El paraguas de la ONU
Tras escuchar las declaraciones de los pesos pesados de la Administraci¨®n de Bush el pasado fin de semana, y a la espera de la intervenci¨®n presidencial el jueves 12 ante la Asamblea General de la ONU, todo apunta a que George W. Bush buscar¨¢ la bendici¨®n del Congreso, junto a una nueva resoluci¨®n del Consejo de Seguridad, antes de lanzar un ataque contra Sadam Husein. Parece que la fuerte oposici¨®n a una acci¨®n en solitario procedente de los m¨¢s cercanos colaboradores de su padre, desde Brent Scowcrof a James Baker, y del actual secretario de Estado, Colin Powell, junto a las dudas expresadas por la c¨²pula militar, le han convencido, al menos por el momento, de la necesidad de conseguir una cobertura legal internacional previa a la intervenci¨®n.
Te¨®ricamente, al menos, no ser¨ªa necesario un nuevo pronunciamiento de la ONU para obligar a Irak a cumplir las nueve resoluciones incumplidas por Husein antes y despu¨¦s del final de la guerra del Golfo. Una guerra que no termin¨®, como recuerda el director del Instituto Internacional de Estudios Estrat¨¦gicos de Londres, John Chipman, con un tratado de paz, sino con un simple acuerdo de alto el fuego entre la coalici¨®n internacional liderada por EE UU y el dictador iraqu¨ª. La resoluci¨®n 687 del 3 de abril de 1991 defin¨ªa con toda claridad las condiciones que Bagdad deber¨ªa cumplir para que el alto el fuego, consagrado por la 686, entrara en vigor con la amenaza impl¨ªcita de reanudar las hostilidades si Sadam incumpl¨ªa lo acordado. Siete a?os m¨¢s tarde, y harto de los incumplimientos y enga?os del r¨¦gimen iraqu¨ª, el propio Consejo de Seguridad, en su resoluci¨®n 1.205 de noviembre de 1998, acusaba a Irak de 'flagrante violaci¨®n' de las condiciones impuestas en la resoluci¨®n 687.
Pero una cosa es la teor¨ªa y otra la pr¨¢ctica. Y esa pr¨¢ctica parece aconsejar a Bush, ante la divisi¨®n de opiniones en su propio pa¨ªs; la desgana y el escepticismo de sus aliados, exceptuados el Reino Unido e Israel; la oposici¨®n matizada de Rusia y China y la contra inicial del mundo ¨¢rabe, la b¨²squeda de una nueva autorizaci¨®n del Consejo de Seguridad para lanzar una acci¨®n punitiva contra Irak, si no permite el regreso inmediato, y la actuaci¨®n sin restricciones de los inspectores de Naciones Unidas, expulsados en 1998 cuando estaban a punto de desenmascarar en su totalidad el programa iraqu¨ª de armas de destrucci¨®n masiva. La actual composici¨®n del Consejo de Seguridad permite adivinar un voto favorable a las pretensiones estadounidenses, salvo que Rusia o China ejercieran su derecho de veto, algo posible, pero no probable, dada la actual luna de miel entre Bush y Vlad¨ªmir Putin, y el deseo de Pek¨ªn de incrementar al m¨¢ximo sus relaciones de todo tipo con Washington tras su admisi¨®n en la Organizaci¨®n Mundial de Comercio.
Bush cometer¨ªa un error hist¨®rico si decidiera embarcar a su pa¨ªs en una aventura militar contra Irak sin el respaldo de Naciones Unidas. Nadie duda de que el poder¨ªo militar estadounidense conseguir¨ªa una nueva derrota de Sadam Husein, que acarrear¨ªa, esta vez, su derrocamiento. Pero, Estados Unidos, con todo su poder¨ªo, no podr¨ªa afrontar en solitario la refundaci¨®n de Irak -el famoso nation-building, o construcci¨®n nacional- y el apuntalamiento de un r¨¦gimen democr¨¢tico post-Sadam en un pa¨ªs, donde el ¨²ltimo dirigente que se preocup¨® de gobernar bajo el imperio de la ley fue el rey de Babilonia, Hamurabi, autor de su famoso c¨®digo, en el siglo XVIII antes de Cristo. Irak no es Afganist¨¢n y para esa ingente labor de reconstrucci¨®n es imprescindible una amplia colaboraci¨®n internacional, imposible de alcanzar si el mundo democr¨¢tico no se convence de que una acci¨®n contra Irak es algo m¨¢s que un ajuste de cuentas a lo OK Corral entre Bush y el dictador takrit¨ª.
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