de los hoteles del distrito 16. En la calma de un chalet alquilado en Vernet-Les Bains, cerca de Saint-Martin-du-Canigou, no muy lejos de Perpi?¨¢n y de los Pirineos, Malraux redact¨® 50 cap¨ªtulos, es decir 150 escenas o secuencias. Se levantaba tarde, trabajaba sin desmayo, a menudo de noche, com¨ªa y beb¨ªa mucho, pastis y vino blanco. Sufr¨ªa para escribir, pero no de lo que los ingleses llaman el calambre o el bloqueo del escritor. Su tema, la guerra de Espa?a, estaba lejos porque escrib¨ªa, cerca porque el conflicto continuaba al otro lado de los Pirineos, a no mucha distancia del lugar donde resid¨ªa. Un objeto le cautiv¨®: despu¨¦s del avi¨®n civil tur¨ªstico en Oriente Pr¨®ximo, Malraux hab¨ªa descubierto en el avi¨®n de guerra un s¨ªmbolo del siglo XX. Gracias al avi¨®n, el tiempo y el espacio se modifican, y tambi¨¦n la vida de civiles y militares. La realidad y el mito consustancial del avi¨®n y los aviadores se hab¨ªan impuesto en Francia 10 a?os antes, con Saint-Exup¨¦ry. Malraux evit¨® los aspectos caballerescos del aire, Guynemer contra determinado as alem¨¢n. Mostr¨® que una tripulaci¨®n de siete hombres se siente a¨²n m¨¢s unida, solidaria y fraternal que un grupo de combate en la Infanter¨ªa. La novela, titulada La esperanza -Malraux ten¨ªa instinto para los buenos t¨ªtulos-, pon¨ªa hombro con hombro a pilotos y mec¨¢nicos, a intelectuales y proletarios.
El trabajo de purificaci¨®n, de depuraci¨®n del texto fue ante todo literario, t¨¦cnico, pero tambi¨¦n tuvo una dimensi¨®n pol¨ªtica. Una l¨ªnea escrita antes de sumergirse en la novela: 'El optimismo de los mitos (comunismo y muchos otros) casa muy bien con el pesimismo de los m¨¦todos'. No hab¨ªa un ut¨®pico en ¨¦l: Malraux, ante s¨ª mismo, no cre¨ªa en un fin milenarista de la historia, estereotipo del pensamiento marxista. Para su versi¨®n definitiva de La esperanza, constataci¨®n l¨²cida y retractaci¨®n -los lectores no lo ver¨¢n-, Malraux cort¨® escenas en las que se trataba del comunismo en la URSS, de los procesos recientes, de las desapariciones en Mosc¨². En sus notas para La esperanza hay observaciones sobre Espa?a: 'Adem¨¢s, el terror no llega a todo el mundo. S¨®lo a algunas categor¨ªas'. Malraux, sumergido en su novela, al corriente de las actividades del NKVD, del grupo de informaci¨®n, segu¨ªa y permanecer¨ªa en la retaguardia en lo relativo a la suerte de miles de no comunistas del lado leal a la Rep¨²blica. Ni una palabra p¨²blica de condena de la legislaci¨®n que pon¨ªa fuera de la ley al POUM; nada contra la supresi¨®n de su peri¨®dico, La Batalla. Ni una protesta tampoco de Malraux cuando Gide, Fran?ois Mauriac y Roger Martin du Gard telegrafiaron a Juan Negr¨ªn [presidente del Consejo de Ministros] para pedir garant¨ªas jur¨ªdicas con ocasi¨®n del proceso del POUM. En el trabajo de preparaci¨®n de su novela, Malraux parec¨ªa sin embargo cercano a los anarquistas: 'En ellos, siempre en primer plano, esa noci¨®n de fraternidad...'. Se trataba de los anarquistas de la FAI. La palabra 'fraternidad' se repet¨ªa en el libro de principio a fin.
Dignidad y humillaci¨®n
En La condici¨®n humana, la dignidad era lo contrario de la humillaci¨®n. Ahora, un h¨¦roe de La esperanza proclamaba con la misma fuerza que 'lo contrario de ser vejado es la fraternidad'. Pero, y Malraux lo sab¨ªa, un ej¨¦rcito eficaz no se basa en la fraternidad. En su novela se olvid¨® de plantear una pregunta: la guerra civil entre los comunistas y los anarquistas dentro de la guerra civil contra los franquistas y sus aliados, ?no contribu¨ªa a debilitar a los gubernamentales?
Malraux se aten¨ªa a su unidad de lugar, Espa?a. En cuanto al tiempo, La esperanza se desarrollaba en ocho meses: comenzaba la noche del 18 al 19 de julio de 1936, en los albores de la guerra civil, y terminaba entre el 18 y el 20 de marzo de 1937, al final de la batalla de Guadalajara, ¨¦xito aparente de los leales a la Rep¨²blica. No parec¨ªa entonces que toda esperanza estuviera perdida, puesto que una brigada del ej¨¦rcito gubernamental arrollaba a los franquistas y llegaba al kil¨®metro 95 de la carretera Madrid-Zaragoza. De ah¨ª, el t¨ªtulo del libro, La esperanza. 'La fuerza m¨¢s grande de la revoluci¨®n es la esperanza', afirmaba Guernico. En la novela, esa esperanza parec¨ªa independiente del ¨¦xito o el fracaso; sobreviv¨ªa a la adversidad. Malraux, novelista del absurdo en La condici¨®n humana, se convert¨ªa en el recitador de la esperanza, lo contrario del absurdo.
Malraux no creaba a partir del acontecimiento en caliente, como un periodista competente, sino que trabajaba materiales candentes, brasas, pues los acontecimientos de su novela se hab¨ªan desarrollado unos meses antes de la redacci¨®n, mientras que en Los conquistadores o El camino real hab¨ªa guardado las distancias temporales, y la primera de estas obras se hab¨ªa tomado algunas libertades respecto a la historia.
En La esperanza ofrec¨ªa una obra sincopada, poco cl¨¢sica hasta en sus proporciones: 223 p¨¢ginas la primera parte, La ilusi¨®n l¨ªrica; 103 p¨¢ginas, la segunda, El Manzanares, y como si le faltase el tiempo, 75 p¨¢ginas la ¨²ltima que, sin embargo, llevaba por t¨ªtulo el del libro, La esperanza. El relato es apasionante, lleno de sacudidas, sobresaltos, ruidos, repleto de personajes, pero siempre controlado, pese a algunos defectos, como la velocidad a veces excesiva. ?Qu¨¦ diamante no revela defectos bajo la lupa? Atrapado por las 20 primeras p¨¢ginas, el lector contin¨²a jadeando con el autor hasta el final. Se trata tambi¨¦n de una novela de aventuras militares. Malraux juega con sus cap¨ªtulos-escenas como si fueran naipes. Duda, coloca los cuadros pesimistas de los aviadores heridos o muertos bajando de la monta?a con su cortejo de campesinos antes del final l¨ªrico del libro. La esperanza hierve, palabra que se repite en la novela. Las ¨²ltimas p¨¢ginas parecen casi pastorales. En el l¨ªmite de lo veros¨ªmil, Manuel, sobre el fondo del avance de los camiones en marcha hacia una victoria republicana, encuentra un disco de Beethoven, Los adioses. Sonata para piano n¨²mero 26, m¨¢s bien alegre: la esperanza no pod¨ªa ser negra. Manuel-Malraux se yergue con la ¨²ltima frase aliterativa del libro, y lo imaginamos levantando el pu?o: 'Sent¨ªa en ¨¦l esa presencia mezclada con el sonido de los arroyos y los pasos de los prisioneros, permanente y profunda como el latido de su coraz¨®n'. Aquella m¨²sica y los camiones a lo lejos respond¨ªan al 'estr¨¦pito de los camiones' del comienzo de la novela. Cayendo sobre el latido del coraz¨®n de Manuel, poco despu¨¦s del fragmento cantor del fon¨®grafo y su m¨²sica, ?pensaba Malraux en el fin de su ¨²ltima y bastante reciente obra de ficci¨®n, El tiempo del desprecio? All¨ª, Kassner, hom¨®logo comunista de Manuel, recreaba la m¨²sica de la que hab¨ªa 'intentado' servirse para aguantar en la c¨¢rcel. Despu¨¦s de reunirse con su mujer, Kassner se sent¨ªa m¨¢s libre aunque dentro de la derrota general de los comunistas alemanes. Libre, Manuel percib¨ªa la victoria republicana en el horizonte. Otro latido. Despu¨¦s de El tiempo del desprecio, tentativa un tanto fallida, La esperanza fue un ¨¦xito.
Incrustarse en la historia
Distinguiendo entre pol¨ªtica y literatura, y olvidando sus divergencias pol¨ªticas, Gide dijo a Malraux: 'No ha escrito usted nada mejor; ni siquiera tan bueno. Como si no le costara esfuerzo, alcanza una ¨¦pica de sencilla grandeza. Los acontecimientos le han ayudado mucho, sin duda'. ?Ayudado? M¨¢s a¨²n, Malraux se incrustaba en la historia. Gide, a quien no le gustaba la historia, estimaba tambi¨¦n que La esperanza aclaraba ciertas conversaciones que 'segu¨ªan siendo bastante oscuras' o 'explican un poco la posici¨®n que (Malraux) ha tomado'. Se trataba de la trama abstracta de la novela con sus hilos pol¨ªticos en segundo plano. Justificada o no, verdadera o falsa, la voluntad de probar no destru¨ªa la obra de arte como a veces suced¨ªa en El tiempo del desprecio. El marxismo aparec¨ªa o flotaba, aqu¨ª y all¨¢, nunca did¨¢ctico ni antinovelesco. Malraux elud¨ªa los temas y las expresiones que matan una novela: el partido de los trabajadores, el determinismo hist¨®rico, la dictadura del proletariado, siniestra forma moderna de jacobinismo, la historia como ciencia... En cambio, algunas salidas de sus personajes daban con sutil prudencia el tono de sus convicciones o m¨¢s bien de sus emociones pol¨ªticas en 1937: 'Cuando un comunista habla en una asamblea, pone el pu?o encima de la mesa. Cuando un fascista habla... pone los pies encima de la mesa. Cuando un dem¨®crata -americano, ingl¨¦s, franc¨¦s- habla... se rasca la nuca y se hace preguntas'. Malraux hab¨ªa comprobado en Espa?a que 'los comunistas han ayudado a los comunistas e incluso a la democracia espa?ola; los fascistas han sostenido a los fascistas, las democracias no han ayudado a los dem¨®cratas'. ?Por qu¨¦?
Perspicaz, el escritor Malraux escrib¨ªa:
'Nosotros, los dem¨®cratas, creemos en todo salvo en nosotros mismos. Si un Estado fascista o comunista dispusiera de la fuerza conjunta de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, estar¨ªamos aterrorizados. Pero como es 'nuestra' fuerza, no creemos en ella. Sepamos lo que queremos. O digamos a los fascistas: fuera de aqu¨ª, y si no, os las tendr¨¦is que ver con nosotros. Y al d¨ªa siguiente digamos la misma frase a los comunistas, si es necesario'.
El autor no est¨¢ alineado, como lo estaban poco antes el 'coronel' o el conferenciante durante su periplo norteamericano. Escritor dotado, escapaba de la pol¨ªtica refugi¨¢ndose en su interior. Precavido y clarividente, guardaba las distancias con respecto a la l¨ªnea estalinista, dando la palabra a personajes de varias corrientes. Un combatiente de La esperanza dice, sin embargo: 'La servidumbre econ¨®mica es pesada, pero si queremos acabar con ella estamos obligados a reforzar la servidumbre pol¨ªtica o militar, o religiosa, o policial; entonces qu¨¦ m¨¢s da'. Y Malraux se repet¨ªa 60 p¨¢ginas m¨¢s adelante: 'Y si, para liberarlos econ¨®micamente (a los obreros), deb¨¦is construir un Estado que los esclavice pol¨ªticamente (...)'. No se podr¨¢ reprocharle demasiados olvidos. De nuevo, el periodista Shade, dirigi¨¦ndose a un sovi¨¦tico: -En tu pa¨ªs, adem¨¢s... todo el mundo comienza a d¨¢rselas de sabihondo. Por eso no soy comunista. El Negus (anarquista) me parece un poco bobo, pero me cae bien.
Amigos equivocados
El Negus en cuesti¨®n les dijo a los comunistas que se los 'traga el partido. Se os traga la disciplina, se os traga la complicidad: con el que no es de los vuestros, no ten¨¦is decencia, ni deberes, ni nada'. Para explicarse acerca de su posici¨®n procomunista en La esperanza, Malraux escribi¨® dos veces que 'lo dif¨ªcil no es estar con los amigos cuando tienen raz¨®n, sino cuando est¨¢n equivocados'.
Malraux se transparentaba a trav¨¦s de sus h¨¦roes. Uno de ellos, que se le pegaba a la piel sin reflejarlo (Magnin, Malraux), afirma: 'Estaba a la izquierda porque estaba a la izquierda'. Esta tautolog¨ªa, m¨¢s estremecedora que demostrativa, describ¨ªa al Malraux de antes de la guerra civil y al Malraux de la Espa?a combatiente. Magnin-Malraux prosigue: 'Y adem¨¢s se han anudado entre la izquierda y yo toda clase de lazos, de fidelidades; he comprendido lo que quer¨ªan, los he ayudado a hacerlo y he estado m¨¢s y m¨¢s cerca de ellos cuanto m¨¢s han querido imped¨ªrselo'. Resumen sinuoso de su compa?erismo entre Par¨ªs y Mosc¨² desde 1934 hasta 1936: Magnin se alista primero por sensibilidad, m¨¢s que como consecuencia de razonamientos. Dice lo que no es: ni comunista ni socialista. Pertenecer¨ªa moralmente a la 'izquierda revolucionaria'. Magnin, en ese punto, se aparta del Malraux hombre, pero vuelve a acercarse a ¨¦l, y con ¨¦l a los comunistas, para afirmar que una disciplina revolucionaria estricta debe prevalecer sobre la fraternidad. La impresi¨®n de conjunto, en aquel entonces, segu¨ªa siendo que Malraux tomaba partido por el partido comunista.
Diferentes comunismos
Al escribir, Malraux aclaraba sus posiciones pol¨ªticas con todas las justificaciones humanas, las coartadas creadoras del novelista, oponiendo a sus personajes entre s¨ª. Impl¨ªcitamente distingu¨ªa entre comunismo totalitario y comunistas. Pero un personaje, Enrique -a quien Malraux dibuj¨® peor que a otros-, comisario de la formaci¨®n de elite comunista Quinto Regimiento, observaba: 'Actuar con el partido es actuar con ¨¦l sin reservas. El Partido es un bloque'. Los partidos comunistas constitu¨ªan un bloque, el de Mosc¨² y Stalin. A modo de contrapeso, Malraux escribi¨® que no se hace la guerra ni una buena pol¨ªtica con una moral, humanista sin duda, pero tampoco se hace sin ella. En el Juicio Final malrauxiano, los comunistas presentaban m¨¢s caracter¨ªsticas positivas que negativas. De septiembre de 1936 a mayo de 1937, bajo la direcci¨®n gubernamental de Largo Caballero, el poder de los comunistas en Espa?a se hab¨ªa vuelto cada vez m¨¢s evidente. M¨¢s all¨¢ de todas sus simpat¨ªas, tiernas o crueles, de novelista, Malraux, como Magnin, no era comunista sino comunistoide, t¨¦rmino empleado por entonces por los adversarios del partido.
Por suerte para los lectores, los problemas te¨®ricos y pr¨¢cticos de los comunistas se integraban en la intriga de La Esperanza sin la asfixiante pesadez de las novelas de tesis demasiado lastradas. Primaban ante todo los 60 personajes y otros temas, m¨¢s eternos, la guerra y la muerte. Malraux necesitaba tiempo libre, distancia para construir lo que se convirti¨® en una novela de aventuras pol¨ªticas, como en La condici¨®n humana, y psicol¨®gicas, como en Los conquistadores, pero m¨¢s convincente y realista que esas novelas. Hipnotizado por las ideolog¨ªas antagonistas, el escritor parec¨ªa en su texto menos sensible al salvajismo de la guerra de Espa?a que Hemingway, su competidor, que escribi¨® una novela muy diferente sobre el mismo tema, pero a¨²n m¨¢s famosa en todo el mundo, Por qui¨¦n doblan las campanas. (?Doblan por ti, dem¨®crata!).
'Son maravillosos cuando son buenos...', exclamaba Jordan Hemingway hablando de los espa?oles; 'no hay ning¨²n pueblo como el suyo cuando son buenos, y cuando se vuelven malos, ning¨²n pueblo es peor'. Malraux, partisano y militante, pon¨ªa el acento en la 'barbarie fascista', pasando casi por alto los excesos en el campo republicano. (...)
Malraux trabajaba en sus manuscritos con tintas azul y roja. Utilizaba notas a veces garabateadas en mapas. Por ejemplo, las anotaciones en un mapa con ocasi¨®n de la batalla de Brihuega, en la provincia de Guadalajara, al nordeste de Madrid, que termin¨® en desastre para las tropas italianas, que dejaron unos 3.000 muertos y 800 prisioneros en el terreno. Los republicanos contaron casi 2.000 muertos y 400 prisioneros. Anotaciones de Malraux:
'Macarronis abren fuego.
'Civiles en los s¨®tanos.
'Hombres llevados....
'... Fase II -no hay nieve.
Dos d¨ªas m¨¢s tarde, despu¨¦s acci¨®n contra Ibarra.
'Prep. aviaci¨®n, artiller¨ªa.
'Garibaldi y franco-belga contra Ibarra.
'1 Dombroski .
'2 (a 1 kil¨®metro al menos) Garibaldi y Madrid.
'3 Campesino marcha
sobre Aorca.
'4 los carabineros de Alcaruda en la cota 940.
'1:40 horas -bomba- artiller¨ªa'.
'2:10 horas -aviaci¨®n- salida Dombroski....
'3 bombardeadas toda la noche.
'6 horas las alturas en torno a Bnihuega son tomadas...
'La v¨ªspera del ataque de B. trae vino caliente.
'En plena noche Campesino se ha equivocado de carretera, llega ante Brihuega y da la orden de avanzar sobre Horca.
'La 70 (Mura) llega tarde, recoge el material en lugar de los prisioneros. Marchando sobre Cara Arriba.
'Brihuega sitiada -todos los de Brihuega van del kil¨®metro 80 al 96.
'Tomada hacia las 7 de la tarde.
'Entrada a las 10 de la ma?ana.
Trazos con l¨¢piz rojo
En aquel mapa, Malraux marc¨® trazos decididos con l¨¢piz rojo. Su escritura y sus reescrituras, sus tachones y sus recuperaciones cubr¨ªan hojas de todos los tama?os. No escrib¨ªa de un tir¨®n, no ten¨ªa la asombrosa facilidad de alguien como Arag¨®n. Malraux sobrecargaba sus versiones mecanografiadas, modelaba su manuscrito como un alfarero modela la arcilla y da forma a una vasija, como un pintor prepara un collage. A menudo pasaba de la primera a la tercera persona, 'yo soy los otros de mi campamento', y a la inversa. En algunos esbozos de la novela comenzada en Estados Unidos -el papel de cartas de los hoteles y sobre todo el del Pensilvania dan fe de ello- lleg¨® a sustituir el nombre 'Garc¨ªa', tachado, por el de 'Malraux', no dudando en introducirse en la escena. Aprovech¨® el viaje de regreso de Estados Unidos a bordo del S / S / Normandie -el papel con membrete del nav¨ªo de la Compa?¨ªa General Transatl¨¢ntica lo prueba- para dar a su novela un buen empuj¨®n. Para ¨¦l, viajar por mar se transformaba en un ritual. El aislamiento de un nav¨ªo le inspiraba, le liberaba. Permanec¨ªa inm¨®vil, trabajando en el sal¨®n o en su camarote. Mientras tanto el buque se mov¨ªa. Huir¨ªa de Par¨ªs y de Clara, de los apartamentos amueblados y de los hoteles del distrito 16. En la calma de un chalet alquilado en Vernet-Les Bains, cerca de Saint-Martin-du-Canigou, no muy lejos de Perpi?¨¢n y de los Pirineos, Malraux redact¨® 50 cap¨ªtulos, es decir 150 escenas o secuencias. Se levantaba tarde, trabajaba sin desmayo, a menudo de noche, com¨ªa y beb¨ªa mucho, pastis y vino blanco. Sufr¨ªa para escribir, pero no de lo que los ingleses llaman el calambre o el bloqueo del escritor. Su tema, la guerra de Espa?a, estaba lejos porque escrib¨ªa, cerca porque el conflicto continuaba al otro lado de los Pirineos, a no mucha distancia del lugar donde resid¨ªa. Un objeto le cautiv¨®: despu¨¦s del avi¨®n civil tur¨ªstico en Oriente Pr¨®ximo, Malraux hab¨ªa descubierto en el avi¨®n de guerra un s¨ªmbolo del siglo XX. Gracias al avi¨®n, el tiempo y el espacio se modifican, y tambi¨¦n la vida de civiles y militares. La realidad y el mito consustancial del avi¨®n y los aviadores se hab¨ªan impuesto en Francia 10 a?os antes, con Saint-Exup¨¦ry. Malraux evit¨® los aspectos caballerescos del aire, Guynemer contra determinado as alem¨¢n. Mostr¨® que una tripulaci¨®n de siete hombres se siente a¨²n m¨¢s unida, solidaria y fraternal que un grupo de combate en la Infanter¨ªa. La novela, titulada La esperanza -Malraux ten¨ªa instinto para los buenos t¨ªtulos-, pon¨ªa hombro con hombro a pilotos y mec¨¢nicos, a intelectuales y proletarios.
El trabajo de purificaci¨®n, de depuraci¨®n del texto fue ante todo literario, t¨¦cnico, pero tambi¨¦n tuvo una dimensi¨®n pol¨ªtica. Una l¨ªnea escrita antes de sumergirse en la novela: 'El optimismo de los mitos (comunismo y muchos otros) casa muy bien con el pesimismo de los m¨¦todos'. No hab¨ªa un ut¨®pico en ¨¦l: Malraux, ante s¨ª mismo, no cre¨ªa en un fin milenarista de la historia, estereotipo del pensamiento marxista. Para su versi¨®n definitiva de La esperanza, constataci¨®n l¨²cida y retractaci¨®n -los lectores no lo ver¨¢n-, Malraux cort¨® escenas en las que se trataba del comunismo en la URSS, de los procesos recientes, de las desapariciones en Mosc¨². En sus notas para La esperanza hay observaciones sobre Espa?a: 'Adem¨¢s, el terror no llega a todo el mundo. S¨®lo a algunas categor¨ªas'. Malraux, sumergido en su novela, al corriente de las actividades del NKVD, del grupo de informaci¨®n, segu¨ªa y permanecer¨ªa en la retaguardia en lo relativo a la suerte de miles de no comunistas del lado leal a la Rep¨²blica. Ni una palabra p¨²blica de condena de la legislaci¨®n que pon¨ªa fuera de la ley al POUM; nada contra la supresi¨®n de su peri¨®dico, La Batalla. Ni una protesta tampoco de Malraux cuando Gide, Fran?ois Mauriac y Roger Martin du Gard telegrafiaron a Juan Negr¨ªn [presidente del Consejo de Ministros] para pedir garant¨ªas jur¨ªdicas con ocasi¨®n del proceso del POUM. En el trabajo de preparaci¨®n de su novela, Malraux parec¨ªa sin embargo cercano a los anarquistas: 'En ellos, siempre en primer plano, esa noci¨®n de fraternidad...'. Se trataba de los anarquistas de la FAI. La palabra 'fraternidad' se repet¨ªa en el libro de principio a fin.
Dignidad y humillaci¨®n
En La condici¨®n humana, la dignidad era lo contrario de la humillaci¨®n. Ahora, un h¨¦roe de La esperanza proclamaba con la misma fuerza que 'lo contrario de ser vejado es la fraternidad'. Pero, y Malraux lo sab¨ªa, un ej¨¦rcito eficaz no se basa en la fraternidad. En su novela se olvid¨® de plantear una pregunta: la guerra civil entre los comunistas y los anarquistas dentro de la guerra civil contra los franquistas y sus aliados, ?no contribu¨ªa a debilitar a los gubernamentales?
Malraux se aten¨ªa a su unidad de lugar, Espa?a. En cuanto al tiempo, La esperanza se desarrollaba en ocho meses: comenzaba la noche del 18 al 19 de julio de 1936, en los albores de la guerra civil, y terminaba entre el 18 y el 20 de marzo de 1937, al final de la batalla de Guadalajara, ¨¦xito aparente de los leales a la Rep¨²blica. No parec¨ªa entonces que toda esperanza estuviera perdida, puesto que una brigada del ej¨¦rcito gubernamental arrollaba a los franquistas y llegaba al kil¨®metro 95 de la carretera Madrid-Zaragoza. De ah¨ª, el t¨ªtulo del libro, La esperanza. 'La fuerza m¨¢s grande de la revoluci¨®n es la esperanza', afirmaba Guernico. En la novela, esa esperanza parec¨ªa independiente del ¨¦xito o el fracaso; sobreviv¨ªa a la adversidad. Malraux, novelista del absurdo en La condici¨®n humana, se convert¨ªa en el recitador de la esperanza, lo contrario del absurdo.
Malraux no creaba a partir del acontecimiento en caliente, como un periodista competente, sino que trabajaba materiales candentes, brasas, pues los acontecimientos de su novela se hab¨ªan desarrollado unos meses antes de la redacci¨®n, mientras que en Los conquistadores o El camino real hab¨ªa guardado las distancias temporales, y la primera de estas obras se hab¨ªa tomado algunas libertades respecto a la historia.
En La esperanza ofrec¨ªa una obra sincopada, poco cl¨¢sica hasta en sus proporciones: 223 p¨¢ginas la primera parte, La ilusi¨®n l¨ªrica; 103 p¨¢ginas, la segunda, El Manzanares, y como si le faltase el tiempo, 75 p¨¢ginas la ¨²ltima que, sin embargo, llevaba por t¨ªtulo el del libro, La esperanza. El relato es apasionante, lleno de sacudidas, sobresaltos, ruidos, repleto de personajes, pero siempre controlado, pese a algunos defectos, como la velocidad a veces excesiva. ?Qu¨¦ diamante no revela defectos bajo la lupa? Atrapado por las 20 primeras p¨¢ginas, el lector contin¨²a jadeando con el autor hasta el final. Se trata tambi¨¦n de una novela de aventuras militares. Malraux juega con sus cap¨ªtulos-escenas como si fueran naipes. Duda, coloca los cuadros pesimistas de los aviadores heridos o muertos bajando de la monta?a con su cortejo de campesinos antes del final l¨ªrico del libro. La esperanza hierve, palabra que se repite en la novela. Las ¨²ltimas p¨¢ginas parecen casi pastorales. En el l¨ªmite de lo veros¨ªmil, Manuel, sobre el fondo del avance de los camiones en marcha hacia una victoria republicana, encuentra un disco de Beethoven, Los adioses. Sonata para piano n¨²mero 26, m¨¢s bien alegre: la esperanza no pod¨ªa ser negra. Manuel-Malraux se yergue con la ¨²ltima frase aliterativa del libro, y lo imaginamos levantando el pu?o: 'Sent¨ªa en ¨¦l esa presencia mezclada con el sonido de los arroyos y los pasos de los prisioneros, permanente y profunda como el latido de su coraz¨®n'. Aquella m¨²sica y los camiones a lo lejos respond¨ªan al 'estr¨¦pito de los camiones' del comienzo de la novela. Cayendo sobre el latido del coraz¨®n de Manuel, poco despu¨¦s del fragmento cantor del fon¨®grafo y su m¨²sica, ?pensaba Malraux en el fin de su ¨²ltima y bastante reciente obra de ficci¨®n, El tiempo del desprecio? All¨ª, Kassner, hom¨®logo comunista de Manuel, recreaba la m¨²sica de la que hab¨ªa 'intentado' servirse para aguantar en la c¨¢rcel. Despu¨¦s de reunirse con su mujer, Kassner se sent¨ªa m¨¢s libre aunque dentro de la derrota general de los comunistas alemanes. Libre, Manuel percib¨ªa la victoria republicana en el horizonte. Otro latido. Despu¨¦s de El tiempo del desprecio, tentativa un tanto fallida, La esperanza fue un ¨¦xito.
Incrustarse en la historia
Distinguiendo entre pol¨ªtica y literatura, y olvidando sus divergencias pol¨ªticas, Gide dijo a Malraux: 'No ha escrito usted nada mejor; ni siquiera tan bueno. Como si no le costara esfuerzo, alcanza una ¨¦pica de sencilla grandeza. Los acontecimientos le han ayudado mucho, sin duda'. ?Ayudado? M¨¢s a¨²n, Malraux se incrustaba en la historia. Gide, a quien no le gustaba la historia, estimaba tambi¨¦n que La esperanza aclaraba ciertas conversaciones que 'segu¨ªan siendo bastante oscuras' o 'explican un poco la posici¨®n que (Malraux) ha tomado'. Se trataba de la trama abstracta de la novela con sus hilos pol¨ªticos en segundo plano. Justificada o no, verdadera o falsa, la voluntad de probar no destru¨ªa la obra de arte como a veces suced¨ªa en El tiempo del desprecio. El marxismo aparec¨ªa o flotaba, aqu¨ª y all¨¢, nunca did¨¢ctico ni antinovelesco. Malraux elud¨ªa los temas y las expresiones que matan una novela: el partido de los trabajadores, el determinismo hist¨®rico, la dictadura del proletariado, siniestra forma moderna de jacobinismo, la historia como ciencia... En cambio, algunas salidas de sus personajes daban con sutil prudencia el tono de sus convicciones o m¨¢s bien de sus emociones pol¨ªticas en 1937: 'Cuando un comunista habla en una asamblea, pone el pu?o encima de la mesa. Cuando un fascista habla... pone los pies encima de la mesa. Cuando un dem¨®crata -americano, ingl¨¦s, franc¨¦s- habla... se rasca la nuca y se hace preguntas'. Malraux hab¨ªa comprobado en Espa?a que 'los comunistas han ayudado a los comunistas e incluso a la democracia espa?ola; los fascistas han sostenido a los fascistas, las democracias no han ayudado a los dem¨®cratas'. ?Por qu¨¦?
Perspicaz, el escritor Malraux escrib¨ªa:
'Nosotros, los dem¨®cratas, creemos en todo salvo en nosotros mismos. Si un Estado fascista o comunista dispusiera de la fuerza conjunta de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, estar¨ªamos aterrorizados. Pero como es 'nuestra' fuerza, no creemos en ella. Sepamos lo que queremos. O digamos a los fascistas: fuera de aqu¨ª, y si no, os las tendr¨¦is que ver con nosotros. Y al d¨ªa siguiente digamos la misma frase a los comunistas, si es necesario'.
El autor no est¨¢ alineado, como lo estaban poco antes el 'coronel' o el conferenciante durante su periplo norteamericano. Escritor dotado, escapaba de la pol¨ªtica refugi¨¢ndose en su interior. Precavido y clarividente, guardaba las distancias con respecto a la l¨ªnea estalinista, dando la palabra a personajes de varias corrientes. Un combatiente de La esperanza dice, sin embargo: 'La servidumbre econ¨®mica es pesada, pero si queremos acabar con ella estamos obligados a reforzar la servidumbre pol¨ªtica o militar, o religiosa, o policial; entonces qu¨¦ m¨¢s da'. Y Malraux se repet¨ªa 60 p¨¢ginas m¨¢s adelante: 'Y si, para liberarlos econ¨®micamente (a los obreros), deb¨¦is construir un Estado que los esclavice pol¨ªticamente (...)'. No se podr¨¢ reprocharle demasiados olvidos. De nuevo, el periodista Shade, dirigi¨¦ndose a un sovi¨¦tico: -En tu pa¨ªs, adem¨¢s... todo el mundo comienza a d¨¢rselas de sabihondo. Por eso no soy comunista. El Negus (anarquista) me parece un poco bobo, pero me cae bien.
Amigos equivocados
El Negus en cuesti¨®n les dijo a los comunistas que se los 'traga el partido. Se os traga la disciplina, se os traga la complicidad: con el que no es de los vuestros, no ten¨¦is decencia, ni deberes, ni nada'. Para explicarse acerca de su posici¨®n procomunista en La esperanza, Malraux escribi¨® dos veces que 'lo dif¨ªcil no es estar con los amigos cuando tienen raz¨®n, sino cuando est¨¢n equivocados'.
Malraux se transparentaba a trav¨¦s de sus h¨¦roes. Uno de ellos, que se le pegaba a la piel sin reflejarlo (Magnin, Malraux), afirma: 'Estaba a la izquierda porque estaba a la izquierda'. Esta tautolog¨ªa, m¨¢s estremecedora que demostrativa, describ¨ªa al Malraux de antes de la guerra civil y al Malraux de la Espa?a combatiente. Magnin-Malraux prosigue: 'Y adem¨¢s se han anudado entre la izquierda y yo toda clase de lazos, de fidelidades; he comprendido lo que quer¨ªan, los he ayudado a hacerlo y he estado m¨¢s y m¨¢s cerca de ellos cuanto m¨¢s han querido imped¨ªrselo'. Resumen sinuoso de su compa?erismo entre Par¨ªs y Mosc¨² desde 1934 hasta 1936: Magnin se alista primero por sensibilidad, m¨¢s que como consecuencia de razonamientos. Dice lo que no es: ni comunista ni socialista. Pertenecer¨ªa moralmente a la 'izquierda revolucionaria'. Magnin, en ese punto, se aparta del Malraux hombre, pero vuelve a acercarse a ¨¦l, y con ¨¦l a los comunistas, para afirmar que una disciplina revolucionaria estricta debe prevalecer sobre la fraternidad. La impresi¨®n de conjunto, en aquel entonces, segu¨ªa siendo que Malraux tomaba partido por el partido comunista.
Diferentes comunismos
Al escribir, Malraux aclaraba sus posiciones pol¨ªticas con todas las justificaciones humanas, las coartadas creadoras del novelista, oponiendo a sus personajes entre s¨ª. Impl¨ªcitamente distingu¨ªa entre comunismo totalitario y comunistas. Pero un personaje, Enrique -a quien Malraux dibuj¨® peor que a otros-, comisario de la formaci¨®n de elite comunista Quinto Regimiento, observaba: 'Actuar con el partido es actuar con ¨¦l sin reservas. El Partido es un bloque'. Los partidos comunistas constitu¨ªan un bloque, el de Mosc¨² y Stalin. A modo de contrapeso, Malraux escribi¨® que no se hace la guerra ni una buena pol¨ªtica con una moral, humanista sin duda, pero tampoco se hace sin ella. En el Juicio Final malrauxiano, los comunistas presentaban m¨¢s caracter¨ªsticas positivas que negativas. De septiembre de 1936 a mayo de 1937, bajo la direcci¨®n gubernamental de Largo Caballero, el poder de los comunistas en Espa?a se hab¨ªa vuelto cada vez m¨¢s evidente. M¨¢s all¨¢ de todas sus simpat¨ªas, tiernas o crueles, de novelista, Malraux, como Magnin, no era comunista sino comunistoide, t¨¦rmino empleado por entonces por los adversarios del partido.
Por suerte para los lectores, los problemas te¨®ricos y pr¨¢cticos de los comunistas se integraban en la intriga de La Esperanza sin la asfixiante pesadez de las novelas de tesis demasiado lastradas. Primaban ante todo los 60 personajes y otros temas, m¨¢s eternos, la guerra y la muerte. Malraux necesitaba tiempo libre, distancia para construir lo que se convirti¨® en una novela de aventuras pol¨ªticas, como en La condici¨®n humana, y psicol¨®gicas, como en Los conquistadores, pero m¨¢s convincente y realista que esas novelas. Hipnotizado por las ideolog¨ªas antagonistas, el escritor parec¨ªa en su texto menos sensible al salvajismo de la guerra de Espa?a que Hemingway, su competidor, que escribi¨® una novela muy diferente sobre el mismo tema, pero a¨²n m¨¢s famosa en todo el mundo, Por qui¨¦n doblan las campanas. (?Doblan por ti, dem¨®crata!).
'Son maravillosos cuando son buenos...', exclamaba Jordan Hemingway hablando de los espa?oles; 'no hay ning¨²n pueblo como el suyo cuando son buenos, y cuando se vuelven malos, ning¨²n pueblo es peor'. Malraux, partisano y militante, pon¨ªa el acento en la 'barbarie fascista', pasando casi por alto los excesos en el campo republicano. (...)
Malraux trabajaba en sus manuscritos con tintas azul y roja. Utilizaba notas a veces garabateadas en mapas. Por ejemplo, las anotaciones en un mapa con ocasi¨®n de la batalla de Brihuega, en la provincia de Guadalajara, al nordeste de Madrid, que termin¨® en desastre para las tropas italianas, que dejaron unos 3.000 muertos y 800 prisioneros en el terreno. Los republicanos contaron casi 2.000 muertos y 400 prisioneros. Anotaciones de Malraux:
'Macarronis abren fuego.
'Civiles en los s¨®tanos.
'Hombres llevados....
'... Fase II -no hay nieve.
Dos d¨ªas m¨¢s tarde, despu¨¦s acci¨®n contra Ibarra.
'Prep. aviaci¨®n, artiller¨ªa.
'Garibaldi y franco-belga contra Ibarra.
'1 Dombroski .
'2 (a 1 kil¨®metro al menos) Garibaldi y Madrid.
'3 Campesino marcha
sobre Aorca.
'4 los carabineros de Alcaruda en la cota 940.
'1:40 horas -bomba- artiller¨ªa'.
'2:10 horas -aviaci¨®n- salida Dombroski....
'3 bombardeadas toda la noche.
'6 horas las alturas en torno a Bnihuega son tomadas...
'La v¨ªspera del ataque de B. trae vino caliente.
'En plena noche Campesino se ha equivocado de carretera, llega ante Brihuega y da la orden de avanzar sobre Horca.
'La 70 (Mura) llega tarde, recoge el material en lugar de los prisioneros. Marchando sobre Cara Arriba.
'Brihuega sitiada -todos los de Brihuega van del kil¨®metro 80 al 96.
'Tomada hacia las 7 de la tarde.
'Entrada a las 10 de la ma?ana.
Trazos con l¨¢piz rojo
En aquel mapa, Malraux marc¨® trazos decididos con l¨¢piz rojo. Su escritura y sus reescrituras, sus tachones y sus recuperaciones cubr¨ªan hojas de todos los tama?os. No escrib¨ªa de un tir¨®n, no ten¨ªa la asombrosa facilidad de alguien como Arag¨®n. Malraux sobrecargaba sus versiones mecanografiadas, modelaba su manuscrito como un alfarero modela la arcilla y da forma a una vasija, como un pintor prepara un collage. A menudo pasaba de la primera a la tercera persona, 'yo soy los otros de mi campamento', y a la inversa. En algunos esbozos de la novela comenzada en Estados Unidos -el papel de cartas de los hoteles y sobre todo el del Pensilvania dan fe de ello- lleg¨® a sustituir el nombre 'Garc¨ªa', tachado, por el de 'Malraux', no dudando en introducirse en la escena. Aprovech¨® el viaje de regreso de Estados Unidos a bordo del S / S / Normandie -el papel con membrete del nav¨ªo de la Compa?¨ªa General Transatl¨¢ntica lo prueba- para dar a su novela un buen empuj¨®n. Para ¨¦l, viajar por mar se transformaba en un ritual. El aislamiento de un nav¨ªo le inspiraba, le liberaba. Permanec¨ªa inm¨®vil, trabajando en el sal¨®n o en su camarote. Mientras tanto el buque se mov¨ªa. Huir¨ªa de Par¨ªs y de Clara, de los apartamentos amueblados y de los hoteles del distrito 16. En la calma de un chalet alquilado en Vernet-Les Bains, cerca de Saint-Martin-du-Canigou, no muy lejos de Perpi?¨¢n y de los Pirineos, Malraux redact¨® 50 cap¨ªtulos, es decir 150 escenas o secuencias. Se levantaba tarde, trabajaba sin desmayo, a menudo de noche, com¨ªa y beb¨ªa mucho, pastis y vino blanco. Sufr¨ªa para escribir, pero no de lo que los ingleses llaman el calambre o el bloqueo del escritor. Su tema, la guerra de Espa?a, estaba lejos porque escrib¨ªa, cerca porque el conflicto continuaba al otro lado de los Pirineos, a no mucha distancia del lugar donde resid¨ªa. Un objeto le cautiv¨®: despu¨¦s del avi¨®n civil tur¨ªstico en Oriente Pr¨®ximo, Malraux hab¨ªa descubierto en el avi¨®n de guerra un s¨ªmbolo del siglo XX. Gracias al avi¨®n, el tiempo y el espacio se modifican, y tambi¨¦n la vida de civiles y militares. La realidad y el mito consustancial del avi¨®n y los aviadores se hab¨ªan impuesto en Francia 10 a?os antes, con Saint-Exup¨¦ry. Malraux evit¨® los aspectos caballerescos del aire, Guynemer contra determinado as alem¨¢n. Mostr¨® que una tripulaci¨®n de siete hombres se siente a¨²n m¨¢s unida, solidaria y fraternal que un grupo de combate en la Infanter¨ªa. La novela, titulada La esperanza -Malraux ten¨ªa instinto para los buenos t¨ªtulos-, pon¨ªa hombro con hombro a pilotos y mec¨¢nicos, a intelectuales y proletarios.
El trabajo de purificaci¨®n, de depuraci¨®n del texto fue ante todo literario, t¨¦cnico, pero tambi¨¦n tuvo una dimensi¨®n pol¨ªtica. Una l¨ªnea escrita antes de sumergirse en la novela: 'El optimismo de los mitos (comunismo y muchos otros) casa muy bien con el pesimismo de los m¨¦todos'. No hab¨ªa un ut¨®pico en ¨¦l: Malraux, ante s¨ª mismo, no cre¨ªa en un fin milenarista de la historia, estereotipo del pensamiento marxista. Para su versi¨®n definitiva de La esperanza, constataci¨®n l¨²cida y retractaci¨®n -los lectores no lo ver¨¢n-, Malraux cort¨® escenas en las que se trataba del comunismo en la URSS, de los procesos recientes, de las desapariciones en Mosc¨². En sus notas para La esperanza hay observaciones sobre Espa?a: 'Adem¨¢s, el terror no llega a todo el mundo. S¨®lo a algunas categor¨ªas'. Malraux, sumergido en su novela, al corriente de las actividades del NKVD, del grupo de informaci¨®n, segu¨ªa y permanecer¨ªa en la retaguardia en lo relativo a la suerte de miles de no comunistas del lado leal a la Rep¨²blica. Ni una palabra p¨²blica de condena de la legislaci¨®n que pon¨ªa fuera de la ley al POUM; nada contra la supresi¨®n de su peri¨®dico, La Batalla. Ni una protesta tampoco de Malraux cuando Gide, Fran?ois Mauriac y Roger Martin du Gard telegrafiaron a Juan Negr¨ªn [presidente del Consejo de Ministros] para pedir garant¨ªas jur¨ªdicas con ocasi¨®n del proceso del POUM. En el trabajo de preparaci¨®n de su novela, Malraux parec¨ªa sin embargo cercano a los anarquistas: 'En ellos, siempre en primer plano, esa noci¨®n de fraternidad...'. Se trataba de los anarquistas de la FAI. La palabra 'fraternidad' se repet¨ªa en el libro de principio a fin.
Dignidad y humillaci¨®n
En La condici¨®n humana, la dignidad era lo contrario de la humillaci¨®n. Ahora, un h¨¦roe de La esperanza proclamaba con la misma fuerza que 'lo contrario de ser vejado es la fraternidad'. Pero, y Malraux lo sab¨ªa, un ej¨¦rcito eficaz no se basa en la fraternidad. En su novela se olvid¨® de plantear una pregunta: la guerra civil entre los comunistas y los anarquistas dentro de la guerra civil contra los franquistas y sus aliados, ?no contribu¨ªa a debilitar a los gubernamentales?
Malraux se aten¨ªa a su unidad de lugar, Espa?a. En cuanto al tiempo, La esperanza se desarrollaba en ocho meses: comenzaba la noche del 18 al 19 de julio de 1936, en los albores de la guerra civil, y terminaba entre el 18 y el 20 de marzo de 1937, al final de la batalla de Guadalajara, ¨¦xito aparente de los leales a la Rep¨²blica. No parec¨ªa entonces que toda esperanza estuviera perdida, puesto que una brigada del ej¨¦rcito gubernamental arrollaba a los franquistas y llegaba al kil¨®metro 95 de la carretera Madrid-Zaragoza. De ah¨ª, el t¨ªtulo del libro, La esperanza. 'La fuerza m¨¢s grande de la revoluci¨®n es la esperanza', afirmaba Guernico. En la novela, esa esperanza parec¨ªa independiente del ¨¦xito o el fracaso; sobreviv¨ªa a la adversidad. Malraux, novelista del absurdo en La condici¨®n humana, se convert¨ªa en el recitador de la esperanza, lo contrario del absurdo.
Malraux no creaba a partir del acontecimiento en caliente, como un periodista competente, sino que trabajaba materiales candentes, brasas, pues los acontecimientos de su novela se hab¨ªan desarrollado unos meses antes de la redacci¨®n, mientras que en Los conquistadores o El camino real hab¨ªa guardado las distancias temporales, y la primera de estas obras se hab¨ªa tomado algunas libertades respecto a la historia.
En La esperanza ofrec¨ªa una obra sincopada, poco cl¨¢sica hasta en sus proporciones: 223 p¨¢ginas la primera parte, La ilusi¨®n l¨ªrica; 103 p¨¢ginas, la segunda, El Manzanares, y como si le faltase el tiempo, 75 p¨¢ginas la ¨²ltima que, sin embargo, llevaba por t¨ªtulo el del libro, La esperanza. El relato es apasionante, lleno de sacudidas, sobresaltos, ruidos, repleto de personajes, pero siempre controlado, pese a algunos defectos, como la velocidad a veces excesiva. ?Qu¨¦ diamante no revela defectos bajo la lupa? Atrapado por las 20 primeras p¨¢ginas, el lector contin¨²a jadeando con el autor hasta el final. Se trata tambi¨¦n de una novela de aventuras militares. Malraux juega con sus cap¨ªtulos-escenas como si fueran naipes. Duda, coloca los cuadros pesimistas de los aviadores heridos o muertos bajando de la monta?a con su cortejo de campesinos antes del final l¨ªrico del libro. La esperanza hierve, palabra que se repite en la novela. Las ¨²ltimas p¨¢ginas parecen casi pastorales. En el l¨ªmite de lo veros¨ªmil, Manuel, sobre el fondo del avance de los camiones en marcha hacia una victoria republicana, encuentra un disco de Beethoven, Los adioses. Sonata para piano n¨²mero 26, m¨¢s bien alegre: la esperanza no pod¨ªa ser negra. Manuel-Malraux se yergue con la ¨²ltima frase aliterativa del libro, y lo imaginamos levantando el pu?o: 'Sent¨ªa en ¨¦l esa presencia mezclada con el sonido de los arroyos y los pasos de los prisioneros, permanente y profunda como el latido de su coraz¨®n'. Aquella m¨²sica y los camiones a lo lejos respond¨ªan al 'estr¨¦pito de los camiones' del comienzo de la novela. Cayendo sobre el latido del coraz¨®n de Manuel, poco despu¨¦s del fragmento cantor del fon¨®grafo y su m¨²sica, ?pensaba Malraux en el fin de su ¨²ltima y bastante reciente obra de ficci¨®n, El tiempo del desprecio? All¨ª, Kassner, hom¨®logo comunista de Manuel, recreaba la m¨²sica de la que hab¨ªa 'intentado' servirse para aguantar en la c¨¢rcel. Despu¨¦s de reunirse con su mujer, Kassner se sent¨ªa m¨¢s libre aunque dentro de la derrota general de los comunistas alemanes. Libre, Manuel percib¨ªa la victoria republicana en el horizonte. Otro latido. Despu¨¦s de El tiempo del desprecio, tentativa un tanto fallida, La esperanza fue un ¨¦xito.
Incrustarse en la historia
Distinguiendo entre pol¨ªtica y literatura, y olvidando sus divergencias pol¨ªticas, Gide dijo a Malraux: 'No ha escrito usted nada mejor; ni siquiera tan bueno. Como si no le costara esfuerzo, alcanza una ¨¦pica de sencilla grandeza. Los acontecimientos le han ayudado mucho, sin duda'. ?Ayudado? M¨¢s a¨²n, Malraux se incrustaba en la historia. Gide, a quien no le gustaba la historia, estimaba tambi¨¦n que La esperanza aclaraba ciertas conversaciones que 'segu¨ªan siendo bastante oscuras' o 'explican un poco la posici¨®n que (Malraux) ha tomado'. Se trataba de la trama abstracta de la novela con sus hilos pol¨ªticos en segundo plano. Justificada o no, verdadera o falsa, la voluntad de probar no destru¨ªa la obra de arte como a veces suced¨ªa en El tiempo del desprecio. El marxismo aparec¨ªa o flotaba, aqu¨ª y all¨¢, nunca did¨¢ctico ni antinovelesco. Malraux elud¨ªa los temas y las expresiones que matan una novela: el partido de los trabajadores, el determinismo hist¨®rico, la dictadura del proletariado, siniestra forma moderna de jacobinismo, la historia como ciencia... En cambio, algunas salidas de sus personajes daban con sutil prudencia el tono de sus convicciones o m¨¢s bien de sus emociones pol¨ªticas en 1937: 'Cuando un comunista habla en una asamblea, pone el pu?o encima de la mesa. Cuando un fascista habla... pone los pies encima de la mesa. Cuando un dem¨®crata -americano, ingl¨¦s, franc¨¦s- habla... se rasca la nuca y se hace preguntas'. Malraux hab¨ªa comprobado en Espa?a que 'los comunistas han ayudado a los comunistas e incluso a la democracia espa?ola; los fascistas han sostenido a los fascistas, las democracias no han ayudado a los dem¨®cratas'. ?Por qu¨¦?
Perspicaz, el escritor Malraux escrib¨ªa:
'Nosotros, los dem¨®cratas, creemos en todo salvo en nosotros mismos. Si un Estado fascista o comunista dispusiera de la fuerza conjunta de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, estar¨ªamos aterrorizados. Pero como es 'nuestra' fuerza, no creemos en ella. Sepamos lo que queremos. O digamos a los fascistas: fuera de aqu¨ª, y si no, os las tendr¨¦is que ver con nosotros. Y al d¨ªa siguiente digamos la misma frase a los comunistas, si es necesario'.
El autor no est¨¢ alineado, como lo estaban poco antes el 'coronel' o el conferenciante durante su periplo norteamericano. Escritor dotado, escapaba de la pol¨ªtica refugi¨¢ndose en su interior. Precavido y clarividente, guardaba las distancias con respecto a la l¨ªnea estalinista, dando la palabra a personajes de varias corrientes. Un combatiente de La esperanza dice, sin embargo: 'La servidumbre econ¨®mica es pesada, pero si queremos acabar con ella estamos obligados a reforzar la servidumbre pol¨ªtica o militar, o religiosa, o policial; entonces qu¨¦ m¨¢s da'. Y Malraux se repet¨ªa 60 p¨¢ginas m¨¢s adelante: 'Y si, para liberarlos econ¨®micamente (a los obreros), deb¨¦is construir un Estado que los esclavice pol¨ªticamente (...)'. No se podr¨¢ reprocharle demasiados olvidos. De nuevo, el periodista Shade, dirigi¨¦ndose a un sovi¨¦tico: -En tu pa¨ªs, adem¨¢s... todo el mundo comienza a d¨¢rselas de sabihondo. Por eso no soy comunista. El Negus (anarquista) me parece un poco bobo, pero me cae bien.
Amigos equivocados
El Negus en cuesti¨®n les dijo a los comunistas que se los 'traga el partido. Se os traga la disciplina, se os traga la complicidad: con el que no es de los vuestros, no ten¨¦is decencia, ni deberes, ni nada'. Para explicarse acerca de su posici¨®n procomunista en La esperanza, Malraux escribi¨® dos veces que 'lo dif¨ªcil no es estar con los amigos cuando tienen raz¨®n, sino cuando est¨¢n equivocados'.
Malraux se transparentaba a trav¨¦s de sus h¨¦roes. Uno de ellos, que se le pegaba a la piel sin reflejarlo (Magnin, Malraux), afirma: 'Estaba a la izquierda porque estaba a la izquierda'. Esta tautolog¨ªa, m¨¢s estremecedora que demostrativa, describ¨ªa al Malraux de antes de la guerra civil y al Malraux de la Espa?a combatiente. Magnin-Malraux prosigue: 'Y adem¨¢s se han anudado entre la izquierda y yo toda clase de lazos, de fidelidades; he comprendido lo que quer¨ªan, los he ayudado a hacerlo y he estado m¨¢s y m¨¢s cerca de ellos cuanto m¨¢s han querido imped¨ªrselo'. Resumen sinuoso de su compa?erismo entre Par¨ªs y Mosc¨² desde 1934 hasta 1936: Magnin se alista primero por sensibilidad, m¨¢s que como consecuencia de razonamientos. Dice lo que no es: ni comunista ni socialista. Pertenecer¨ªa moralmente a la 'izquierda revolucionaria'. Magnin, en ese punto, se aparta del Malraux hombre, pero vuelve a acercarse a ¨¦l, y con ¨¦l a los comunistas, para afirmar que una disciplina revolucionaria estricta debe prevalecer sobre la fraternidad. La impresi¨®n de conjunto, en aquel entonces, segu¨ªa siendo que Malraux tomaba partido por el partido comunista.
Diferentes comunismos
Al escribir, Malraux aclaraba sus posiciones pol¨ªticas con todas las justificaciones humanas, las coartadas creadoras del novelista, oponiendo a sus personajes entre s¨ª. Impl¨ªcitamente distingu¨ªa entre comunismo totalitario y comunistas. Pero un personaje, Enrique -a quien Malraux dibuj¨® peor que a otros-, comisario de la formaci¨®n de elite comunista Quinto Regimiento, observaba: 'Actuar con el partido es actuar con ¨¦l sin reservas. El Partido es un bloque'. Los partidos comunistas constitu¨ªan un bloque, el de Mosc¨² y Stalin. A modo de contrapeso, Malraux escribi¨® que no se hace la guerra ni una buena pol¨ªtica con una moral, humanista sin duda, pero tampoco se hace sin ella. En el Juicio Final malrauxiano, los comunistas presentaban m¨¢s caracter¨ªsticas positivas que negativas. De septiembre de 1936 a mayo de 1937, bajo la direcci¨®n gubernamental de Largo Caballero, el poder de los comunistas en Espa?a se hab¨ªa vuelto cada vez m¨¢s evidente. M¨¢s all¨¢ de todas sus simpat¨ªas, tiernas o crueles, de novelista, Malraux, como Magnin, no era comunista sino comunistoide, t¨¦rmino empleado por entonces por los adversarios del partido.
Por suerte para los lectores, los problemas te¨®ricos y pr¨¢cticos de los comunistas se integraban en la intriga de La Esperanza sin la asfixiante pesadez de las novelas de tesis demasiado lastradas. Primaban ante todo los 60 personajes y otros temas, m¨¢s eternos, la guerra y la muerte. Malraux necesitaba tiempo libre, distancia para construir lo que se convirti¨® en una novela de aventuras pol¨ªticas, como en La condici¨®n humana, y psicol¨®gicas, como en Los conquistadores, pero m¨¢s convincente y realista que esas novelas. Hipnotizado por las ideolog¨ªas antagonistas, el escritor parec¨ªa en su texto menos sensible al salvajismo de la guerra de Espa?a que Hemingway, su competidor, que escribi¨® una novela muy diferente sobre el mismo tema, pero a¨²n m¨¢s famosa en todo el mundo, Por qui¨¦n doblan las campanas. (?Doblan por ti, dem¨®crata!).
'Son maravillosos cuando son buenos...', exclamaba Jordan Hemingway hablando de los espa?oles; 'no hay ning¨²n pueblo como el suyo cuando son buenos, y cuando se vuelven malos, ning¨²n pueblo es peor'. Malraux, partisano y militante, pon¨ªa el acento en la 'barbarie fascista', pasando casi por alto los excesos en el campo republicano. (...)
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